dijous, 17 de juliol del 2014

Y los viejos se volvieron locos

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Como a muchos niños, antes y ahora, escuchar la palabra ‘Kempes’ transportaba siempre a la misma escena, a una imagen a color, quemada, con el jugador rodeado de papelitos y holandeses. Sabíamos que existía, pero no del porqué existía. Valencia nunca ha hecho pedagogía de sus mitos dejando que se diluya todo hasta permitir arraigar una creencia de que no somos nada cuando lo tenemos todo para ser algo. El primer y único contacto con aquella melena de caminares peculiares llegó una fría mañana de sábado, tiempos en que todavía no le llegaba a la cintura a un adulto, en un invierno de un año ya no recordado. Habían más viejos de lo normal, todos hablaban del mismo tipo pero nosotros apenas teníamos idea de quién era. “Un exjugador del VCF, uno muy bueno” se escuchaba de vez en cuando. Su legado había quedado reducido a aquella frase.

Cualquiera que haya visto caminar a Kempes sabe cómo lo hace, es un caminar indescriptible, es su caminar, el que deben tener los cracks. Con aquella danza de saltitos divertidos y meneos laterales apareció al final del camino. Era el Puig, La Cartuja — aunque creo que desde entonces ha tenido mil nombres distintos–, y El Matador estaba allí entrenando a un grupo de chavales que siempre envidiaremos todos. Fue entonces cuando aquella masa de cabezas de familia a la que se les suponía gente seria enloqueció al divisarlo en la lejanía. Puede que a alguno hasta se le cayeran las bragas de tanta efusividad. Lucía fino, como si todavía campara por Europa reventando redes, atemorizando rivales y poniendo en pie estadios. Llevaba un chubasquero que le cubría hasta medio muslo, dejando apenas a la vista los pantalones cortos que enfundaba. Invierno, a las 9 horas de una mañana con niebla, todos tapados hasta las orejas, y él, iba de verano. Acompañaba con un saco repleto de balones colgado al hombro y sus medias caídas a la altura del tobillo. Kempes style. Entre la estridencia de unos adultos con la cara desencajada, dedicándole gritos y aplausos que iban formando vergüenzas ajenas sobre las cabezas de sus retoños, el jugador, sin levantar su mirada del suelo, apenas dedicó un imperceptible “buenos días señores”. Mi único contacto con El Matador duró lo que tarda un tipo en pasar por delante tuyo.

En aquel madrugón entendí que la figura debió de ser importante, por primera vez ‘los padres’ dejaron de atosigar a sus hijos mientras jugaban un partido de fútbol, pasándose el encuentro pendientes de lo que hacía Kempes. Si tocaba un balón que salía del campo o si se levantaba a gritar alguna instrucción, hiciera lo que hiciera, era como ver a unas believers de cuarenta tacos reaccionar ante el ídolo de una edad perdida.

Intentar acercarse a la figura del argentino siempre fue imposible. Apenas existe una biografía que ya no se encuentra en las librerías, casi nadie, o muy pocos, tienen acceso a hemerotecas y Valencia nunca fue de traspasar legados ni por tradición oral ni por escrita. Somos tan así que le montamos un homenaje y acudimos para vitorear a Romario haciendo de Kempes un invitado de piedra en su propia fiesta. Fue el último desprecio al tipo que puso al VCF en el mapa, que copó en infinidad de oportunidades portadas de revistas como France Football, Onze o World Soccer; medios como L’Équipe, El Gráfico o el Times enviaban reporteros a Valencia para entrevistarle. Hasta en la prensa japonesa llegó a ser primera plana en una época en la que la información apenas fluía. Kempes ni siquiera es el jugador que más partidos ha jugado con esta camiseta, ni el que más goles anotó, ni el que más títulos conquistó, pero sí es el jugador más influyente, mediático e icónico que jamás chafó Mestalla. Y también el de más calidad. Su figura posee la fuerza de haber convertido una zamarra en suya, ‘la senyera de Kempes’ es de Kempes aunque se inventara en 1956 y se insitucionalizara años antes de su llegada. Es el símbolo del símbolo.

Quizá su escaso reconocimiento actual como una de las figuras históricas del balompié venga por ser un tipo de frontera. Cuando entró en la edad de mutar hacia el mito apareció Maradona y se lo llevó por delante al tiempo que a su club le entraron las negruras del abismo, negruras que costaron más de una década desterrar y que han vuelto amenazando con un largo y nuclear invierno. Tampoco ayudó que en tiempos los balones de oro sólo los pudieran ganar los nacidos en Europa, porque de no ser así hubiera conseguido un par y con ellos una mayor reputación.

Cuesta entender por qué Kempes no trasciende más allá del campo. Cuando paseaba por el Poptown hamburgués visionando murales de Kevin Keegan, de Happel y la orejona, por el portuario barrio de St.Pauli con sus jugadores de bigote y greñas estampados en los muros ajados por la humedad, por esa fría Copenhague convertida en escapada dominguera de barrios decorados con leones blancos o cuando recuerdo al Maradona que preside el callejero de Nápoles, la Roma urbana de Totti o la Amsterdam underground, hecho en falta algo así en Valencia. Una ciudad, como todas las de la península, que no permite al extraño descubrir que es una ciudad de fútbol porque ha decidido renegar del fútbol.

Lo reúne todo para ser un referente de la cultura urbana autóctona, y aún así, Mario Alberto no tiene literatura, ni relato, sólo un par de canciones cada año más viejas y un legado que se va difuminando al ritmo que le salen canas a esa generación que tuvo el privilegio de haberlo vivido. Por eso sigue siendo un tipo atrapado entre papelitos y holandeses, nada hubo antes y nada después, sólo papelitos y holandeses. Se ha convertido en un cliché porque El Matador se nos está olvidando, y para recuperarlo sería este, ninguno mejor que este, buen momento de pintar Valencia de melenas, de escribirle y cantarle para acabar con la lejanía de una figura, que el propio club con su esquizofrenia crónica, ha ido orillando.

Tiempo atrás intenté conocer al personaje a través de aquellos que lo habían vivido creando “Els xiquets del matador” donde encontré muchos síes, y más anécdotas que ayudaron a descubrir al mito que se escondía tras los papelitos y el 78, pero me topé todavía con más noes. Algo lógico teniendo en cuenta el medio y la intrascendencia del mismo, pero suficiente fue para entender que había material para ir mucho más allá si se contaba con los recursos suficientes. Con ello supe que la figura llevó al club hasta Noruega, hasta rincones perdidos de la remota Rusia comunista, a islas como Cuba donde gobernaron políticas anti-fútbol y a infinidad de recónditos e inimaginables lugares. Esa fue la fuerza de arrastre que poseía un crack que hoy rompería la barrera de los 100 millones.

Pero falta voluntad, y eso es faltar demasiado. El primer paso hacia esa reparación sería conveniente que lo diera la institución, asociando la marca VCF a la de Kempes, haciendo de su melena en retirada un activo, de su figura un serio agente en la representación social del club, porque el futbolista despierta algo que pocas personalidades de la historia consiguen despertar, y es interés, admiración y respeto intergeneracional. Con el 10 pasa que tanto los que le vieron como los que escucharon a los que le vieron acaban por adorarle del mismo modo que aquellos cuarentones desencajados chafando un campo de tierra un sábado de matinal de hace ya taitantos años.

Esa construcción hacia una cultura de club tiene que partir de su figura como primera conquista de espacios perdidos. Recuperar ese anglicanismo que rezumaba la institución en tiempos de Colina y que se ha ido olvidando hasta llevarnos a la perdición pasa por resucitar un pasado, ni siquiera el más glorioso, pero sí el más idealizado, para solventar los dolores de alma que achacan al anciano y maltrecho Valencia. No dejemos que mentar al Matador sea sinónimo de televisor a tecnicolor, porque también fue senyeras, Bruselas, melenas, y japoneses. Solo Kempes consigue que los viejos se vuelvan locos y que los jóvenes le sigan admirando aunque apenas sepan de él que bailó entre papelitos a unos holandeses. Olvidarse de todo ello es olvidarse de nuestra propia identidad, es perderlo todo para no quedar ya nada.


Josep Lizondo (@Desmemoriats)
Socio del Valencia CF 
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4 comentaris:

Anònim ha dit...

Aunque se que este post ya se realizo hace algún tiempo.

Coincido matemáticamente en que la aparición de Maradona muy cerca en el tiempo en el cual terminaba de reinar, eclipsó por completo su más que mecerido ascenso al olimpo de los mitos.

Sinceramente cada año que pasa, su figura se engrandece mucho más.

Bueno alguna cosita ya se está haciendo por parte del club.

Embajador del club.
Alguna canción más.
Algún homenaje.
Está en las lonas a pie de la puerta cero, junto al otro mito Puchades.

Evidentemente no es tanto como solicitamos...pero se avanza.

Mario, también está muy a gusto con la profesión de comentarista, aunque una cosa no quita la otra.

Pepelu.

Neófito ha dit...

Coincido en considerar la fuerza que tiene la imagen de Kempes por sí misma. Creo que converge positivamente con los cánones estéticos de una época, igual que Cruyff, en cierto modo, era un buen icono pop. De hecho, si los hilos de esta semana valen mucho la pena, las fotos no les van a la zaga.
Sin duda, nos debemos todos lo de recuperar a Kempes como un símbolo del VCF, a la altura de lo que realmente significó. Sin embargo, siempre se notó una tensión entre nuestra mala conciencia por haber sido tan dejados y la propia renuencia de Mario a la exposición pública.
Quizás, con el paso de los años, el desagravio ante ciertos resquemores (los de mi generación sólo vimos a Kempes "de corto" en su homenaje y como entrenador de porteros de Héctor Núñez al que no se le hacía mucho caso) y la demostración, ahora sí, en condiciones, del valor que para nosotros tiene Kempes se haya conseguido una recuperación más digna de su figura.
Si antes se falló, en nuestras manos está seguir retomando el buen camino y parece que Mario, que se presta más que antes, también está por la labor, así que no desperdiciemos la coyuntura y sigamos en esa línea de mostrar sinceramente nuestro reconocimiento en vida de nuestros mejores embajadores.

Anònim ha dit...

Kempes tuvo mala suerte. Valencia es sólo una colonia masacrada. El relato existe pero da lo mismo.

Rafa

Neófito ha dit...

Quizás lo hayáis comentado en algún blog, pero como otra constancia de la iconografía que representa Kempes, se puede citar también la existencia de dos conjuntos musicales que llevan su nombre: uno español de pop experimental y otro holandés que hace punk-rock.