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Mi presencia consciente en Mestalla coincidió con la aparición gozosa de un jugador menudo y eléctrico, llegado al albor de la oleada de oriundos que invadió la liga española al inicio de la década de los años setenta del pasado siglo. Oscar Rubén Valdez Ferrero. Me aprendí su nombre de telenovela leyéndolo como una letanía budista en el dorso del cromo de la Liga 1970-71 de la editorial Fher. Retirado Waldo, el que fuera ídolo de mi padre, Valdez capturó mi cariño de forma inmediata en la temporada 1971-72, la primera en la que acudí de forma regular a Mestalla.
Valdez fue un delantero brillante y sorprendente hasta que la llegada del grandísimo Kempes, en 1976, lo hizo desaparecer paulatinamente de la trinchera emocional valencianista. Sus internadas por la izquierda, así como su regate hicieron las delicias del público y mantuvieron al equipo en una zona noble que se le había resistido durante muchas temporadas y, además de conseguir una liga, llevó al Valencia C. F. a dos finales de Copa consecutivas, desgraciadamente perdidas (70-71 y 71-72, también se perdió la 69-70, aunque aquí Valdez aún no era jugador del Valencia C. F.).
Ahí estuvo el punto de inflexión para que Valdez hubiera podido pasar a la historia como uno de los más grandes jugadores de la historia del club. Fue internacional y hasta la llegada de Vicente, nunca vi ningún jugador que pudiera ser comparado ventajosamente frente al escurridizo hispano-argentino.
Aún se le puede ver acudiendo al campo, entrando por la puerta 3 que da acceso a la tribuna, con un cierto aire de seguridad y descaro que aún preside sus movimientos, sorteando a los aficionados con la destreza que exhibiera décadas atrás y escuchando de algún deslenguado hincha: “éste sí que era un crack”.
Y ahora que uno está a punto de cumplir los 40 años de su bautizo futbolístico en las gradas del viejo Mestalla, el mercado y la premura de la competición nos trae un nuevo Valdez. Uno más mediático, versado en lenguas y conocedor de diferentes ligas europeas que el original. Afortunadamente para él su posición en el campo es distinta y eso le ahorrará muchas comparaciones. El nuevo Valdez, Nelson Haedo, es un jugador que nos hizo mucho daño cuando pasó por Mestalla militando en el Werder Bremen y nos sacó los colores en la Champions League. No es un jugador tan brillante como su amplio curriculum puede anunciar. Delantero batallador, peleón y correcto. Adquirió notoriedad a pozales por marcarle al Barça en la liga 2010-11, pero luego se comprobó que su aportación fue más bien magra, por no decir que su implicación se fue al gaerete cuando el Hércules C. F. empezó a tener problemas económicos.
Me gustaría que en la camiseta figurase su nombre de pila, cualquiera de ellos. Nelson, con reminiscencias británicas y nefastas para la Armada Española en Trafalgar, o Haedo que suena más a japonés que a paraguayo. No me gustaría tener que hacer la distinción. No. Ya tuvimos un Valdez, uno muy bueno, y me disgusta que el mercado y la falta de confianza en la cantera me obliguen a hacer la distinción, dentro de algunos años, cuando al referirme a Valdez tenga que decir: “me refiero al bueno, al extremo izquierdo”.
Valdez fue un delantero brillante y sorprendente hasta que la llegada del grandísimo Kempes, en 1976, lo hizo desaparecer paulatinamente de la trinchera emocional valencianista. Sus internadas por la izquierda, así como su regate hicieron las delicias del público y mantuvieron al equipo en una zona noble que se le había resistido durante muchas temporadas y, además de conseguir una liga, llevó al Valencia C. F. a dos finales de Copa consecutivas, desgraciadamente perdidas (70-71 y 71-72, también se perdió la 69-70, aunque aquí Valdez aún no era jugador del Valencia C. F.).
Ahí estuvo el punto de inflexión para que Valdez hubiera podido pasar a la historia como uno de los más grandes jugadores de la historia del club. Fue internacional y hasta la llegada de Vicente, nunca vi ningún jugador que pudiera ser comparado ventajosamente frente al escurridizo hispano-argentino.
Aún se le puede ver acudiendo al campo, entrando por la puerta 3 que da acceso a la tribuna, con un cierto aire de seguridad y descaro que aún preside sus movimientos, sorteando a los aficionados con la destreza que exhibiera décadas atrás y escuchando de algún deslenguado hincha: “éste sí que era un crack”.
Y ahora que uno está a punto de cumplir los 40 años de su bautizo futbolístico en las gradas del viejo Mestalla, el mercado y la premura de la competición nos trae un nuevo Valdez. Uno más mediático, versado en lenguas y conocedor de diferentes ligas europeas que el original. Afortunadamente para él su posición en el campo es distinta y eso le ahorrará muchas comparaciones. El nuevo Valdez, Nelson Haedo, es un jugador que nos hizo mucho daño cuando pasó por Mestalla militando en el Werder Bremen y nos sacó los colores en la Champions League. No es un jugador tan brillante como su amplio curriculum puede anunciar. Delantero batallador, peleón y correcto. Adquirió notoriedad a pozales por marcarle al Barça en la liga 2010-11, pero luego se comprobó que su aportación fue más bien magra, por no decir que su implicación se fue al gaerete cuando el Hércules C. F. empezó a tener problemas económicos.
Me gustaría que en la camiseta figurase su nombre de pila, cualquiera de ellos. Nelson, con reminiscencias británicas y nefastas para la Armada Española en Trafalgar, o Haedo que suena más a japonés que a paraguayo. No me gustaría tener que hacer la distinción. No. Ya tuvimos un Valdez, uno muy bueno, y me disgusta que el mercado y la falta de confianza en la cantera me obliguen a hacer la distinción, dentro de algunos años, cuando al referirme a Valdez tenga que decir: “me refiero al bueno, al extremo izquierdo”.
Francisco García
Socio del Valencia CF
Socio del Valencia CF
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