No debería decir la verdad
No debería decir la verdad puñeteramente cruda de lo que fue aquella noche en Mestalla porque en el asiento contiguo se sentaba la tía que más me ha gustado en los últimos diez años y en la fila de atrás dos imbéciles vistosos que se dedicaron a disfrutar con la victoria de su equipo, que no era el Valencia sino el Espanyol, y con las estupideces del mío, que no era el Valencia sino el Atlético de Madrid, de todas las penas y todos los dolores. Los dos pijos empezaron a tocar las narices desde el primer silbatazo y aún antes. Desde que el Aleti recién descendido a segunda se puso a calentar. La tibia atardecida valenciana dejaba su aroma sobre el estadio, etc, etc. La táctica del enemigo se manifestó sin disimulo: somos los pericos más guapos de Viladecans y tú, pequeña, vas a saber esta noche lo que vale un peine blanquiazul, perdona que te he dado con el pie, creo que no te he manchado pero ha sido, en todo caso, el mejor punterazo de mi vida y mi mejor gol; para compensarte mi amigo que es muy voluntarioso va a ir a por unas cervecitas que aunque no tienen alcohol pasan bien y quien iba a traer dos trae tres y prou. La madre que lo parió. Yo sonreía con la falsa disposición del demócrata bien educado mientras dirigía a mis troncos, ocupantes de los seis asientos de mi izquierda, eruditos comentarios del tipo de: y que este burro no me ponga a Molina... y que deje a Solari en el banco… (ignoraba yo por entonces que Santiaguito andaba en veleidades con el mal y que le faltaban tres minutos para entregarse). Anda que se cortaron el pavo y su socio: con todo el morro trajeron las tres birras y continuaron el asedio, pues sí, hemos distraído el día para venir: estamos liadísimos con el final del iese, el master ya sabes, ni hemos podido ir a Alpes este invierno, fíjate qué ritmo, este verano nos desquitaremos entre Marbella y Palma, ¿dónde irás tú?, perdona yo soy tal, este de las cervezas pascual y la final ha empezado tan bien que no podemos perder.
Esa fue la noche en la que al ex españolista Toni le dio un ataque de daltonismo luciferino y se puso a botar el balón ante la barba de dos días de su primo Tamudo. Lo que vino después ya lo sabéis; no me hagáis recordarlo. Os diré, sí, que los guapos de atrás añadieron al festejo un sonoro ¿qué tal si te vienes a celebrarlo con la hinchada campeona, preciosidad? Y que ahí se juntó todo, la rabia incontinente, la derrota sobre la derrota, el resabio guerrero de barrio con dreas y, joder, algo tan parecido a lo que te provoca por dentro el amor en riesgo multiplicado por dos (dos amores en riesgo) que sin andarme en medir cuanto había de amor futbolístico y cuanto del otro, me volví al propio y le dije, sin calma ni previsión ¿por qué no te vas con tu puta madre, cam-pe-ón? Añadamos para hacer la fotografía perfecta que entre mi media docena de compinches había un par de pesos pesados, tres con aire perdulario y seis dispuestos a resolver cualquier contencioso por vía directa; no tuve ni que recordar al Cardenal Cisneros: “estos son mis poderes”. Ni hizo falta explicarles nada. Bueno, hombre, no es para ponerse así, esto no es más que fútbol. ¿Fútbol? ¿estamos hablando de fútbol? Encima, tontos. Anda, ya os estáis pirando allá enfrente antes de que la celebración os pille en el lugar equivocado.
El viaje de vuelta fue en dos coches, uno se dejó los bajos en una rotonda a mitad de camino, justo donde quedamos a cenar. Nos amontonamos en el mío y seguimos. El cachondo de Jorge quedó bautizado como la madre del rey por la postura en la que quedó embutido en un rincón del asiento trasero. Los dos pringaos fueron convenientemente machacados durante 200 kilómetros, los que quedaban hasta el foro. Las risas nos hicieron ganar el tercer tiempo. Al llegar fui dejando a mi ejército corrupio en las zonas aledañas a la marcha. Excepto una, que se fue con el conductor. Mira por donde, al final de la batalla iba a ganar el Aleti.
Luego se casó, con otro naturalmente, que es sevillano y encima me cae bien. Tiene dos niños, dos gemelas para cuadrar la información. Y tiene un trozo de mi nostalgia sentada sobre el tiempo en la grada de Mestalla.
José Antonio Martín Otín "Petón"
Seguidor del Club Atlético de Madrid
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Esa fue la noche en la que al ex españolista Toni le dio un ataque de daltonismo luciferino y se puso a botar el balón ante la barba de dos días de su primo Tamudo. Lo que vino después ya lo sabéis; no me hagáis recordarlo. Os diré, sí, que los guapos de atrás añadieron al festejo un sonoro ¿qué tal si te vienes a celebrarlo con la hinchada campeona, preciosidad? Y que ahí se juntó todo, la rabia incontinente, la derrota sobre la derrota, el resabio guerrero de barrio con dreas y, joder, algo tan parecido a lo que te provoca por dentro el amor en riesgo multiplicado por dos (dos amores en riesgo) que sin andarme en medir cuanto había de amor futbolístico y cuanto del otro, me volví al propio y le dije, sin calma ni previsión ¿por qué no te vas con tu puta madre, cam-pe-ón? Añadamos para hacer la fotografía perfecta que entre mi media docena de compinches había un par de pesos pesados, tres con aire perdulario y seis dispuestos a resolver cualquier contencioso por vía directa; no tuve ni que recordar al Cardenal Cisneros: “estos son mis poderes”. Ni hizo falta explicarles nada. Bueno, hombre, no es para ponerse así, esto no es más que fútbol. ¿Fútbol? ¿estamos hablando de fútbol? Encima, tontos. Anda, ya os estáis pirando allá enfrente antes de que la celebración os pille en el lugar equivocado.
El viaje de vuelta fue en dos coches, uno se dejó los bajos en una rotonda a mitad de camino, justo donde quedamos a cenar. Nos amontonamos en el mío y seguimos. El cachondo de Jorge quedó bautizado como la madre del rey por la postura en la que quedó embutido en un rincón del asiento trasero. Los dos pringaos fueron convenientemente machacados durante 200 kilómetros, los que quedaban hasta el foro. Las risas nos hicieron ganar el tercer tiempo. Al llegar fui dejando a mi ejército corrupio en las zonas aledañas a la marcha. Excepto una, que se fue con el conductor. Mira por donde, al final de la batalla iba a ganar el Aleti.
Luego se casó, con otro naturalmente, que es sevillano y encima me cae bien. Tiene dos niños, dos gemelas para cuadrar la información. Y tiene un trozo de mi nostalgia sentada sobre el tiempo en la grada de Mestalla.
José Antonio Martín Otín "Petón"
Seguidor del Club Atlético de Madrid
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