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No fue el mejor gerente de la historia del club. Lo sabemos nosotros y lo sabía él. Tocó el cielo y se hundió en el infierno. Y ambas cosas las hizo con la misma templanza y con su valencianismo intacto. Comandó la nave en Heyssel, en aquella final inolvidable que entonces puso al Valencia en órbita pero también en Barcelona la noche del 12 de abril de 1986. Al día siguiente, cuando se certificó el derrumbe, el célebre Butanito lo entrevistó en directo. Al final, las lágrimas entrecortaron las palabras de nuestro gerente. Estábamos en segunda y esas lágrimas eran las nuestras. Las del valencianismo.
Lo primero que hizo Tuzón, no sé si bien o mal, fue defenestrarlo. Otro en su lugar hubiera militado para los restos en la conspiración y el rencor. Pero Gomar quería demasiado al Valencia CF como para convertirse en un resentido. Nunca lo fue y ese creo que es su mayor mérito. No debió ser fácil verse señalado porque nunca lo es para nadie. Pero Gomar supo aceptar ese papel y jugarlo para siempre con insólita dignidad. Insisto, no debió ser fácil. Quizás en esas vicisitudes estribe la grandeza real de los hombres. Y Gomar demostró que era de los buenos.
Con el tiempo, y sobre todo porque él siempre antepuso el valencianismo a su vanidad, Gomar dejó de ser un hombre señalado. También ahí demostró grandeza y amplitud de miras. Posiblemente, el descenso fue para todos una mancha demasiado grande. Algo parecido sucedió con el mandato de Ramos Costa. El fútbol es cruel. Mucho. Y hombres como Gomar o Ramos Costa o el mismísimo doctor Tormo lo supieron mejor que nadie. Los tres supieron aceptar que su tiempo había pasado y los tres demostraron un valencianismo poco común. Se retiraron a sus cuarteles de invierno, hicieron mutis por el foro. Nunca, y eso me consta de primera mano, dejaron de alegrarse por las victorias de su Valencia. El Valencia les costó dinero, salud, incomprensión. Conviene saberlo. Algunos como Ramos Costa pagaron con creces su pasión. Ninguno se hizo rico. Más bien al contrario. Ninguno fue Paco Roig o Llorente.
Lo intentaron. Por momentos cosecharon grandes triunfos pero al final vivieron el fracaso, la deserción, el varapalo de la masa. Pasieguito, otro baluarte de aquellos años, dijo que la masa es cruel. Y no le faltaba razón. El Valencia ganó la copa, la recopa y la supercopa. Pero cada vez éramos menos socios. Los sueños de grandeza de Ramos Costa eran lícitos. Pero algo falló. Es un fallo cíclico y endémico. Es el trauma fundacional de este país. Montamos la falla y la quemamos. Algunos, los menos, son indultados pero la mayoría van de cabeza a la hoguera. Algo parecido está pasando ahora. Y sólo espero que no acabe igual que entonces.
Mi opinión sobre Gomar es subjetiva. Tengo cierta afinidad afectiva, lo reconozco, pero por eso también sé cosas que otros no saben. Durante aquellos años me relacioné habitualmente con su hijo Salva, hoy miembro del staff social de Paterna. Nunca le oí hablar mal del Valencia. Al contrario. Su padre ya no estaba en la nave pero él seguía siendo tan valencianista como el que más. Pensadlo bien. Hace falta querer mucho al Valencia y tener madera de la buena para no caer en esa tentación tan humana de ir contra quienes han herido a tu padre. Los Gomar, como los Ramos Costa fueron y son ejemplares en eso. De ahí mi reconocimiento y mi afecto más sincero. Que su hijo Salva esté en Paterna es una buena noticia para el valencianismo. Lo conoce mejor que nadie. Y a pesar de ello, sigue siendo de los nuestros.
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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