Alineació de l'AC Torino a Mestalla en l'homenatge a Puchades. El tercer jugador de peu per l'esquerra és Faas Wilkes.
Sábado, 20 de junio de 1953
Yo, Luigi Giuliano, delantero del Torino, no subí a aquel avión. No viajé a Lisboa, aquel fatídico mayo de hace poco más de cuatro años. Había debutado esa misma temporada en el Toro, el gran Torino de Mazzola, Ossola, Maroso, Menti, los hermanos Ballarin, Bacigalupo... El equipo que maravillaba con su juego al mundo entero y encadenaba cuatro «scudetti» consecutivos, y un quinto en total franquicia, a falta sólo de una victoria. El Toro era el gran orgullo de una Italia que se levantaba, y sigue levantándose, a duras penas en los tiempos de tanta escasez de la postguerra.
Yo llevaba disputados cuatro partidos con el primer equipo, cuando Egri Erbstein, «Sor Ernesto», nuestro entrenador, nos comunicó, a mi y a un tal Kubala, un joven refugiado, compatriota del mister, que estaba a prueba en el equipo, que formaríamos parte de la expedición que jugaría el amistoso en Portugal.
Era mi gran oportunidad para reivindicarme en un «match» internacional con el legendario Toro. Hasta ese momento, el simple hecho de compartir vestuario y entrenamientos con compañeros a los que consideraba mis ídolos era, ya de por sí, un privilegio. Valentino, el capitán, era como un padre para los más jóvenes. Nos trataba con exquisita amabilidad, era uno más, y cada día nos regalaba algún sabio consejo. La sola idea de integrar una de las cinco plazas de la delantera con él en Lisboa, en mi primer viaje al extranjero, me impidió pegar ojo la noche previa al viaje. Era la consecución de un sueño. Una felicidad que quería compartir con mis padres, que tantos sacrificios habían hecho por mi y mis hermanos, dejando nuestra desolada Sicilia para buscarse un futuro un poco más digno en las fábricas del próspero norte...
El mundo se me cayó encima cuando, ya en el aeropuerto, me quedé en tierra al no disponer de pasaporte. Varios jugadores trataron de mediar, pero ni la intimidación que causaba su celebridad logró torcer la opinión de los funcionarios de la terminal, que se excusaron parapetándose en los problemas que nos podrían plantear las autoridades portuguesas. «No llores, hijo, habrá más partidos. Cuando regresemos de Lisboa, convenceré a Erbstein para que te dé alguna oportunidad. Tal vez ante el Génova, en el próximo encuentro en el Filadelfia. Ese día, chico, ganarás tu primer campeonato con el Toro y será una alegría que no olvidarás mientras vivas». Recuerdo nítidamente estas palabras de Renato Casalbore, director de Tuttosport, que se había presentado en el aeropuerto para cubrir la salida del equipo y, de rebote, había encontrado una butaca disponible en el avión. La mía. El presidente, el señor Ferruccio Novo, en la cama con gripe, y el chaval Kubala, todavía sin ficha, tampoco viajaron.
No sólo jugué ante el Génova. También lo hice en los tres encuentros restantes de aquel campeonato maldito. Contra el Palermo, la Sampdoria y la Fiorentina. Me convertí en el capitán de un equipo repleto de futbolistas juveniles. Nuestros adversarios, en señal de respeto a los caídos, también alinearon jugadores del equipo «primavera». De aquel Toro posterior al desastre apenas quedamos Gianmarinaro y yo. A muchos de los chavales que jugaron los cuatro partidos finales de la 48/49 les hemos perdido la pista, incapaces de superar el trauma de sustituir a las cenizas del irrepetible Toro.
No hace falta que rememore, querido diario, lo que pasó en la colina de Superga. El recuerdo queda tan reciente que me ha impedido enfrentarme a él, ni aunque sólo sea escribiendo… Toda Italia sigue conmocionada, paralizada por aquella desgracia. Como si el tiempo se hubiese detenido a las cinco de la tarde de aquel 4 de mayo de 1949, y todo lo que hubiera venido después fuese irreal y fantasmagórico. Basta con recordar que nuestra «Nazionale» viajó en barco a los pasados mundiales de Brasil…
Hoy, en cambio, he vuelto a sentirme con fuerzas para recordar al Gran Torino. Escribo desde la terraza del hostal en el que nos hospedamos en Valencia. Ya es de noche, muy tarde. Todos duermen, menos el presidente Novo, que negocia el traspaso de Wilkes. Sí, nos abandona Faas. Ahora contaré cómo se ha desencadenado todo. Una agradable brisa procedente del mar alivia el bochornoso calor que hemos sufrido desde que aterrizáramos, ayer viernes. En Valencia sopla un hostil «scirocco» que me evoca nuestra lejana infancia en Trapani.
Me he acordado del Gran Torino y de Lisboa porque hace unas pocas horas hemos jugado contra el Valencia. El amistoso era un homenaje a su futbolista Antonio Puchades, como de la misma manera el partido contra el Benfica sirvió para rendir honores al capitán Françisco Ferreira. Y, como en Lisboa, perdimos. Esta tarde, 4-1. El público ha recibido con grandes aplausos a Puchades, con el que intercambié banderines después de que le fuera entregada una medalla. Al parecer, por lo que nos comentaban en el túnel de vestuarios, se ha montado un gran escándalo porque ha sido descartado por el seleccionador español para los próximos encuentros internacionales.
Nos han tratado de maravilla. A nuestra llegada al aeropuerto, los señores Colina, Peris y Cubells, representantes del Valencia, nos han recibido y han dialogado animadamente con el presidente Novo y el resto de los directivos. Por lo que han entendido nuestros dirigentes, les han contado que el Valencia, como el Toro en Italia, fue el mejor equipo de España en la década pasada, que proyectan una gran ampliación de Mestalla, su estadio, y que el Valencia se fundó en un bar llamado Torino. ¡Qué curiosa coincidencia!. El Torino sigue despertando la misma admiración, pese a que ahora somos un club que, de repente, debe luchar por no retroceder a la Serie B. Conmueve comprobar cómo se aprecia la memoria del Gran Torino, no sólo en Valencia, sino también en el resto del mundo. El año pasado de la Argentina vino el River Plate a jugar un partido benéfico para recaudar fondos para las viudas e hijos de nuestros compañeros desaparecidos. El Corinthians brasileño jugó durante un tiempo con la casaca grana, en nuestro honor.
El Valencia, con Puchades al frente, ha jugado un soberano partido, con mucha intensidad y sacrificio. No parecía en nada un amistoso. Puchades, del que recuerdo que fue seleccionado en el once ideal del último Mundial, ha rendido al máximo. Ha formado una barrera infranqueable en la media con Pasieguito. El zurdo, Seguí, nos ha creado muchísimos problemas. Nunca nos hemos sentido cómodos y hemos caído con todo merecimiento.
El honor del Torino lo ha salvado Wilkes, nuestro veterano genio holandés. Es cierto que, en esta campaña, su rendimiento en el Toro no se ha adaptado a las expectativas que despertó su fichaje. Le han perjudicado las lesiones y no ha acabado de ser el aristocrático «fuoriclasse» que triunfara en el Inter. Hoy, en cambio, ha sacado a relucir todo su amplio repertorio de elegantes regates. El público ha enloquecido con Faas, y en las curvas se coreaban sus recortes. Su actuación ha encandilado tanto que los hinchas han reclamado al palco su contratación. ¡Y es posible que no regrese con nosotros mañana y fiche por el Valencia!. Parece que Novo ultima los detalles con los directivos españoles.
Mestalla es un campo bonito, majestuoso y familiar al mismo tiempo, parecido al Fila. Este desplazamiento ha sido una grata experiencia. Como sugería el señor Colina, este partido tendría que haberse jugado cinco años atrás, con los dos clubes en la cima. Este estadio habría sido un marco perfecto para desplegar la potencia de Dino y Aldo Ballarin, Rigamonti o Loik, el talento de Maroso y Ossola, el oficio de Grezar y Menti, los reflejos felinos de Bacigalupo y la ominipresencia de nuestro capitán, don Valentino Mazzola.
…Y Renato Casalbore habría escrito una bellísima crónica.
Yo, Luigi Giuliano, delantero del Torino, no subí a aquel avión, pero en Mestalla, con Puchades y Wilkes, me he imaginado jugando en Lisboa al lado de nuestros campeones inmortales.
Forza Cuore Toro!
Vicent Chilet
Socio del Valencia CF
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Yo, Luigi Giuliano, delantero del Torino, no subí a aquel avión. No viajé a Lisboa, aquel fatídico mayo de hace poco más de cuatro años. Había debutado esa misma temporada en el Toro, el gran Torino de Mazzola, Ossola, Maroso, Menti, los hermanos Ballarin, Bacigalupo... El equipo que maravillaba con su juego al mundo entero y encadenaba cuatro «scudetti» consecutivos, y un quinto en total franquicia, a falta sólo de una victoria. El Toro era el gran orgullo de una Italia que se levantaba, y sigue levantándose, a duras penas en los tiempos de tanta escasez de la postguerra.
Yo llevaba disputados cuatro partidos con el primer equipo, cuando Egri Erbstein, «Sor Ernesto», nuestro entrenador, nos comunicó, a mi y a un tal Kubala, un joven refugiado, compatriota del mister, que estaba a prueba en el equipo, que formaríamos parte de la expedición que jugaría el amistoso en Portugal.
Era mi gran oportunidad para reivindicarme en un «match» internacional con el legendario Toro. Hasta ese momento, el simple hecho de compartir vestuario y entrenamientos con compañeros a los que consideraba mis ídolos era, ya de por sí, un privilegio. Valentino, el capitán, era como un padre para los más jóvenes. Nos trataba con exquisita amabilidad, era uno más, y cada día nos regalaba algún sabio consejo. La sola idea de integrar una de las cinco plazas de la delantera con él en Lisboa, en mi primer viaje al extranjero, me impidió pegar ojo la noche previa al viaje. Era la consecución de un sueño. Una felicidad que quería compartir con mis padres, que tantos sacrificios habían hecho por mi y mis hermanos, dejando nuestra desolada Sicilia para buscarse un futuro un poco más digno en las fábricas del próspero norte...
El mundo se me cayó encima cuando, ya en el aeropuerto, me quedé en tierra al no disponer de pasaporte. Varios jugadores trataron de mediar, pero ni la intimidación que causaba su celebridad logró torcer la opinión de los funcionarios de la terminal, que se excusaron parapetándose en los problemas que nos podrían plantear las autoridades portuguesas. «No llores, hijo, habrá más partidos. Cuando regresemos de Lisboa, convenceré a Erbstein para que te dé alguna oportunidad. Tal vez ante el Génova, en el próximo encuentro en el Filadelfia. Ese día, chico, ganarás tu primer campeonato con el Toro y será una alegría que no olvidarás mientras vivas». Recuerdo nítidamente estas palabras de Renato Casalbore, director de Tuttosport, que se había presentado en el aeropuerto para cubrir la salida del equipo y, de rebote, había encontrado una butaca disponible en el avión. La mía. El presidente, el señor Ferruccio Novo, en la cama con gripe, y el chaval Kubala, todavía sin ficha, tampoco viajaron.
No sólo jugué ante el Génova. También lo hice en los tres encuentros restantes de aquel campeonato maldito. Contra el Palermo, la Sampdoria y la Fiorentina. Me convertí en el capitán de un equipo repleto de futbolistas juveniles. Nuestros adversarios, en señal de respeto a los caídos, también alinearon jugadores del equipo «primavera». De aquel Toro posterior al desastre apenas quedamos Gianmarinaro y yo. A muchos de los chavales que jugaron los cuatro partidos finales de la 48/49 les hemos perdido la pista, incapaces de superar el trauma de sustituir a las cenizas del irrepetible Toro.
No hace falta que rememore, querido diario, lo que pasó en la colina de Superga. El recuerdo queda tan reciente que me ha impedido enfrentarme a él, ni aunque sólo sea escribiendo… Toda Italia sigue conmocionada, paralizada por aquella desgracia. Como si el tiempo se hubiese detenido a las cinco de la tarde de aquel 4 de mayo de 1949, y todo lo que hubiera venido después fuese irreal y fantasmagórico. Basta con recordar que nuestra «Nazionale» viajó en barco a los pasados mundiales de Brasil…
Hoy, en cambio, he vuelto a sentirme con fuerzas para recordar al Gran Torino. Escribo desde la terraza del hostal en el que nos hospedamos en Valencia. Ya es de noche, muy tarde. Todos duermen, menos el presidente Novo, que negocia el traspaso de Wilkes. Sí, nos abandona Faas. Ahora contaré cómo se ha desencadenado todo. Una agradable brisa procedente del mar alivia el bochornoso calor que hemos sufrido desde que aterrizáramos, ayer viernes. En Valencia sopla un hostil «scirocco» que me evoca nuestra lejana infancia en Trapani.
Me he acordado del Gran Torino y de Lisboa porque hace unas pocas horas hemos jugado contra el Valencia. El amistoso era un homenaje a su futbolista Antonio Puchades, como de la misma manera el partido contra el Benfica sirvió para rendir honores al capitán Françisco Ferreira. Y, como en Lisboa, perdimos. Esta tarde, 4-1. El público ha recibido con grandes aplausos a Puchades, con el que intercambié banderines después de que le fuera entregada una medalla. Al parecer, por lo que nos comentaban en el túnel de vestuarios, se ha montado un gran escándalo porque ha sido descartado por el seleccionador español para los próximos encuentros internacionales.
Nos han tratado de maravilla. A nuestra llegada al aeropuerto, los señores Colina, Peris y Cubells, representantes del Valencia, nos han recibido y han dialogado animadamente con el presidente Novo y el resto de los directivos. Por lo que han entendido nuestros dirigentes, les han contado que el Valencia, como el Toro en Italia, fue el mejor equipo de España en la década pasada, que proyectan una gran ampliación de Mestalla, su estadio, y que el Valencia se fundó en un bar llamado Torino. ¡Qué curiosa coincidencia!. El Torino sigue despertando la misma admiración, pese a que ahora somos un club que, de repente, debe luchar por no retroceder a la Serie B. Conmueve comprobar cómo se aprecia la memoria del Gran Torino, no sólo en Valencia, sino también en el resto del mundo. El año pasado de la Argentina vino el River Plate a jugar un partido benéfico para recaudar fondos para las viudas e hijos de nuestros compañeros desaparecidos. El Corinthians brasileño jugó durante un tiempo con la casaca grana, en nuestro honor.
El Valencia, con Puchades al frente, ha jugado un soberano partido, con mucha intensidad y sacrificio. No parecía en nada un amistoso. Puchades, del que recuerdo que fue seleccionado en el once ideal del último Mundial, ha rendido al máximo. Ha formado una barrera infranqueable en la media con Pasieguito. El zurdo, Seguí, nos ha creado muchísimos problemas. Nunca nos hemos sentido cómodos y hemos caído con todo merecimiento.
El honor del Torino lo ha salvado Wilkes, nuestro veterano genio holandés. Es cierto que, en esta campaña, su rendimiento en el Toro no se ha adaptado a las expectativas que despertó su fichaje. Le han perjudicado las lesiones y no ha acabado de ser el aristocrático «fuoriclasse» que triunfara en el Inter. Hoy, en cambio, ha sacado a relucir todo su amplio repertorio de elegantes regates. El público ha enloquecido con Faas, y en las curvas se coreaban sus recortes. Su actuación ha encandilado tanto que los hinchas han reclamado al palco su contratación. ¡Y es posible que no regrese con nosotros mañana y fiche por el Valencia!. Parece que Novo ultima los detalles con los directivos españoles.
Mestalla es un campo bonito, majestuoso y familiar al mismo tiempo, parecido al Fila. Este desplazamiento ha sido una grata experiencia. Como sugería el señor Colina, este partido tendría que haberse jugado cinco años atrás, con los dos clubes en la cima. Este estadio habría sido un marco perfecto para desplegar la potencia de Dino y Aldo Ballarin, Rigamonti o Loik, el talento de Maroso y Ossola, el oficio de Grezar y Menti, los reflejos felinos de Bacigalupo y la ominipresencia de nuestro capitán, don Valentino Mazzola.
…Y Renato Casalbore habría escrito una bellísima crónica.
Yo, Luigi Giuliano, delantero del Torino, no subí a aquel avión, pero en Mestalla, con Puchades y Wilkes, me he imaginado jugando en Lisboa al lado de nuestros campeones inmortales.
Forza Cuore Toro!
Vicent Chilet
Socio del Valencia CF
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22 comentaris:
Gran Torino... i gran text.
Enhorabona, Vicent.
Josep Bosch.
Desconocía este relato y me ha maravillado y emocionado a la vez.
Muy grande, Vicent.
Un saludo
Jose Miguel Lavarías
Espléndido. No creo que haya que añadir mucho más.
Abraços, amic
José Ricardo March
Il cuore per sempre grana
Forza Toro
Magnífic Vicent
Paco Lloret
Esta mañana ha salido publicado en el periodico "levante-emv". un relato grandioso
un saludo
Joan
Excelente. No hay palabras.
pd; pero creo que es necesario subir la foto de aquel partido. Y ver a Wilkes con la camiseta grana.
BT
En youtube hay un video de 1 minuto y medio digno de ver sobre el Gran Wilkes. Os lo recomiendo.
http://www.youtube.com/watch?v=A1KIHsP2GhQ
Un saludo
Jose Miguel Lavarías
Molt bo.
AP
Una maravilla.
Grandioso texto.
Y una más.El Torino y el VCF fueron los equipos invitados a la inaguaración del estadio Azteca en 1966. El Toro por la tarde y el VCF por la noche. Enorme paradoja.
Max Aub estuvo allí.
Moltes gràcies a tots.
V. Chilet
Uno de los que enarboló la bandera del Torino en España, de los que la luce aún y de los que la lucirá siempre, de esos de aquel programa radiofónico llamado ElFútbolTieneMúsica, se ha quedado maravillado con el texto.
Muchas felicidades
En efecto, en El Fútbol Tiene Música Petón era nuestro Capitano Mazzola particular. Él también subía al medio campo, se arremangaba, gritaba Alé, y todos luchábamos por la causa torinista
FORZA TORO SEMPRE INMORTAL
(www.eftm-blogspot.com)
os dejamos el link de nuestro blog en el cual también hay algo del Torino.
www.eftm.blogspot.com
con punto, no con guión entre "eftm" y "blogspot"
FORZA TORO SEMPRE
Gran relato, un modelo mixto entre la crónica y la literatura.
Muy pertinente también el apunte sobre la inauguración del Estadio Azteca.
Vale la pena imaginar que a lo mejor el niño Calamaro también estuvo allí.
¿Aún no están hermanadas Torino y Valencia? ¿En qué piensan nuestros políticos?
Y el Valencia se fundó en el Bar Torino.
La Historia los ligó antes.
Y Vicent la hermoseó.
FORZA TORO INMORTAL.
Un abrazo, mi Vicent.
Petón
Gracias por este gran relato.
Muchisimas gracias Vicent!!! Daniele (un torinista en Madrid)
Como siempre, excelente. Una referencia valenciana en la historia del Torino, V. Chilet.
Alfredo Cardona
Emocionante y amargo. Emocionante lo que cuentas y, sobre todo, cómo lo cuentas, cómo nos transportas. Y amargo, muy amargo, descubrir todo lo que desde entonces hemos perdido, cómo aquel mundo de hombres honrados y aficiones elegantes se ha transformado en éste de directivos sinvergüenzas, jugadores peseteros y ultras descerebrados y violentos. Hermoso y triste, Vicent.
Grande y emotivo. Brillante, digno del mejor cronista de Valencia. Sandro Mazola habría llorado, seguro.
JM Bort (Levante-EMV)
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