dilluns, 27 d’abril del 2009

El Balón

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Hay fotos de tiempos pretéritos que muestran hechos inusuales que serían tomados en la actualidad como una frivolidad, cuando no, directamente, como una extravagancia. Jugadores luciendo pantalones con bolsillos y fotografiándose con las manos dentro de ellos, en plan “aquí estoy yo porque he venido”. Alineaciones en la que la delantera se fotografía sentada en el suelo como si fueran a jugar a tabas. Fotos de los equipiers mirando con cara, entre sorprendida y divertida, mientras mantienen un cigarrillo en su mano, sin la menor señal de culpabilidad en su rostro. Jugadores con un largo pañuelo blanco enganchado en su calzón como si de reflejos futbolísticos del gran Louis Armstrong se tratara. Un jugador con boina avanzando por el centro del campo, mientras un rival, con una venda “a lo Gerónimo” en la frente, le corta el paso.

En este último caso, siempre me pregunté el por qué de tan pintorescos tocados. Visto desde la perspectiva de finales del siglo XX, aquello parecía más una broma que otra cosa. Pero no era así. Más allá de modas pasajeras (se me ocurre la afición de los jugadores a ponerse una tira adhesiva en la nariz para aumentar el rendimiento respiratorio, moda que apareció tras el mundial de Estados Unidos en 1994 y que desapareció antes de que el siguiente mundial tuviera lugar) la boina y la venda en la frente tenían un origen común. Un enemigo público: el balón.

Los primeros balones tenían una costura asesina. No necesitaban más justificación que ésta aquellos pioneros del foot-ball, para proteger su cabeza del ataque impío de la costura de cuero cerrándose sobre el pellejo henchido de aire. Un balón, el de aquellos tiempos, que tras empaparse de humedad en los días de lluvia, se convertía en un peso muerto digno de hercúleos deportistas para ser desplazado por el terreno de juego. Así fue durante muchísimo tiempo. El balón era un enemigo en los días fríos, pues su impacto en el rostro dolía como la muerte. Pero no hay mal que cien años dure, y el balón dejó a un lado el cuero sin tratar, las tiras que se engarzaban unas con otras y la costura y dio paso al cuero rectificado, los pentágonos, los hexágonos, el blanco y el negro. Este modelo tuvo larga vida. Aún se considera, tradicionalmente, como el modelo clásico de balón de fútbol. No por su soso cromatismo, sino por su desarrollo geométrico de polígonos regulares de cinco y seis lados. El esférico no lo es realmente. Los modelos primitivos, e incluso el clásico antes mencionado, no llegaban más allá del 85 % de esfericidad, por lo que la industria puso a trabajar a sus creativos para ofrecer a los futbolistas un esférico que en verdad lo fuera. Así con el Mundial de Japón y Corea apareció un modelo que elevaba al 92 % la esfericidad, marca batida en el mundial de Alemania con el último modelo de balón, con una esfericidad del 98%. Más allá de la legítima aspiración tecnológica de ofrecer un balón “obediente” en base a su esfericidad, yo veo una metáfora sobre la decadencia del juego. Los balones duros, pesados y con costura no permitían el engaño al espectador. Un desplazamiento de cuarenta metros con aquellos balones era puro músculo, pura mecánica hecha fútbol ante nuestros ojos. Un pase medido, un lanzamiento a la escuadra, una parada con la mano desnuda, eran lo más parecido a una verdad que ninguno había visto nunca. Incluso el modelo clásico respetaba al espectador, o al menos no lo subestimaba. Pero todo esto se ha esfumado en el fútbol actual. Los balones escupen el agua como un Karpin cualquiera. Toman caminos insospechados tras ser golpeados por jugadores de técnica mediocre. Incluso puede ser que entren en el marco, en un lanzamiento lejano, tras rebotar en tres defensas, a pesar de que la fuerza imprimida en el chut no lograra desplazar un balón antiguo a más de cuatro metros. Dicen que así el fútbol es más espectacular, quizá estén en lo cierto, pero seguro que es más falso. Menos real. Con una virtualidad digna de los tiempos devaluados que estamos viviendo.

Cuando pienso en el balón, siempre huyo a mi Mestalla mental, donde el esférico esperaba en el centro del campo, sobre el punto blanco de cal, durante los descansos a que saltara al campo para chutarlo. Y me acuerdo de la locura que desatada por Kempes y Diarte lanzando balones a la grada, como regalo, en los desplazamientos, como si intentaran ganar a los aficionados contrarios para la causa valencianista. Pero aquella presencia amigable del balón ya es historia. Los nuevos fichajes suelen de forma habitual lanzar a los aficionados algún balón en su presentación, un papel de comparsa digno de su esplendor perdido. Ahora son de colorines, los cambian a mitad de temporada. Los hay naranjas por si nieva, de diseño y color diferente según el patrocinador de la liga en la que estemos. Utilizado como soporte comercial. Vendido al mejor postor. Eso sí, el linaje del esférico ha tomado carta de nobleza con su ascenso al Olimpo de la comunicación. El logotipo de la UEFA Champions League es la versión consolidada e icónica del balón impostor.


Francisco García
Socio del Valencia CF
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5 comentaris:

Anònim ha dit...

En las primeras presentaciones que vi de pequeño tiraban 100 balones como mínimo a la grada, aquellas presentaciones gratuitas en Mestalla que consistian en un entrenamiento y en hacer una foto oficial. Nunca me ha dado un balonazo en la grada de Mestalla, ahora ya lo veo difícil sentandome en la grada de la mar, conocida también por grada a fer la mà.

Anònim ha dit...

Jo recorde els balons Tango dels 80. Me'n regalaren un per a la comunió. Quan interceptava algún xut amb la cuixa o la canella, el Tango deixava una visible marca roja que tardava un parell de minuts en desaparéixer...

Molt bon post.

V. Chilet

Oxímoron ha dit...

Aprovechando que hablamos de balones, ¿alguien podría repasar en líneas generales las convenciones establecidas acerca del color y la forma del balón del escudo del VFC-VCF durante la historia del club?
Por cierto, yo también tuve un balón Tango, me lo regalaron en mi Comunión, firmado por la plantilla de la temporada 90-91, aunque quizás manufacturó Españeta los autógrafos, jejeje!
Obviamente la ilusión que causó estaba a prueba de cualquier suspicacia.
Mi esférico favorito por su jugabilidad fue el Etrusco. Con él tiraba las faltas como el Mijatovic de 1993. Luego llegó el Questra, que tampoco funcionaba nada mal, y después ya me pierdo, hasta el punto de que los balones actuales me parecen asépticos y me dan la impresión de ser tan ligeros como los Super Tele de plástico con los que jugábamos a veces en la calle.

kawligas ha dit...

Muy interesante el apunte de Oximoron, ya que si bien, el escudo ha sufrido leves variaciones, el elemento variable ha sido el baloncito. Voto sí a la moción

Pedro ha dit...

¡Los balones de costuras de cuando éramos pequeños! Desde luego, me hubiera gustado ver con ellos a los "cracks" actuales...