dilluns, 17 de novembre del 2008

Un ático con vistas

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Los desastres urbanísticos suelen ser inmejorables miradores. Pasa con el actual Mestalla, el de la reforma roigista y su anillo inacabado. Lo descubrí en la temporada 2004-05, cuando me auotexilié a lo más alto del Gol Xicotet y me pasé el año prendado de la ciudad más allá del pésimo fútbol que nos brindó el equipo.

Hubo un instante a mitad de la liga en que el verdadero motivo de ir a Mestalla radicaba en aprovecharme de las vistas. A un lado el mar, la leve línea delgada del azul variable. Enfrente la ciudad decimonónica, salpicada de fincas irregulares en mitad de un oceano de antenas y cúpulas. Algunos partidos, anestesiado por el rumbo que tomaban los acontecimientos, los pasé literalmente volcado en el paisaje. Desde la última fila del gol Xicotet, Valencia asumía galones de escenario urbano con entidad propia. Como si de repente la ciudad hubiese reinventado una montaña-mirador en mitad de su solar para ser contemplada desde lo más alto, al albur de las brisas y los vientos.

En los partidos nocturnos el impacto se redoblaba. El mar se intuía por el leve resplandor de algún barco zarpando hacia otras latitudes. El Ensanche eran entonces una sucesión de jardines aéreos enlazados por la potencia de los puntos luminosos. Y hacia la ciudad vieja, el Miguelete emergía como un faro de piedra varado en un puerto de garitos turbios y callejones oscuros.

Pero al margen de las excepcionales vistas disfrutadas, lo sustancial de aquella temporada en las alturas fue la evidencia de asumir la capacidad de Mestalla para generar miradas nuevas sobre la propia ciudad. Miradas no siempre autocomplacientes, pero si capaces de proyectar ideas y debates en torno a los puntos de referencia que han hecho de la miltancia futbolera una máquina de forjar metáforas.

La foto que ilustra este post es una mirada cruzada de lo antes comentado. Intuyo que está hecha desde el Miguelete. Como una piscina de sillas azules emerge la grada de la mar. Es un ensayo fugaz del Mediterráneo. Una prueba inequívoca de la cercanía de Mestalla y su mar. Siempre he maquinado sobre las distancias urbanas y la dificultad para localizar con éxito los parajes míticos de la ciudad en el plano poético de la misma. De alguna manera, esta foto, que ilustra a partes iguales el desastre urbanístico y sus consecuencias menos literarias, es al mismo tiempo un testimonio mágico del imaginario de Mestalla y su variable marítima.

Asumida metafísicamente la certeza fluvial de la acequia de Mestalla, esta foto rompe con ese otro estereotipo que nos alejaba del mar. Y deja en el aire una nueva certeza: no hay en Europa un campo de fútbol con unas vistas similares. Mestalla es, mientras dure, un balcón privilegiado sobre el corazón de la ciudad. Un paisaje único en un mundo donde las tribunas se asoman siempre a muros de hormigón. En cambio, bajo los adoquines de Mestalla sigue estando la playa. Sólo falta el eco de sirenas imaginarias"


Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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7 comentaris:

kawligas ha dit...

Precioso texto, Rafa. Con miradas como la tuya, Mestalla nunca se perderá de nuestras memorias, pero lo que es mejor, perdurará con un aura de verdad, que lo más cerca que estaremos nunca de la eternidad.

Anònim ha dit...

Rafa el funambulista. Felicidades.
Una prosa de lujo desde la atalaya de Mestalla con vistas al mar y la ciudad de las brisas ocultas.

Alfredo Cardona

Anònim ha dit...

Mestalla era fluvial y ferroviario. Ahora también marítimo.

Este precioso post no hace sino ahondar en el gran vacío que supondrá la desaparición de Mestalla. No hablo de ir a jugar a otro estadio, de mega-lujo asiático, en el que todo nos resultará metálico y extraño. A eso nos acostumbraremos pronto porque el sufrimiento dominical seguirá siendo el mismo. Me refiero a pasar cada día por la avenida de Suecia o Aragón y perder la referencia visual, tan simple y a la vez tan reconfortante, de Mestalla. Es algo que no sólo nos afectará a los futboleros. Mestalla forma parte de la memoria colectiva de la ciudad, como tantos otros edificios históricos del "cap i casal". Es como si de la noche a la mañana nos encontráramos un solar donde antes había una estación del Norte o un Mercado Central...

Y si cambiar de estadio es inevitable, sigo pensando que la solución perfecta es la que ha empleado el Arsenal con Highbury. El Emirates está a dos manzanas del viejo campo, en el que ahora se levantan apartamentos respetando la fachada Art Déco del antiguo estadio, y con un jardín interior donde antes estaba el césped.

V. Chilet

V Molins ha dit...

A mí la imagen, por insólita, me parece tan irreal que veo a Mestalla como el oasis -espejismo, si se quiere- de una ciudad aparentemente conquistada por las chanclas, las paellas con pimentón y la sangría.

Anònim ha dit...

Soy del Levante, ese "otro" equipo de nuestra ciudad, pero a diferencia de muchos granotas siento respeto y cariño por el Valencia. Allí en Mestalla pasé tardes inolvidables junto a mi tio, siempre interesado en mi conversión a Valencianista, o en aquella mítica general de pie junto a mi amigo y gran sufridor valencianista Rubén.

Mestalla también es parte de mi pasado, desde mi corazón granota guardaré para siempre en el recuerdo aquellas tardes felices de amistad y futbol.

Anònim ha dit...

¡Grande, Rafa! El fútbol, después de todo, es un punto de vista; sobre todo (¡ves per on!) en ausencia de fútbol. Tu artículo es un respiradero, la vaga esperanza de una mirada oblicua. ¡La de estupideces que habré contemplado yo cuando mi equipo se ausenta del césped e invita a la deserción! Ojalá, en lugar del manido vistazo a los violentos, hubiera visto un barco rumbo a Marsella.

Abrazos desde Barcelona,
Pepe

Anònim ha dit...

Hace años que piso Mestalla y de una manera natural, bien pronto empecé a sentir que no iba a un recinto deportivo y mis compañeros no eran extraños. Mis visitas a las alturas de Mestalla son mínimas, dos o tres, pero la primera me causó paralísis. Mestalla se asomaba a la ciudad como el que se enfrenta a una despedida después de un tiempo largo de cariño. Con esa tranquilidad con la que se dan vistazos a las cosas apoyado en recuerdos. La ciudad impresionaba pero el mar me tumbó, con ese color tan de aquí en el horizonte y Mestalla levantando su historia.