Seguramente no me equivoco si afirmo que la afición de nuestra Liga doméstica que con menos ganas espera el retorno de las competiciones futboleras es la valencianista. Si miras la clasificación, puedes pensar que hay equipos a los que les va mucho peor que a nosotros. Así que tiene que haber otra causa que explique esta desazón. Desafección significa perder el afecto, por lo que, aunque nos hayamos acostumbrado a utilizar este concepto, no nos sirve para definir este estado de ánimo colectivo.
Como dijo el amigo Pau Corachán, no experimentamos ninguna alegría por el parón del fútbol. Simplemente, sentimos un alivio paralelo a la suspensión, aunque sea temporal, de esa tristeza que nos genera el día a día de nuestro club.
A veces es bueno que llegue un tiempo de forzada pausa en la atropellada actualidad para que veamos los hechos con perspectiva y pongamos nuestros pensamientos en orden. Propongo huir de la tiranía de los titulares diarios para hacer una reflexión profunda. Los valencianistas necesitamos terapia. Estoy convencido de que hace falta revisar todo lo que nos ha sumido en el desasosiego sin recurrir a los manidos tópicos futbolísticos, que en estos casos solo sirven para enredar (de hecho, ese es su objetivo).
Sugiero una relectura en clave ética de los desmanes que jalonan la trayectoria de Meriton. No caigamos en maniobras de distracción como que el presidente de las peñas ejerza de secretario técnico en la radio (entre otras funciones de escudo humano), se deslice que nuestro descontento tiene un origen racista o el club se enzarce con los periodistas críticos. Estas estrategias, con ser graves, pertenecen al manual de primero de manipulación de cualquier dictadura bananera que se sabe en crisis y busca chivos expiatorios dentro y fuera de sus fronteras. Son las desagradables manifestaciones externas de un problema que va, bien enquistado, por dentro. Las ramas que contribuyen a no dejarnos ver el bosque.
Nos conviene, sin dejar de criticarlas, ser capaces de desactivarlas. Retomo el hilo para manifestar que la presencia de Meriton en Mestalla había sido asumida por muchos, entre quienes me cuento, desde una resignada conllevancia (debería estar prohibido citar a Murthy y un concepto acuñado por Ortega y Gasset en el mismo texto). Como una especie de castigo bíblico por el cúmulo de errores cometidos con anterioridad.
Los hechos son tozudos y de una contundencia poco común en un mundillo tan poco dado a los análisis objetivos como el del fútbol. Solo en las temporadas en las que Meriton delegó amplias parcelas (la primera y las lideradas por Mateu y Marcelino) el Valencia fue un club con un estilo competitivo reconocible. La autonomía gestora de la propiedad conduce, irremisiblemente, a la mediocridad, al desencanto… En suma, al caos.
Si bien el mantenimiento de unos mínimos estructurales en el club durante su primera campaña se debió a un parcial ejercicio de contención de los caprichos del propietario (que le pregunten a Pizzi…), la llegada de la dupla formada por Mateu y Marcelino obedeció, simple y llanamente, a evitar que la entidad entrara a medio plazo en el colapso al que la arbitrariedad decisoria (Neville como paradigma) le estaba llevando.
Opino que es muy importante reconstruir, despacito y con buena letra, todos estos hechos para ver cómo encajan las decisiones de quienes desgobiernan nuestro club en un molde que nos va a disgustar. No estoy descubriendo la pólvora, pero a menudo nos dejamos demasiadas cosas en el tintero. Sin memoria, repetiremos los mismos errores.
Por si a alguien le quedaba alguna duda sobre el fondo (las formas ya las teníamos claras) de Meriton, el verano de 2019 disipa todas. Viendo durante la cuarentena la reemisión de nuestra última final copera, me volvió a sacudir la pregunta esencial de todo este relato: ¿en manos de qué tipo de personas estamos para dilapidar por la cara todo ese capital de felicidad que tanto costó construir? ¿Qué clase de sadismo pueden albergar quienes actúan de esa manera tan malsana?
Después, intenté buscar una explicación de cariz más racional, economicista, etc. El absurdo, en términos SAD, era todavía mayor. Por lo que la conclusión no podía ser otra que la que todos los valencianistas críticos teníamos clara desde que Meriton se cruzó en nuestras vidas: la utilización del club como un instrumento mediante el que mover dinero y contactos en el mercado persa del fútbol.
Especulación con jugadores-mercancía, colocación de amiguetes agradecidos y privilegios de representación. Y, mientras tanto, hacer creer a la hinchada que existe algún proyecto mediante palabrería vacía (cantera, sostenibilidad…) que entra en absoluta contradicción con sus obras (véase Correia). Todo espíritu competitivo de la vía Meriton (que demuestra sistemáticamente ser lo contrario al mérito y a la capacidad) ha dependido siempre de dos factores: la inercia de las dos etapas de delegación a profesionales y la grandeza ancestral de una entidad que se resiste contumazmente a la autodestrucción.
Por lo tanto, incido en el valor cualitativo de la liquidación del proyecto de Mateu y Marcelino. Supone la prueba fehaciente de que la incompetencia de Meriton no se debía a unos ciclos de ensayos, errores y aciertos. No creer en el VCF como un fin en sí mismo es parte de su ADN como inversores. No es extraño que utilicen la metáfora de David y Goliat frente al FCB solo unos meses después de haberlos noqueado con justicia en una final. Más amiguetes, más negocios… Por eso subastan a Rodrigo sin el más mínimo sentido del decoro, de los tempos de una negociación y del respeto a los criterios deportivos.
Desde que llevo siguiendo al VCF, he conocido dirigentes cuyos mandatos, coincidiendo con el sentir general, podría juzgar como negativos. Pero creo que es importante no hacerse trampas al solitario al compararlos con los actuales. Entre otras cosas, por el hecho de que los antiguos mandatarios podían llegar a marcharse por una pañolada y no se ciscaban en el pueblo de Mestalla con la insolencia (las formas son importantes) de hoy en día. Partiendo de presupuestos morales, considero que la incompetencia puede ser disculpable. Me cuesta más transigir con el desprecio, la inquina, el cinismo, la mezquindad y la falta de empatía de quienes se jactan de “controlar el Valencia”.
Un perfil como el de Anil Murthy, que encarna a la perfección las anteriores actitudes, supone una auténtica disrupción en la historia de nuestro club. Una anomalía que, como el grano de pus en la enfermedad, nos muestra que lo que se sospecha como pernicioso desde fuera es mucho más nocivo por dentro. Personifica nuestro escarnio público por la ristra de pecados cometidos.
En este particular purgatorio, los encuentros que disputamos en las diferentes competiciones se revelan como un elemento más, la coartada, de la estafa piramidal que es el Valencia de Meriton. Una institución desnortada cuya pérdida de credibilidad, en la práctica, la convierte en pieza codiciada por parte de todos los filibusteros y trepas, que son muchos, del Planeta Fútbol.
De ahí que no seamos pocos los que durante el confinamiento hemos encontrado unos buenos placebos en la revisión de partidos antiguos y la reorganización de nuestros archivos valencianistas. Personalmente, la vuelta a la cotidianidad de nuestro club solo me aporta la ya citada desazón. Y esta no depende de la proximidad o lejanía de la Champions ni de nada que se le parezca.
Pero no se puede estar siempre repasando las fotos de glorias antiguas mientras el VCF que conocimos degenera. La única alternativa interesante que se me ocurre para afrontar esta desazón es la de ayudar a convertirla, desde mi modesta aportación, en un sentimiento proactivo que en el futuro pueda liberarnos del lastre de Meriton y sucedáneos.
Pero, antes de que estemos en condiciones de alumbrar algo nuevo (doy por hecho que a nadie le gusta lo que tenemos ahora), es preciso salir de la resignación. Y escapar de ella pasa por ponernos de acuerdo en lo que nos desagrada y no languidecer eternamente en disculparlo en función de nuestros errores del pasado.
Convengamos entre todos que el proceso de venta fue un ejercicio de ilusionismo colectivo deplorable y torticero, además de un cambalache perpetrado sin ningún tipo de garantías. Su legitimidad, a la luz de los hechos, está viciada. En el Derecho Bancario, si te venden un producto financiero sin transparencia y mediante prácticas abusivas, tienes grandes posibilidades de conseguir reembolsos cuando reclamas.
El mundo del fútbol es diferente y en él operan modalidades societarias y subterfugios contractuales, si cabe, más abstrusos, por lo que es harto complejo deshacer un entuerto de esta naturaleza. Seamos autocríticos, por supuesto, pero no carguemos toda la culpa sobre el eslabón más débil: el aficionado común, que no tiene elementos de juicio suficientes para valorar determinadas cuestiones financieras y es fácil de seducir por los mercachifles mediáticos de la ilusión. Cosa muy distinta puede decirse de quienes sí disponían de conocimientos jurídicos o económicos para valorar el alcance de la martingala.
Estos errores de nuestro pasado más cercano en ningún caso deben convertirse en escollos insalvables para articular nuevas mayorías de protesta. Esta es otra de las barreras psicológicas que hemos de superar para empezar a poner nuestro granito de arena en ese movimiento futuro que sirva para que los valencianistas podamos aspirar a disfrutar de un club en el que el aficionado cuente más que como un mero cliente. De un club en el que no tengamos que ver a nuestros dirigentes como unos sátrapas que nos humillan y nos avergüenzan, sino como los representantes legítimos, aunque podamos estar en desacuerdo con ellos, de la mayoría de nuestra masa social.
Somos decenas de miles los que hemos invertido mucho tiempo y dinero en esta pasión sin esperar nada a cambio. Sin rendir pleitesía a ningún accidental jefe de SAD. Nos duele el Valencia. Meriton contabiliza la apatía como adhesión. Inhibirse, a medio plazo, mata. Si no protestas, ellos ganan y el VCF pierde. Rebélate, amunt!
Simón Alegre (socio 5.042 del Valencia C.F.)