Hace ahora medio siglo Mestalla vio la luz por primera vez. La artificial, la que irradian los focos y permite jugar partidos nocturnos sin que el espectador pierda detalle. Poco después de aquel avance tecnológico, el Valencia instauró la sana costumbre de disputar sus partidos, en verano, primavera y principios del otoño, a las diez y media de la noche de los sábados. Mestalla se convirtió, gracias a aquella medida, en el único estadio del mundo en el que los partidos comenzaban un día y acababan al día siguiente, aunque el margen de tiempo que traspasaba el umbral de los días fuera digno de “Los cronocrímenes”.
Tan curioso horario ha gozado de un gran predicamento entre los aficionados valencianistas. Un encuentro a esa hora era equiparable a ir al cine con la pareja. Con una diferencia: al fútbol, en la mayoría de los casos, no se va con la pareja, sino con los amigos. Así que el plan era el perfecto. Comenzaba a las ocho de la tarde, hora prudente para salir de casa, y continuaba con la tradicional ingesta de alimentos ricos en colesterol (bocadillos de blanco y negro con habas y patatas, de calamares con all-i-oli o de sepia con chorreante mayonesa) regada con vino peleón o cerveza a granel, el imperdonable carajillo y un purito barato para experimentar la sensación de ser un ocupante de la tribuna del estadio. El partido venía después, con la bochornosa noche valenciana cayendo con toda su humedad sobre las gradas y el espíritu vivo de creer que esa temporada podríamos ganar algo.
Los partidos a las diez y media de la noche crearon alrededor de Mestalla una infraestructura de ocio singular. No en vano, los avispados empresarios valencianos entendieron muy pronto que cada dos semanas se reunían en el coliseo valencianista más de 30.000 personas ávidas de diversión. Bastaba esa cita quincenal para amortizar la inversión. Primeros fueron los bares, luego las tabernas y cafeterías, más tarde los restaurantes y ahora hay también locales donde ofrecen cenas para llevar. No tengo ninguna evidencia empírica, pero me atrevería a afirmar que ese horario nocturno también propició la apertura de locales donde se podía disfrutar del sexo a cambio de dinero.
Los puticlubs forman parte del paisaje de Mestalla desde que la noche se hizo valencianista. Si los clientes habituales de esos locales son casados insatisfechos, separados con poca suerte, jóvenes con pocas ganas de perder el tiempo ligando, noctámbulos enfarlopados, ejecutivos con canas voladoras, viajantes solitarios y pandillas de amigos con ansias de aventuras fugaces, ¿por qué no podían serlo también quienes salían de ver un partido de fútbol? Si el Valencia había ganado, la mejor forma de celebrarlo era con unas copas en el cuerpo y un polvo como reedición de los goles del equipo. Si había perdido, el aficionado buscaría el calor y la comprensión de una mujer anónima que no preguntaba y ayudaba a olvidar las penas con su cuerpo.
Durante años, las calles adyacentes a Mestalla acogieron dos o tres locales de alterne dispuestos a acoger a aquellos aficionados que buscaban diversión y sexo después de los partidos. Para muchos valencianistas, nombres como Las Divinas, Isa Divina o Bunny's han estado tan ligados al recuerdo de las noches de fútbol como los goles de Kempes, las carreras por la banda de Valdez o la templanza de Pepe Claramunt. Y mucho más que los resbalones de Welzl, las patadas de Aliaga o la desesperación que provocaban las “voltetas” de Castellanos.
La Liga de Fútbol Profesional y las televisiones mataron el sexo cerca de Mestalla. Los absurdos e impredecibles horarios de los partidos que se juegan ahora han fulminado una tradición que hacía buena aquella máxima popular de que el sábado es el día indicado para liberar los impulsos seminales. Sólo queda un local, el Bunny's, que ni siquiera abre muchos de los días en que hay partido.
Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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Tan curioso horario ha gozado de un gran predicamento entre los aficionados valencianistas. Un encuentro a esa hora era equiparable a ir al cine con la pareja. Con una diferencia: al fútbol, en la mayoría de los casos, no se va con la pareja, sino con los amigos. Así que el plan era el perfecto. Comenzaba a las ocho de la tarde, hora prudente para salir de casa, y continuaba con la tradicional ingesta de alimentos ricos en colesterol (bocadillos de blanco y negro con habas y patatas, de calamares con all-i-oli o de sepia con chorreante mayonesa) regada con vino peleón o cerveza a granel, el imperdonable carajillo y un purito barato para experimentar la sensación de ser un ocupante de la tribuna del estadio. El partido venía después, con la bochornosa noche valenciana cayendo con toda su humedad sobre las gradas y el espíritu vivo de creer que esa temporada podríamos ganar algo.
Los partidos a las diez y media de la noche crearon alrededor de Mestalla una infraestructura de ocio singular. No en vano, los avispados empresarios valencianos entendieron muy pronto que cada dos semanas se reunían en el coliseo valencianista más de 30.000 personas ávidas de diversión. Bastaba esa cita quincenal para amortizar la inversión. Primeros fueron los bares, luego las tabernas y cafeterías, más tarde los restaurantes y ahora hay también locales donde ofrecen cenas para llevar. No tengo ninguna evidencia empírica, pero me atrevería a afirmar que ese horario nocturno también propició la apertura de locales donde se podía disfrutar del sexo a cambio de dinero.
Los puticlubs forman parte del paisaje de Mestalla desde que la noche se hizo valencianista. Si los clientes habituales de esos locales son casados insatisfechos, separados con poca suerte, jóvenes con pocas ganas de perder el tiempo ligando, noctámbulos enfarlopados, ejecutivos con canas voladoras, viajantes solitarios y pandillas de amigos con ansias de aventuras fugaces, ¿por qué no podían serlo también quienes salían de ver un partido de fútbol? Si el Valencia había ganado, la mejor forma de celebrarlo era con unas copas en el cuerpo y un polvo como reedición de los goles del equipo. Si había perdido, el aficionado buscaría el calor y la comprensión de una mujer anónima que no preguntaba y ayudaba a olvidar las penas con su cuerpo.
Durante años, las calles adyacentes a Mestalla acogieron dos o tres locales de alterne dispuestos a acoger a aquellos aficionados que buscaban diversión y sexo después de los partidos. Para muchos valencianistas, nombres como Las Divinas, Isa Divina o Bunny's han estado tan ligados al recuerdo de las noches de fútbol como los goles de Kempes, las carreras por la banda de Valdez o la templanza de Pepe Claramunt. Y mucho más que los resbalones de Welzl, las patadas de Aliaga o la desesperación que provocaban las “voltetas” de Castellanos.
La Liga de Fútbol Profesional y las televisiones mataron el sexo cerca de Mestalla. Los absurdos e impredecibles horarios de los partidos que se juegan ahora han fulminado una tradición que hacía buena aquella máxima popular de que el sábado es el día indicado para liberar los impulsos seminales. Sólo queda un local, el Bunny's, que ni siquiera abre muchos de los días en que hay partido.
Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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6 comentaris:
En mi época de objetor me tocó un día ir a uno de esos garitos. Una triste historia con un triste final.
Por lo demás, gran post. Me encantaban ver las lucecitas desde la esquina de Bartleby en los partidos aburridos.
BT
Este mundo de polvete sabatino quedó muy bien descrito en la revista LIB sobre todo en los reportajes que hacía Luis Cantero. Los alrededores de la carretera de Sarriá tras los partidos del Apañó: pocos escapaban de la ritual visita a la guisquería.
Como diría alguien a quien conozco bien: "Sábado noche, gran escenario para meter".
Muy bueno, Paco
José Ricardo March
Magnífica descripción del carácter noctámbulo de Mestalla en toda su extensión.
Abramovich incrustó uno de esos clubes dentro del mismo Stamford Bridge. Tuve la inquietud de entrar, por curiosidad literaria-futbolística se entiende, pero desistí ante el desconocimiento de los posibles índices de Polonio 210 que pudieran pulular en su interior.
¿Alguien sabe ha visto ya cuáles son las actividades de los bajos (comerciales) de los aledaños del futuro estadio).
V. Chilet
Gran article, Paco.
Per cert, crec que el club està estudiant la possibilitat de reubicar algun d'estos "bars de llumenetes" en lloc d'un museu, al nou Mestalla. Ja es sap que els ingressos atípics en estos moments són prioritatis jajaja.
Josep Bosch.
Inolvidable la inaguración de la Plaça del VCF antes de un VCF-RMCF de 1994, con Rita y Paco Roig descubriendo la placa conmemorativa bajo el llamativo cartel del Club Darling.
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