Yo, señores, no soy ni malo ni soberbio
Yo, señores, no soy ni malo ni soberbio. Ni soy el sustituto de Álvaro Pombo ni un personaje pintoresco de la localidad. Mi único defecto es el rencor. Desempeño un alto cargo en cierta entidad educativa de Santander, que quisiera mantener en el anonimato para no aflorar tanto mi nombre como el de la entidad que contribuye religiosamente al pago de mi hipoteca. Aunque sepan que se encuentra en una península y tiene que ver con magdalenas. Vivo en una de las colonias de chalets con vistas al Cantábrico, los Chalets de la Tierruca, entre la Colonia Cisneros y la Colonia Santa Ana.
Paseo todos los días por las playas de la ciudad. Baños de ola de mar. Traineras. Colmados y edificios de madera. La estatua de Franco y el recuerdo momificado de Menéndez Pelayo. Y qué es Santander sino eso: los Botín, los tópicos sobre los indianos, cafeterías burguesas y tiendas de ropa con aire británico. Sé que ustedes no lo entenderán, porque yo a ustedes no les entiendo. Tienen títulos. Se ríen de si mismos. Han triunfado y fracasado. Si quieren elegir mística eligen mística. Si quieren impostura cuentan con ella a raudales. Puestos a ser singulares lo son a carta cabal. Les confesaré que ser del Racing es una estúpida inercia burguesa que se reduce a permanecer. Porque aquí todos somos bien del Madrid o del Barcelona. Por eso en el fondo admiramos sus cuitas, querellas y rencillas. Porque demuestran una profunda vocación y un compromiso del que nosotros carecemos. Ni siquiera el blanco y negro nos une. Todos los blancos y negros son diferentes. El nuestro es un blanco y negro verdoso y céltico como se demuestra en nuestra segunda equipación. El suyo es un blanco y negro anaranjado, mediterráneo y un poco austriaco. A mi me gustaría ser su corresponsal cantábrico, aunque no tengo más blasones que conocer a tres de las personas responsables de este blog.
Si llevo años y años acudiendo a El Sardinero con mi viejo sueño de convertirme en directivo. Años de lucha por la permanencia. Tardes de burdel y sobaos pasiegos. En una de esas tardes conocí a los tres perpetradores de esta bitácora. El Panata Lahuerta, el Chafa Charcos de Miquel Nadal, y el Ingeniero González. El primero jugando a esconder su cultura. El Panata me contó que tenían ustedes un directivo amamantado en la cultura del club rival, cuyo padre, en el bar levantinista que regentaba, obsequiaba los lunes con sardinas a los clientes del Valencia, cuando el Valencia había perdido en El Sardinero. El segundo, ese tontorrón lector de Paul Auster, amigo de los judíos y del Torino, no me cayó bien, porque ha sido la única persona expulsada de la entidad académica en toda la historia. El tercer día de curso sobre “La responsabilidad patrimonial de la Administración: nuevos retos y perspectivas”, se levantó solemne y mandó a la mierda a su compañero de pupitre, coruñés y del Deportivo, después de que este volviera a sacar la sonrisa de GIner y el penalti de Djukic. Y el ingeniero, porque de los tres, con su paciencia y su insistencia fue el que hizo posible aquel viaje pintoresco. Su único objetivo era la “Operación Campos”. Acudir con el Valencia a Santander, localizar a José Campos con su raqueta y en pantalón corto, y soltarle “Com té la figa la neta de Franco?”. Siguiendo una falsa pista acudieron a La Maruca, en donde las chicas malas y en donde te hacen la torpe broma con el sobao y el pasiego. Y allí se quedaron sin Operación Campos, sin ver el partido, y escuchando por la radio en Internet a un tal Rovira.
Sé que a ustedes les resultaba difícil encontrar una persona de pro para colaborar en su adiós a Mestalla, decidí enviarles esta carta. Y aquí estoy yo. Mestalla es toponimia, como El Sardinero, La Rosaleda o El Molinón. Para nosotros significa tardes de carrusel y puntos difíciles. Nosotros no tenemos títulos, pero tenemos la recia raigambre. A ustedes les dio por hermanarse con la afición riojana, y es lógico. Entre las aficiones cantábricas existe una cierta hermandad de lluvia, de novela de Zunzunegui, Chiripi, de terno de corte inglés, merienda burguesa y pastelillos. Ustedes son otra cosa. Les pierde la estética pero también salen ganando. En Santander tienen un amigo. Que no es malo ni soberbio. No soy el sustituto de Álvaro Pombo. Soy rencoroso. Me hubiera gustado ser directivo del Racing. Y les admiro por su despedida a Mestalla. Qué cabrones, “la figa de la neta de Franco”…
P.D. Pueden ustedes firmar mi artículo como “El duende de La Magdalena”, o “El pupilo de La Maruca”.
El duende de La Magdalena AKA El pupilo de La Maruca
Socio del Real Racing Club de Santander
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Yo, señores, no soy ni malo ni soberbio. Ni soy el sustituto de Álvaro Pombo ni un personaje pintoresco de la localidad. Mi único defecto es el rencor. Desempeño un alto cargo en cierta entidad educativa de Santander, que quisiera mantener en el anonimato para no aflorar tanto mi nombre como el de la entidad que contribuye religiosamente al pago de mi hipoteca. Aunque sepan que se encuentra en una península y tiene que ver con magdalenas. Vivo en una de las colonias de chalets con vistas al Cantábrico, los Chalets de la Tierruca, entre la Colonia Cisneros y la Colonia Santa Ana.
Paseo todos los días por las playas de la ciudad. Baños de ola de mar. Traineras. Colmados y edificios de madera. La estatua de Franco y el recuerdo momificado de Menéndez Pelayo. Y qué es Santander sino eso: los Botín, los tópicos sobre los indianos, cafeterías burguesas y tiendas de ropa con aire británico. Sé que ustedes no lo entenderán, porque yo a ustedes no les entiendo. Tienen títulos. Se ríen de si mismos. Han triunfado y fracasado. Si quieren elegir mística eligen mística. Si quieren impostura cuentan con ella a raudales. Puestos a ser singulares lo son a carta cabal. Les confesaré que ser del Racing es una estúpida inercia burguesa que se reduce a permanecer. Porque aquí todos somos bien del Madrid o del Barcelona. Por eso en el fondo admiramos sus cuitas, querellas y rencillas. Porque demuestran una profunda vocación y un compromiso del que nosotros carecemos. Ni siquiera el blanco y negro nos une. Todos los blancos y negros son diferentes. El nuestro es un blanco y negro verdoso y céltico como se demuestra en nuestra segunda equipación. El suyo es un blanco y negro anaranjado, mediterráneo y un poco austriaco. A mi me gustaría ser su corresponsal cantábrico, aunque no tengo más blasones que conocer a tres de las personas responsables de este blog.
Si llevo años y años acudiendo a El Sardinero con mi viejo sueño de convertirme en directivo. Años de lucha por la permanencia. Tardes de burdel y sobaos pasiegos. En una de esas tardes conocí a los tres perpetradores de esta bitácora. El Panata Lahuerta, el Chafa Charcos de Miquel Nadal, y el Ingeniero González. El primero jugando a esconder su cultura. El Panata me contó que tenían ustedes un directivo amamantado en la cultura del club rival, cuyo padre, en el bar levantinista que regentaba, obsequiaba los lunes con sardinas a los clientes del Valencia, cuando el Valencia había perdido en El Sardinero. El segundo, ese tontorrón lector de Paul Auster, amigo de los judíos y del Torino, no me cayó bien, porque ha sido la única persona expulsada de la entidad académica en toda la historia. El tercer día de curso sobre “La responsabilidad patrimonial de la Administración: nuevos retos y perspectivas”, se levantó solemne y mandó a la mierda a su compañero de pupitre, coruñés y del Deportivo, después de que este volviera a sacar la sonrisa de GIner y el penalti de Djukic. Y el ingeniero, porque de los tres, con su paciencia y su insistencia fue el que hizo posible aquel viaje pintoresco. Su único objetivo era la “Operación Campos”. Acudir con el Valencia a Santander, localizar a José Campos con su raqueta y en pantalón corto, y soltarle “Com té la figa la neta de Franco?”. Siguiendo una falsa pista acudieron a La Maruca, en donde las chicas malas y en donde te hacen la torpe broma con el sobao y el pasiego. Y allí se quedaron sin Operación Campos, sin ver el partido, y escuchando por la radio en Internet a un tal Rovira.
Sé que a ustedes les resultaba difícil encontrar una persona de pro para colaborar en su adiós a Mestalla, decidí enviarles esta carta. Y aquí estoy yo. Mestalla es toponimia, como El Sardinero, La Rosaleda o El Molinón. Para nosotros significa tardes de carrusel y puntos difíciles. Nosotros no tenemos títulos, pero tenemos la recia raigambre. A ustedes les dio por hermanarse con la afición riojana, y es lógico. Entre las aficiones cantábricas existe una cierta hermandad de lluvia, de novela de Zunzunegui, Chiripi, de terno de corte inglés, merienda burguesa y pastelillos. Ustedes son otra cosa. Les pierde la estética pero también salen ganando. En Santander tienen un amigo. Que no es malo ni soberbio. No soy el sustituto de Álvaro Pombo. Soy rencoroso. Me hubiera gustado ser directivo del Racing. Y les admiro por su despedida a Mestalla. Qué cabrones, “la figa de la neta de Franco”…
P.D. Pueden ustedes firmar mi artículo como “El duende de La Magdalena”, o “El pupilo de La Maruca”.
El duende de La Magdalena AKA El pupilo de La Maruca
Socio del Real Racing Club de Santander