De The Who a Los Rebeldes. Casi medio siglo de canciones y de himnos de juventud y mil maneras de vivir y sentir los años más complejos y frenéticos de nuestras singladuras. En esta colección de miradas oblicuas a lo que Mestalla ha significado para nosotros, dejando a un lado esa alma de estadísticos que también tenemos algunos valencianistas enfermizos, quiero reivindicar la relevancia y el protagonismo de la que podríamos llamar Generación X del valencianismo, mi generación.
El término lo popularizó el escritor canadiense Douglas Coupland en una obra homónima publicada en 1991 y podemos rastrear su traslación autóctona, por ejemplo, en las fílmicas novelas de José Ángel Mañas.
Retomando el préstamo literario para su extrapolación valencianista, descubriríamos una cohorte formada por actuales veinteañeros, nacidos justo después de los títulos de los ochenta, demasiado jóvenes para enterarse a tiempo de lo que supuso el ascenso y la posterior catarsis y curtidos sentimentalmente gracias al VCF de los años noventa.
Els xiquets dels noranta crecimos en una atmósfera difícilmente comprensible para un valencianista de la New Wave. La Copa de 1999 fue un especie de bálsamo en la travesía del desierto que con religiosidad y orgullo recorrimos todos esos chavales que sólo sabíamos de las glorias de nuestro equipo por lo que nos habían relatado nuestros predecesores. Más que una cuenta saldada fue como una divisa que nos grabaron cual reses a los de mi generación para que no olvidáramos, como la cantaron los Siniestro Total, quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.
Con la gran victoria de Sevilla empezó la Edad de Oro y también, como nefasto correlato, la aparición de un cierto valencianismo de nuevo cuño, desafecto, contingente, infantil y mercantilizado. Pero ahora no es tiempo de hablar de eso.
Mientras muchos presumen de su presencia en finales y demás eventos de tronío, algo raro ha de pasar en el seno de una generación que se jacta de haber presenciado el 1-5 del Nápoles, el 7-0 de Karlsruhe o aquel 0-4 contra el Barça con Camarasa de portero arrodillándose ante la pena máxima lanzada por Koeman.
Nuestra infancia no vio ni un título y eso no lo podrán decir muchas generaciones valencianistas. Nos fajamos en una época en la que las escuelas estaban llenas de niños madridistas y culers que se burlaban los lunes de nuestra típica derrota contra el Burgos o el Cádiz. Sin embargo, para un chaval del área metropolitana del Cap i Casal como yo, dos momentos se erigían como los más esperados en aquellos tiempos. La visita a Mestalla (no conseguí mi abono de General de Pie Norte hasta 1996) y la llegada de la revista del socio El Jugador n12, regalo de un vecino.
Fueron años de compromiso en los que la masa social que tiró del club en los años oscuros mantuvo el tipo sosteniendo la entidad hasta que las SAD, la futbolmanía y sus epifenómenos locales (Huracán Roig) dieron paso a la sustitución casi total del aficionado por el cliente-espectador (paga por ver, no por participar).
Esa herencia es la que yo quiero reivindicar y si es posible legar a los que lleguen después de nosotros. Querer al Valencia cuando fue más nuestro que nunca, respetar valores como el esfuerzo y la honradez y, en fin, disfrutar de las pequeñas cosas, que hacen más feliz que la titulitis compulsiva que nos lleva a la paranoia y el engaño.
Todo ello me lo enseñó ese tan denostado Valencia CF noventero y lo aprendí en Mestalla, ya que entonces aún no tenía una edad suficiente como para acompañar al VCF por medio mundo. Cómo olvidar la dimensión que adquirían las gradas y el césped desde la numerada o lo grandes que se veían mis ídolos de entonces, que se llamaban Camarasa, Giner o Fernando (bandera de mi generación) y a los que admiraba con una inocencia y fervor puramente infantiles, mucho antes de que Mijatovic nos vacunara a todos los de mi generación y nos convirtiera un poco en iconoclastas, rasgo esencial en toda cohorte crítica y rebelde. Lejanamente recuerdo también el rumor que se producía entre los aficionados más impacientes cuando Bossio ralentizaba el juego o Tomás tenía agallas para disparar a puerta desde lejos cuando algunos compañeros se escondían.
Decenas de retales invaden mi memoria de aquellas primeres vesprades a Mestalla: la mujer que agitaba su bufanda de la senyera sin cesar a través de una de las vallas, aquel foso para periodistas y fotógrafos que tan malas pasadas jugó a Giner en el Trofeu Taronja (estando de vacaciones en Baqueira aún pude ver por televisión cómo el de 1992 se decidía por el lanzamiento de una moneda), los viajes de la Peña El Águila (el de Logroño era la estrella por entonces) anunciados por aquel videomarcador del que nos enorgullecíamos como envidia de la España futbolera (llegué a ver videoclips de Emilio Aragón en su pantalla, pero creo que ya lo he superado…), los vomitorios y las vallas de las Generales de Pie pintados de amarillo, el anuncio de “no es una más es una Kripxe”, las aplaudidas informaciones de las recaudaciones en el descanso (en Orriols he visto cómo silban algunos de los que las han generado, inaudito), el estridente sonido que nos avisaba de un gol en otro estadio, el banderón blanco con el murciélago de Spook y el de cuadros naranjas y negros, los espontáneos bufandeos, las bengalas…
Un sinfín de recuerdos invade mi memoria e iniciativas como este blog refuerzan nuestra militancia valencianista gracias a su narración compartida y comentada. Por mi parte, quería colaborar aportando algunas evocaciones de una década tan maltratada por cierta parte de nuestra historiografía como fue la de los noventa y extraer el meollo optimista de este sano ejercicio de memoria. Al fin y al cabo, como decía otro himno generacional, “del orgullo y del recuerdo todo lo que puede salir es bueno!”.
Simón Alegre
Socio del Valencia CF
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El término lo popularizó el escritor canadiense Douglas Coupland en una obra homónima publicada en 1991 y podemos rastrear su traslación autóctona, por ejemplo, en las fílmicas novelas de José Ángel Mañas.
Retomando el préstamo literario para su extrapolación valencianista, descubriríamos una cohorte formada por actuales veinteañeros, nacidos justo después de los títulos de los ochenta, demasiado jóvenes para enterarse a tiempo de lo que supuso el ascenso y la posterior catarsis y curtidos sentimentalmente gracias al VCF de los años noventa.
Els xiquets dels noranta crecimos en una atmósfera difícilmente comprensible para un valencianista de la New Wave. La Copa de 1999 fue un especie de bálsamo en la travesía del desierto que con religiosidad y orgullo recorrimos todos esos chavales que sólo sabíamos de las glorias de nuestro equipo por lo que nos habían relatado nuestros predecesores. Más que una cuenta saldada fue como una divisa que nos grabaron cual reses a los de mi generación para que no olvidáramos, como la cantaron los Siniestro Total, quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.
Con la gran victoria de Sevilla empezó la Edad de Oro y también, como nefasto correlato, la aparición de un cierto valencianismo de nuevo cuño, desafecto, contingente, infantil y mercantilizado. Pero ahora no es tiempo de hablar de eso.
Mientras muchos presumen de su presencia en finales y demás eventos de tronío, algo raro ha de pasar en el seno de una generación que se jacta de haber presenciado el 1-5 del Nápoles, el 7-0 de Karlsruhe o aquel 0-4 contra el Barça con Camarasa de portero arrodillándose ante la pena máxima lanzada por Koeman.
Nuestra infancia no vio ni un título y eso no lo podrán decir muchas generaciones valencianistas. Nos fajamos en una época en la que las escuelas estaban llenas de niños madridistas y culers que se burlaban los lunes de nuestra típica derrota contra el Burgos o el Cádiz. Sin embargo, para un chaval del área metropolitana del Cap i Casal como yo, dos momentos se erigían como los más esperados en aquellos tiempos. La visita a Mestalla (no conseguí mi abono de General de Pie Norte hasta 1996) y la llegada de la revista del socio El Jugador n12, regalo de un vecino.
Fueron años de compromiso en los que la masa social que tiró del club en los años oscuros mantuvo el tipo sosteniendo la entidad hasta que las SAD, la futbolmanía y sus epifenómenos locales (Huracán Roig) dieron paso a la sustitución casi total del aficionado por el cliente-espectador (paga por ver, no por participar).
Esa herencia es la que yo quiero reivindicar y si es posible legar a los que lleguen después de nosotros. Querer al Valencia cuando fue más nuestro que nunca, respetar valores como el esfuerzo y la honradez y, en fin, disfrutar de las pequeñas cosas, que hacen más feliz que la titulitis compulsiva que nos lleva a la paranoia y el engaño.
Todo ello me lo enseñó ese tan denostado Valencia CF noventero y lo aprendí en Mestalla, ya que entonces aún no tenía una edad suficiente como para acompañar al VCF por medio mundo. Cómo olvidar la dimensión que adquirían las gradas y el césped desde la numerada o lo grandes que se veían mis ídolos de entonces, que se llamaban Camarasa, Giner o Fernando (bandera de mi generación) y a los que admiraba con una inocencia y fervor puramente infantiles, mucho antes de que Mijatovic nos vacunara a todos los de mi generación y nos convirtiera un poco en iconoclastas, rasgo esencial en toda cohorte crítica y rebelde. Lejanamente recuerdo también el rumor que se producía entre los aficionados más impacientes cuando Bossio ralentizaba el juego o Tomás tenía agallas para disparar a puerta desde lejos cuando algunos compañeros se escondían.
Decenas de retales invaden mi memoria de aquellas primeres vesprades a Mestalla: la mujer que agitaba su bufanda de la senyera sin cesar a través de una de las vallas, aquel foso para periodistas y fotógrafos que tan malas pasadas jugó a Giner en el Trofeu Taronja (estando de vacaciones en Baqueira aún pude ver por televisión cómo el de 1992 se decidía por el lanzamiento de una moneda), los viajes de la Peña El Águila (el de Logroño era la estrella por entonces) anunciados por aquel videomarcador del que nos enorgullecíamos como envidia de la España futbolera (llegué a ver videoclips de Emilio Aragón en su pantalla, pero creo que ya lo he superado…), los vomitorios y las vallas de las Generales de Pie pintados de amarillo, el anuncio de “no es una más es una Kripxe”, las aplaudidas informaciones de las recaudaciones en el descanso (en Orriols he visto cómo silban algunos de los que las han generado, inaudito), el estridente sonido que nos avisaba de un gol en otro estadio, el banderón blanco con el murciélago de Spook y el de cuadros naranjas y negros, los espontáneos bufandeos, las bengalas…
Un sinfín de recuerdos invade mi memoria e iniciativas como este blog refuerzan nuestra militancia valencianista gracias a su narración compartida y comentada. Por mi parte, quería colaborar aportando algunas evocaciones de una década tan maltratada por cierta parte de nuestra historiografía como fue la de los noventa y extraer el meollo optimista de este sano ejercicio de memoria. Al fin y al cabo, como decía otro himno generacional, “del orgullo y del recuerdo todo lo que puede salir es bueno!”.
Simón Alegre
Socio del Valencia CF
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7 comentaris:
Muy buena aportación S. aunque no me gustan los planteamientos generacionales. No dicen la verdad.
Yo tengo un buen recuerdo de los 90. Ya habíamos vuelto a nuestro lugar natural y lo peor había pasado. Chungos chungos fueron los 80. Los años de plomo: 1982-1988
bar Torino
Benvingut al blog, S. Jo tinc bon record dels 90, i de la gent que s'incorporareu en els 90. Hem creixcut junts. Em vaig casar en el 91, vespra de la semifinal de Copa contra el Mallorca. I estava asustat de confessar, acabat de casar, que intentaria anar directe del viatge a Viena a la final, si mos classificàvem. Aquell dia va ploure en València i varem sopar en la barra de Noel. Què se n'haurà fet d'aquell mural futbolístic (era de Gil?)que hi havia en l'escala on pujaves per a segellar les quinieles? En la final de l'aigua era el primer embaràs. Remontada contra el Barça en Antena 3 dormint al xiquet. La final de Sevilla.
tempo è dolore
Coincido en que las teorías de cohortes no suelen ser válidas para el análisis (las corrientes de pensamiento hegemónicas las rechazan habitualmente), aunque en este caso se usan a nivel de licencia literaria, recurso en el que sí que han gozado generalmente de fuerza por su subjetividad.
Ello hace más comprensible el pesimismo proverbial que marca el primer lustro de los noventa en el valencianismo. A pesar de la reconversión de la entidad y de volver a la elite se gestó una cierta frustración que pronto se convirtió en terreno abonado para el roigismo.
Muy bueno, Simón. Me ha encantado.
Creo que lo que hubo fue un subidón de demagogia brutal, con la llegada de Julio Insa, el arreón de Roig viendo el posible negocio de las SAD y algunos resultados muy frustrantes.
Poca gente recuerda que Tuzón, en el 90', ganó las elecciones sin oposición alguna. Y que su primer mandato fue el menos contestado de la historia del club en los últimos 40 años. A Tuzón no se le hizo justicia y en buena parte fue rehén de tres decisiones: tener al pájaro Pons como abogado, recuperar a Roberto rompiendo el equilibrio del vestuario y fichar al frívolo Hiddink como entrenador rompiendo la buena inercia de trabajo iniciada por Espárrago.
Por otro lado, aquella eliminatoria contra el Mallorca de 1991 fue la última vez en la que me fui a la cama sin cenar por culpa del VCF. Desde entonces, los cabreos me duran lo que tardo en llegar a casa.
Molaba mucho Noel. Una trágica pérdida. Como Barrachina, Comidas Esma, Los Checas, el bar Beta, el Comic de Xerea y todos los bares donde aprendimos a sobrevivir.
bar Torino
Gràcies per la benvinguda tempo è dolore. Volia ressenyar que aquella eliminatòria de Copa contra el Mallorca que cites va ser de quarts de final, el que passa és que tots la recordem pràcticament com una semifinal, puix el camí cap a la final a priori s´havia vist afavorit per un emparellament futurible que consideràvem senzill.
D´atra banda, està clar que Roig arribà en una contingència molt propícia per a ell pel canvi que estava donant el futbol cap a un model on primaria l´espectacularisació, el personalisme grotesc atiat pels mass media (Caneda, Gil, Lopera, etc.) i la cultura del "ací i ara".
L´affaire Romario (en la posada de llarg de l´homenage a Kempes per mig i els càntics que tots coneixem) li serví a Roig per a promocionar-se negociant a esquenes de Tuzón i esperar a que la tardor negra de 1993 donara la puntilla a Tuzón.
També pense com Bar Torino que a Arturo Tuzón no se li ha reconegut la rellevància del treball que va fer.
Hola a tots (i a totes?)
M'he vist reflexat perfectament en este post de Simón. Pot ser siga un poquet més major, perque de la meua infantea guarde en la memòria aquell Vicente Calderón ple de senyeres i al nostre equip (vestit també tricolor) guanyant la copa contra aquell Madrit que encara no era tan "odiat" com ara, pero és cert que la nostra generació valencianista s'ha forjat en la derrota, en la baixada a l'infern i la pujada al cel dels títuls progressivament. I també en eixe desapego a les figures propiciat per la "traició" de Mijatovic. Això nos ha fet possiblement més iconoclastes com diu Simón, pero també més fidels, fins al punt de no concebre la nostra vida sense vore el futbol en Mestalla (o en Nou Mestalla quan estiga acabat)
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