dimecres, 27 de maig del 2009

Yo la llamaba Mestalla (*)

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Yo la llamaba Mestalla. Desde aquel día de noviembre de 1936 cuando, entre la multitud, le pedí a Vidal que la fotografiara. Era la única mujer en un cónclave masculino que caminaba, jubiloso, a oficiar una ceremonia pagana en un templo sagrado. Su modo natural de mirar a la cámara le confería un aura cinematográfica que siempre me sedujo. Aún tengo la foto, enmarcada, en la pared de mi despacho, a golpe de vista; aunque todo el placer que me produjo mirarla antaño se ha tornado dolor. Sí, querido lector, dolor porque la que fuera mi amada morada, aquella en la mi amor se derramaba descuidadamente, de un modo loco y audaz, ya no es mi compañera. Estuvimos juntos hasta que no hubo más remedio. Cualquier recuerdo amargo que señale la senda de su pérdida huelga en estos momentos, en los que sólo deseo recordar lo bueno que tuvimos juntos. Las tardes de los domingos, con el sol melífluo huyendo hacia poniente, en las que me sentaba sobre ella. Siempre me entregó todo lo que tenía en aquellos momentos, lo mejor que me pudo dar en cada ocasión. Su apariencia inglesa, tal vez debida a su excelente esqueleto o a la ingente cantidad de té que bebía como si fuera agua bendita. Su solidez a prueba de bombas. Toda una personalidad, avanzada a su tiempo, pionera de alguna manera. Capaz de pasar del frío al calor como el acero. Recuerdo de un modo especial el momento álgido del clímax en el que sus piernas cálidas y sus cabellos despeinados me hacían saltar como un poseso. Puño en alto, mirada ida y voz apagada por todos los gritos semejantes que en el mundo ocurrían en ese mismo instante. No lo repetiré, yo la llamaba Mestalla, y nunca quise a nadie más de ese modo.

Haberla perdido me hace ver, volviendo la vista atrás, que si alguien fue culpable, fui yo, sin lugar a dudas. Tras nuestro enamoramiento inicial y vista la pasión que nos envolvía, nada era más práctico que vivir juntos. Pasamos la guerra en Valencia, bajando a los refugios a toda prisa y tomándonos las manos como infelices enamorados, pensando que aún era posible que aquello, después de todo, fuera mentira. Pasado el terror, volvíamos a nuestro hogar. No podría llamarlo de otra manera. Y seguíamos con una vida que desearía volver a vivir. En algún momento, todo cambió. La música, las costumbres, la forma de cocinar, los electrodomésticos, incluso la ropa interior… En ese nuevo mundo que se iba abriendo como una flor perezosa, caí en el hoyo. No vale la pena dar detalles, pero las mismas cosas de ella que antes convertían un día nublo en soleado empezaron a hartarme. De forma caprichosa, sin razonarlo, sin darme cuenta en qué consistía todo lo bueno que había disfrutado con ella, tomé un camino recto hacia nuestro adiós. Adopté decisiones inconvenientes, equivocadas, todas contrarias a la lógica, mermé mi patrimonio, hipotequé mi vida y la de mis descendientes, anulé otras actividades, que en su día me proporcionaron alegrías indescriptibles, pero que ahora no me interesaban lo más mínimo. No en mi carrera hacia la nada. Mi situación financiera era un castillo de naipes luchando por mantenerse en pie dentro de un barco a la deriva. Tuve que abandonar a Mestalla. No fui capaz de mirarla a los ojos por más tiempo sin que la mueca de la falsedad y la ambición insatisfecha convirtieran mi faz en la de un payaso. Ella y yo, que habíamos sido tanto el uno para el otro. Me consuela que tras ella, con la fidelidad de mi compromiso con ella liberada, otras moradas me esperen. Más jóvenes y bellas, seguro. Tan dulces y cálidas, seguro que no. Adiós, mi amor, a la que yo llamaba…


Francisco García
Socio del Valencia CF

(*) Este manuscrito fue encontrado entre las páginas de un libro de poemas de Rimbaud: Una temporada en el infierno. El libro llevaba una dedicatoria: “A mi Mestalla, 30 de mayo de 1987”. Un libro de segunda mano, comprado en una librería de lance del centro de Valencia, en 1999.
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7 comentaris:

Anònim ha dit...

los pelos de punta....

un saludo
Joan

Lobo ha dit...

Extraordinario texto, precioso y descorazonador a partes iguales.

Anònim ha dit...

Agre i dolç a la vegada...

Saluts:
Salva Baixauli Bosch

Anònim ha dit...

Magnífic, Fran

Abraços

José Ricardo March

Anònim ha dit...

Hubo un personaje literario con ese nombre pero era masculino, el teniente Mestalla. Aparece en la mejor novela de Muñoz Molina, "El jinete polaco".

Quizá el amigo Fran debería contar la historia de la mujer-estatua-acequia que Silvestre de Edeta inmortalizó en la plaza de la Virgen.

Si se lo propone y viendo el fondo de armario que tiene puede salir una historia bien chula.

abrazos

BT

Jota Jota ha dit...

Fran, eres un megacrack. Tengo los pelos de punta. Ya me contarás detalles de esta historia. Abrazo.

Pedro ha dit...

Imposible olvidar. Con la foto, desapareceremos todos nosotros, de a cachitos. y nada será ya lo mismo... ¡buaaaa!