De copas con el Barça
Antes que nada, me gustaría explicar porqué soy fanático nervioso pero tolerante del FC Barcelona y no del Recreativo de Huelva (un equipo que me gusta porque tiene nombre de bar de periferia), ni del Hércules (cuya mitológica y masculina sonoridad me recuerda a un antro gay) ni del Levante (al que sólo le falta una sílaba, dado mis problemas actuales de disfunción eréctil, para estimularme: Levántate.)
Hijo de exilado valenciano, emigré a España en 1979, procedente de la fría Bogotá (Colombia) para estudiar en la Facultad de Filología en la rama de Literatura Española. En mi país de origen era seguidor del Santa Fe (algo así como el Arsenal o el Atlético de Madrid, un equipo sin suerte, muy de bohemios dipsómanos, artistas fracasados e intelectuales amargados) y acérrimo enemigo de Millonarios (donde jugó Di Stéfano en los cincuenta, el equipo de los nuevos ricos, convertido en Millonarcos, cuando el boom de la coca). Prefería Santa Fe porque vestía de rojo (como el Arsenal) y detestaba a Millonarios porque su uniforme era azul (como el Getafe o el Chelsea). Una simple cuestión estética. Al llegar a Valencia y por mis orígenes familiares, lo lógico es que me hiciese fan del Valencia, pero el equipo de la capital no me convenció: vestía de blanco inmaculado de lavadora en aquel entonces, sus dirigentes eran en su mayoría unos carcamales y sólo me entusiasmaba la presencia de Kempes. Desde el principio, me gustó el Barcelona, pero no porque hubiese sido bastión simbólico contra el franquismo durante décadas o porque fuese la opción futbolística de muchos de aquellos incautos que proclamaban aquello de “¡Pais Valencià, lliure i socialista!” Me hice del Barça, porque me gustó el uniforme blaugrana, aunque estoy convencido de que la combinación cromática de rayas en rojo y azul no la firmaría Giorgio Armani. Otra vez, una cuestión estética. Mi inclinación por el Barça se convirtió en fanatismo después de la final de la Recopa de 1982 que ganó el equipo catalán contra el Stándard de Lieja por 2-1, con goles de Quini y el pigmeo danés Simonsen. El Barcelona jugaba bien y lo sigue haciendo.
En aquellos años ochenta, creo que el Barça ganó tres Copas del Rey, pero ya ni me acuerdo, porque posiblemente debí ver los partidos en alguna tasca universitaria y en época de exámenes, bien aderezado de cervezas y ginebras con tónica. Curiosamente, tan sólo recuerdo la que perdió contra el Athletic de Bilbao en 1984, con la gresca aquella en la que intervino Maradona-Metadona. Más nítido recuerdo tengo de las finales de la Copa del Rey que jugó el F.C Barcelona durante los años noventa en Mestalla (otro nombre que me gusta, porque me recuerda a mis momentos de mi más álgida excitación erótica: me estalla), porque ya no era un estudiante alocado sino un probo funcionario. La final en Mestalla de 1990 contra el Real Madrid, que ganó el Barça 2-0, la recuerdo porque eran los inicios del Dream Team de Cruyff y porque lo vi en un bar de Benimaclet lleno de barcelonistas empapados en alcohol. Lo que no recuerdo es quienes metieron los goles ni tampoco el número de cervezas que entraron en mi portería. Sí que recuerdo, ocho años después, una final con prórroga del Barça contra el Mallorca. La recuerdo por aquello de las penas máximas y el exceso de cervezas a las que te obligan partidos tan prolongados.
Tanto en la final de 1990 como en la de 1998 no se me ocurrió ir a Mestalla a ver a mi equipo. En realidad, tan sólo he acudido en una ocasión a Mestalla y porque fui de gorra con unas invitaciones gratuitas de Antena 3. Fue en una semifinal del Valencia contra el Real Madrid, que más bien me pareció un alocado partido de tenis, ya que los valencianos le endosaron a los de la meseta un humillante 6-0. No recuerdo el año, pero me parece que fue el mismo en el que el Valencia perdió luego la Copa en un partido interruptus por la lluvia contra el Deportivo de la Coruña. A mí es que me gusta ver el fútbol en la tele y con una barra cercana. Es que siento tanto los colores que me deshidrato con el sufrimiento. Ahora, creo que el Barça vuelve a jugar en Mestalla contra el Athletic de Bilbao (también me gusta su uniforme a rayas y los apellidos cacofónicos de sus jugadores). Tan sólo espero que no acaben a tortazo limpio como en el 84 y que por supuesto gane el Barça, que tantas copas me ha deparado en esta vida.
Lucas Soler
Aficionado del FC Barcelona
·
16 de maig de 1926. Primera final de Copa disputada al Camp de Mestalla. FC Barcelona 2 - Club Atlético de Madrid 1.
Antes que nada, me gustaría explicar porqué soy fanático nervioso pero tolerante del FC Barcelona y no del Recreativo de Huelva (un equipo que me gusta porque tiene nombre de bar de periferia), ni del Hércules (cuya mitológica y masculina sonoridad me recuerda a un antro gay) ni del Levante (al que sólo le falta una sílaba, dado mis problemas actuales de disfunción eréctil, para estimularme: Levántate.)
Hijo de exilado valenciano, emigré a España en 1979, procedente de la fría Bogotá (Colombia) para estudiar en la Facultad de Filología en la rama de Literatura Española. En mi país de origen era seguidor del Santa Fe (algo así como el Arsenal o el Atlético de Madrid, un equipo sin suerte, muy de bohemios dipsómanos, artistas fracasados e intelectuales amargados) y acérrimo enemigo de Millonarios (donde jugó Di Stéfano en los cincuenta, el equipo de los nuevos ricos, convertido en Millonarcos, cuando el boom de la coca). Prefería Santa Fe porque vestía de rojo (como el Arsenal) y detestaba a Millonarios porque su uniforme era azul (como el Getafe o el Chelsea). Una simple cuestión estética. Al llegar a Valencia y por mis orígenes familiares, lo lógico es que me hiciese fan del Valencia, pero el equipo de la capital no me convenció: vestía de blanco inmaculado de lavadora en aquel entonces, sus dirigentes eran en su mayoría unos carcamales y sólo me entusiasmaba la presencia de Kempes. Desde el principio, me gustó el Barcelona, pero no porque hubiese sido bastión simbólico contra el franquismo durante décadas o porque fuese la opción futbolística de muchos de aquellos incautos que proclamaban aquello de “¡Pais Valencià, lliure i socialista!” Me hice del Barça, porque me gustó el uniforme blaugrana, aunque estoy convencido de que la combinación cromática de rayas en rojo y azul no la firmaría Giorgio Armani. Otra vez, una cuestión estética. Mi inclinación por el Barça se convirtió en fanatismo después de la final de la Recopa de 1982 que ganó el equipo catalán contra el Stándard de Lieja por 2-1, con goles de Quini y el pigmeo danés Simonsen. El Barcelona jugaba bien y lo sigue haciendo.
En aquellos años ochenta, creo que el Barça ganó tres Copas del Rey, pero ya ni me acuerdo, porque posiblemente debí ver los partidos en alguna tasca universitaria y en época de exámenes, bien aderezado de cervezas y ginebras con tónica. Curiosamente, tan sólo recuerdo la que perdió contra el Athletic de Bilbao en 1984, con la gresca aquella en la que intervino Maradona-Metadona. Más nítido recuerdo tengo de las finales de la Copa del Rey que jugó el F.C Barcelona durante los años noventa en Mestalla (otro nombre que me gusta, porque me recuerda a mis momentos de mi más álgida excitación erótica: me estalla), porque ya no era un estudiante alocado sino un probo funcionario. La final en Mestalla de 1990 contra el Real Madrid, que ganó el Barça 2-0, la recuerdo porque eran los inicios del Dream Team de Cruyff y porque lo vi en un bar de Benimaclet lleno de barcelonistas empapados en alcohol. Lo que no recuerdo es quienes metieron los goles ni tampoco el número de cervezas que entraron en mi portería. Sí que recuerdo, ocho años después, una final con prórroga del Barça contra el Mallorca. La recuerdo por aquello de las penas máximas y el exceso de cervezas a las que te obligan partidos tan prolongados.
Tanto en la final de 1990 como en la de 1998 no se me ocurrió ir a Mestalla a ver a mi equipo. En realidad, tan sólo he acudido en una ocasión a Mestalla y porque fui de gorra con unas invitaciones gratuitas de Antena 3. Fue en una semifinal del Valencia contra el Real Madrid, que más bien me pareció un alocado partido de tenis, ya que los valencianos le endosaron a los de la meseta un humillante 6-0. No recuerdo el año, pero me parece que fue el mismo en el que el Valencia perdió luego la Copa en un partido interruptus por la lluvia contra el Deportivo de la Coruña. A mí es que me gusta ver el fútbol en la tele y con una barra cercana. Es que siento tanto los colores que me deshidrato con el sufrimiento. Ahora, creo que el Barça vuelve a jugar en Mestalla contra el Athletic de Bilbao (también me gusta su uniforme a rayas y los apellidos cacofónicos de sus jugadores). Tan sólo espero que no acaben a tortazo limpio como en el 84 y que por supuesto gane el Barça, que tantas copas me ha deparado en esta vida.
Lucas Soler
Aficionado del FC Barcelona
·
1 comentari:
La semifinal del 6-0 al Madrid, va ser l'any 1999 i el València guanyà la final en Sevilla davant l'Atletico de Madrid.
Josep Bosch.
Publica un comentari a l'entrada