dimarts, 12 de maig del 2009

Campions de Copa a Mestalla. Real Madrid CF

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Cada gringo tiene su México

Crecí en el disimulo y la impostura; no mires a los ojos de la gente, que no sepan tu terrible secreto, que no huelan el miedo ni sepan lo que sientes. Ser del Madrid en Xàbia fue fácil, casi un desmayo aristocrático. Total Valencia estaba tan lejos, simbólica y físicamente, como Madrid o Barcelona, así que por ahí no había motivos. Tampoco familiares. Ser del Madrid era crear una distancia con mis compañeros del Valencia. Cuando se discutía de fútbol se discutía sólo entre Madrid y Barça, lo demás eran chiquilladas, monerías de patio y pantalones cortos que eran inmediatamente aplacadas. ¿Me creerán si digo que contra esas intromisiones se establecieron espurias hermandades entre blancos y blaugranas? Fueron años suaves; primero la quinta del Buitre, luego el Dream Team, luego Antena 3. Nos repartíamos los títulos y las afrentas, los 5-0 se fueron y se vinieron en puente aéreo con Laudrup a los dos lados, acabó la era Mendoza, llegó Lorenzo Sanz, Valdano sentó a Butragueño y de pronto eso era el tiempo. Entre medias sin noticias del murciélago.

Pero cada gringo tiene su México. Un día del lejano 1997 subí a un autobús de Alsa, entonces Ubesa, y crucé la barrera simbólica de la autopista para no volver nunca más. Ahora digo que soy de allí, pero no soy. Ahora niego ser de aquí, pero de algún modo soy.

Mi primer piso en Valencia estuvo en la calle Micer Mascó, a la altura del número 10, sobre un rugiente lavadero de coches que durante dos años veló por la puntualidad de mi despertar. Aquella casa perteneció a un jugador del Valencia CdF, pero no recuerdo cuál. Ninguno de los náufragos que armamos allí nuestra balsa y nuestra palmera estábamos interesados en saberlo. Frente a nuestra ventana, en aquel primer septiembre, las jovencitas más champán entraban y salían del colegio con la cartera al hombro y el corazón recién nacido bajo la falda. Qué mierda nos iba a importar. Pero Mestalla estaba cerca, demasiado cerca. También la marcha de Pedja Mijatovic. Muchas tardes de domingo en Valencia – sin novia para follar, sin dinero para salir, sin ganas de estudiar – la tristeza se vino en forma de rugido. Desde mi ventana se escuchaba el clamor de la grada de Mestalla y una tarde, creo que contra el Racing de Santander, me calcé los seis goles del Valencia, uno tras otro, mientras buscaba en vano un cigarrillo entre los cojines del sofá y al Madrid le daba por empatar en algún lejano campo. Malos tiempos.

No contento, me acerqué al monstruo. Mestalla es un campo feo. Querido para muchos, un pedazo de la historia de su corazón, un sagrado Kamchatka de su memoria, sí, pero feo. Me hacía pensar en una nave espacial derribada en alguna guerra remota, una vértebra de dinosaurio polvorienta, una cementera abandonada. Volví. Mi siguiente piso estuvo en Alfonso de Córdoba, perpendicular a la avenida de Suecia. Entonces era como estar allí dentro. Había que cerrar las ventanas para que el aliento de la grada no penetrase en el salón. Yo ya me había habituado a los domingos en la ciudad, y encontraba placentero pasear por los aledaños del estadio antes del partido. Decía la leyenda que a veces viejos solitarios invitaban a jóvenes solitarios a ver el fútbol a cambio de un poco de conversación. Nunca sucedió.

Después Mestalla me ha proporcionado momentos de secreta felicidad y perversiones que sólo ahora confieso. ¿Se acuerdan de Gracia Redondo? Yo sí. Fue el árbitro que robó al Real Madrid una de las ligas de Tenerife. Bien, años después, Vicent Chilet me invitó a acompañarlo a Mestalla a ver al Valencia contra cualquier equipo de la zona media baja de la tabla. Aquella tarde pitaba Gracia Redondo. Se equivocó en todo. En lo mortal y lo venial. Desquició a los dos equipos y de pronto todo Mestalla empezó a corear Gracia Redondo, hijo de puta. Me sumé a aquel grito. Grité más fuerte que nadie, sólo que yo esta fuera de aquel partido y aquel tiempo, gritaba a miles de kilómetros, en Tenerife, y el odio estaba intacto. Mestalla me brindó una revancha íntima y anacrónica.

También allí vi a Hugo Sánchez, despedí a Santillana, aplaudí a Zidane, me consternó Ronaldo, me maravilló Mendieta. Jamás vi ganar al Madrid en su estadio.

El episodio que sin duda me marcó con más fuerza fue casual. Casi casual. Desde la marcha de Pedja Mijatovic, y sazonado con el penalty de Marchena a Raúl en el Bernabéu – jamás un error arbitral se instrumentalizó de manera más efectiva – las posturas eran irreconciliables. También la pujanza del Valencia contribuyó a eso. Me juran que desde Paco Roig el Valencia alcanzó un grado de autoestima que divorció a sus seguidores de peligrosos coqueteos, más o menos privados, con las viejas oligarquías. La llegada de Florentino Pérez a la casa blanca lo empeoró todo. Aquel Madrid pudo haber sido algo maravilloso, pero se quedó en un intento antipático. A nosotros todo nos sabía a poco (tres Copas de Europa en cinco años pueden hacer más mal que bien al imaginario colectivo) y a ustedes todo les sabía a exceso. En esas llegó el centenario blanco. Que se pare el mundo, gritó Florentino. Pero ustedes no nos hicieron caso. Indecorosamente, unilateralmente, decidieron ganar la liga de la mano de un por entonces casi desconocido Benítez. La noche de autos yo había bajado con un amigo a tomar una cerveza. A la vuelta nos vimos envueltos en la marea de la avenida de Suecia. Madridista el que no bote, sentenciaron. Y no boté. Les hemos jodido el puto centenario, cantaron. Y canté. Todavía hoy no sé qué me pudo pasar. Pero aquellas seis palabras me subieron a la garganta sin que pudiera detenerlas. Síndrome de Estocolmo, diagnostiqué al día siguiente. Justicia poética mascullé más tarde. No se extrañen, si no fuera masoquista sería del Valencia en Valencia y no un soldadito que se mantiene en esta posición de vanguardia perdida hace tanto. Y sin que envíen mantas, munición ni alimentos desde la comandancia.

Y la Copa. ¡Ah, la Copa! La Copa del 93. Aquel verano yo tenía el brazo roto y vi el partido en un pequeño televisor con interferencias en casa de mis tíos. Mestalla nos acogió de buen grado, pero lo que pensábamos que sería una amante dócil y complaciente nos largó una factura que 16 años después aún seguimos pagando. Hay amantes arteras que te despluman una noche y hay mujeres sabias que te dejan sin nada.


Josep Vicent Miralles
Seguidor del Real Madrid
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11 comentaris:

Anònim ha dit...

Excel.lent contribució amic Miralles. Jo també crec que Mestalla es molt lleig.

gràcies.

BT

Anònim ha dit...

Genial Miralles, com de costum.

El pis de Micer Mascó crec que va pertànyer, segons comentares en aquella època, a Sánchez Lage.

V. Chilet

kawligas ha dit...

El Mestalla previo a la guerra civil era coqueto y estiloso, y de una arquitectura deportiva inglesa memorable. A años-luz del actual batiburrillo de estilos y tendencias, emulando a nuestra Seu capitalina

V Molins ha dit...

Divertidísimo el momento Gracia Redondo, aunque no tanto como la resolución del penalti Marchena-Raúl.

(Y sí, Mestalla es muy feo, pero tiene su polvazo).

Anònim ha dit...

Molt bona Miralles. Encara que podries haver contat la teua experiència a Mestalla amb Silvia Tomás quan el VCF guanyà la Lliga 04. Memorable

Abraços

José Ricardo March

Anònim ha dit...

Muy buen artículo, divertido y madridista. Las tardes de domingo escuchando rugir Mestalla desde tu habitación debieron ser memorables.
Mestalla sí, es semejante a una fábrica de cemento, pero en realidad se ha convertido en una fábrica de sueños.

Anònim ha dit...

Pues sí, JR, el episodio Silvia Tomás en los aledaños de Mestalla merecía ser contado. Todavía se me ponen los pelos como escarpias, oiga.

Abrazos a todos y gracias por recibirme así de bien en su casa.

Josep Vicent Miralles

Anònim ha dit...

Cuente, cuente. Al final lo que nos mola de verdad es el cotilleo. Y si hay mujeres por medio más todavía.

BT

Anònim ha dit...

Che, nano, em resulta estrany que als de la perifèria no vos agrade l´estètica del perdedor. Per què es feu del Madrit i no de, per eixemple, l´Elx?

Una abraçada

Alfred Picó

Anònim ha dit...

Home Alfred, la estètica del perdedor no és que ens agrade, és que no hi ha déu que ens la lleve de damunt. Aixina que fer-se del Valéncia seria perillós. Per això de que de la penitència al vici hi ha un pas. I a la perifèria, a les comarques, una altra cosa no serem, pero viciosos com d'ací a Roma. En quant a l'Elx... no està mal l'opció, dames, misteris i palmeres. Sembla quasi l'argument d'un capítul de corrupció en Miami. Mola. Per molt que la dama siga de pedra i el misteri siga sacre.

Un abraç ben fort.
Josep Vicent Miralles

Anònim ha dit...

El Elche tiene mucho rollito. Un clásico. En mi opinión, el segundo equipo del país.

BT