Yo inventé el desodorante rolón
La primera vez que fui a Mestalla, el campo de fútbol se llamaba Luis Casanova, y acudí con mi padre al certamen de Iberflora, que se celebraba junto a la Alameda, en un recinto ferial bastante feo. Aprovechamos para ver un partido del Valencia un sábado por la noche. Y para mi, Mestalla y el Valencia siempre fueron sinónimo de partido nocturno. En aquel tiempo no podíamos ni soñar que el Almería fuera capaz de competir con el Valencia, porque ni siquiera nosotros como modestos empresarios de la flor cortada nos sentíamos al mismo nivel que la ciudad que visitamos, y a la que desde aquel momento siempre tuve un cierto cariño.
Mestalla me gustaba, era cómodo y se veía todo bien. Era un campo muy familiar, con niños y trenkas y programas de mano que todavía conservo. Para nosotros, la cita anual con Iberflora y el partido de fútbol significaba mucho. Yo era un chaval con un futuro prometedor, en una empresa y un sector, el hortofrutícola, que con el tiempo acabaría por tener un gran impacto en la economía de Almería. El milagro almeriense, los campos de plástico, y todo lo demás, han revolucionado Almería. Pero yo no tuve tanta suerte. Me encantaba viajar. Los hoteles con mi padre, los desayunos, el zumo de naranja y las camareras sirviendo las tostadas en el Hotel Rey Don Jaime de la Avenida de Baleares (¿todavía existe?). Y por la noche al fútbol desde la entrada del Hotel, que olía a levadura, porque al lado había una fábrica de levadura junto al río. Con el tiempo comencé a generar fobias. Acumulaba sucesivamente fobias. Comencé por los gusanos. Continué con la ergofobia, o sea el miedo al trabajo. La cometofobia. La dromofobia, y así sucesivamente. Como si mi organismo siguiera de forma sistemática todos los trastornos y mi mente dispusiera una especia de menú degustación de las fobias. Hasta que me quedé con la fobia a dormir fuera de casa. Y ya todos mis desplazamientos tuvieron que realizarse para viajar en el día. Ir y volver y dormir en casa.
Pero a pesar de eso me encantan los viajes. Por eso en estos momentos soy redactor de contenidos de folletos de viajes. Míos son títulos y resúmenes como Viena Imperial, Roma Maravillosa, Egipto misterioso, Lisboa otoñal, París eclético o Bilbao y su ría. Una literatura exigente, nada fácil, que yo aprendí en el difícil mundo de la publicidad farmaceútica: condones, ibuprofenos, frenadol, juanolas, tiritas, potitos,...
De hecho, mi momento de gloria aconteció después del ascenso del primitivo Almería a primera, en 1979. Ese equipo jugaba en el Franco Navarro. Mi ídolo era Rolón, un delantero centro rompedor al más puro estilo Ansola, al que yo había visto en Mestalla. Comenzaba entonces en una agencia de publicidad de desodorantes, asimilando el hecho fatal de la ruptura con la empresa de mi padre y mis fobias cuando me encargaron una palabra, una sola palabra para el nuevo formato de limpieza axilar. En homenaje al tanque almeriense ideé Rolón. Ya ven, de la nada futbolera surgió un invento casi casi tan potente como la coca-cola: el desodorante rolón. Con el tiempo supe que esa palabra era algo más que un designio. Lo importante era el recorrido hasta esa palabra mágica. Un viaje místico donde estaba mi descubrimiento del fútbol en Valencia, el recorrido a Mestalla por la Alameda, las flores, la paella en la Pepica..., todas las fobias que empezaba a acumular y que nunca hubo manera de concretar bajo terapia.
Ahora que sólo soy un pobre fóbico de 53 años y medio atrapado en la nostalgia del invernadero que nunca tuve, sigo pensando en aquel partido en que por fin cumplí mi sueño de ver al Valencia jugar en mi ciudad. Fue en mayo de 1980. Ganó el Almería. Y marcó Rolón. Cada mañana, cuando se atufen los sobacos (así les llaman ustedes), piensen en mi. Soy del Almeria. Y un poquito del Valencia. El inventor del rolón. Ya saben: No diga gol diga Rolón.
Fermin Maroto, de Mojácar
Seguidor de la UD Almeria
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Mestalla me gustaba, era cómodo y se veía todo bien. Era un campo muy familiar, con niños y trenkas y programas de mano que todavía conservo. Para nosotros, la cita anual con Iberflora y el partido de fútbol significaba mucho. Yo era un chaval con un futuro prometedor, en una empresa y un sector, el hortofrutícola, que con el tiempo acabaría por tener un gran impacto en la economía de Almería. El milagro almeriense, los campos de plástico, y todo lo demás, han revolucionado Almería. Pero yo no tuve tanta suerte. Me encantaba viajar. Los hoteles con mi padre, los desayunos, el zumo de naranja y las camareras sirviendo las tostadas en el Hotel Rey Don Jaime de la Avenida de Baleares (¿todavía existe?). Y por la noche al fútbol desde la entrada del Hotel, que olía a levadura, porque al lado había una fábrica de levadura junto al río. Con el tiempo comencé a generar fobias. Acumulaba sucesivamente fobias. Comencé por los gusanos. Continué con la ergofobia, o sea el miedo al trabajo. La cometofobia. La dromofobia, y así sucesivamente. Como si mi organismo siguiera de forma sistemática todos los trastornos y mi mente dispusiera una especia de menú degustación de las fobias. Hasta que me quedé con la fobia a dormir fuera de casa. Y ya todos mis desplazamientos tuvieron que realizarse para viajar en el día. Ir y volver y dormir en casa.
Pero a pesar de eso me encantan los viajes. Por eso en estos momentos soy redactor de contenidos de folletos de viajes. Míos son títulos y resúmenes como Viena Imperial, Roma Maravillosa, Egipto misterioso, Lisboa otoñal, París eclético o Bilbao y su ría. Una literatura exigente, nada fácil, que yo aprendí en el difícil mundo de la publicidad farmaceútica: condones, ibuprofenos, frenadol, juanolas, tiritas, potitos,...
De hecho, mi momento de gloria aconteció después del ascenso del primitivo Almería a primera, en 1979. Ese equipo jugaba en el Franco Navarro. Mi ídolo era Rolón, un delantero centro rompedor al más puro estilo Ansola, al que yo había visto en Mestalla. Comenzaba entonces en una agencia de publicidad de desodorantes, asimilando el hecho fatal de la ruptura con la empresa de mi padre y mis fobias cuando me encargaron una palabra, una sola palabra para el nuevo formato de limpieza axilar. En homenaje al tanque almeriense ideé Rolón. Ya ven, de la nada futbolera surgió un invento casi casi tan potente como la coca-cola: el desodorante rolón. Con el tiempo supe que esa palabra era algo más que un designio. Lo importante era el recorrido hasta esa palabra mágica. Un viaje místico donde estaba mi descubrimiento del fútbol en Valencia, el recorrido a Mestalla por la Alameda, las flores, la paella en la Pepica..., todas las fobias que empezaba a acumular y que nunca hubo manera de concretar bajo terapia.
Ahora que sólo soy un pobre fóbico de 53 años y medio atrapado en la nostalgia del invernadero que nunca tuve, sigo pensando en aquel partido en que por fin cumplí mi sueño de ver al Valencia jugar en mi ciudad. Fue en mayo de 1980. Ganó el Almería. Y marcó Rolón. Cada mañana, cuando se atufen los sobacos (así les llaman ustedes), piensen en mi. Soy del Almeria. Y un poquito del Valencia. El inventor del rolón. Ya saben: No diga gol diga Rolón.
Fermin Maroto, de Mojácar
Seguidor de la UD Almeria
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