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En el nuevo libro de Manuel Vicent, Desfile de ciervos, aparece un secundario de lujo que dará que hablar. Se llama Leopoldo, Poldo para los amigos.
Ni Maldini ni Robinson le dedicarán jamás uno de sus informes. Posiblemente, la revista Panenka tampoco ilustrará sus fechorías. No importa, para eso está uvaM.
Hay una localidad vacía en Mestalla. Es la de Poldo. En lugar de visitar el templo como le dice a su mujer que hace, Poldo se va a un puticlub llamado “El Venado”. En “El Venado” hay una habitación con Gol TV. Cada partido del Valencia es un ritual. Poldo se encierra con una meretriz. El sexo está en el aire. Si el Valencia no marca Poldo no culmina. Con cada gol del Valencia hay una mamada para Poldo. Si el partido acaba sin goles, Poldo se marcha a casa maldiciendo su suerte. No hay duda, Poldo ama al Valencia CF.
Durante años hemos vivido bajo la dictadura lacrimógena del viejo Casale y su trágica muerte feliz. Seguramente, la inflación de literatura y sentimentalidad nació con ese cuento, tan magistral para la historia lírica del fútbol como devastador para clubs de recorrido impaciente y materialista como el Valencia CF.
Teníamos a Gallolo, orgullo onanista de Mestalla, pero Gallolo ya era un ídolo caído, un mito amortizado. Su paja inacabada en la grada de Mestalla, el 19 de junio de 1993, es el pasado, espasmos del mundo de ayer, que diría Stefan Zweig.
Gallolo es la faction y Poldo la fiction. Pero mientras Gallolo agoniza en un titular de prensa que el tiempo ha condenado al olvido, Poldo se codea con los héroes clásicos de la literatura universal. Ese es su mérito y la garantía de su inmortalidad, la prueba irrefutable de que la novela no ha muerto. Frente al arquetipo onanista de Gallolo y su vida echada a perder en las pensiones del Barrio Chino, Manuel Vicent levanta la estatua de Poldo, el huertano putero y lascivo, que vehicula su lujuria a través de los goles del Valencia. Sin goles no hay mamadas, sería el título de la serie.
Desde ya, Poldo es el adalid del mestallismo fetén, su bandera y su estandarte. A la gloria por la felación, parece su lema. Hay un significativo cambio de paradigma. Adiós, por tanto, a la angustia y el sufrimiento estéril que lleva a la muerte o al síncope. Poldo es un visionario, el antagonista perfecto del viejo Casale. Con cada mamada reafirma su lealtad al Valencia y destruye un poco más la vieja tradición agonista de las hinchadas atrapadas en su cantinela retorcida y falaz de que hemos venido a este valle de lágrimas a sufrir.
Poldo no es sólo un tipo al que le comen la polla con cada gol del Valencia. Poldo es la respuesta que durante años no sabíamos identificar porque la Internacional Lacrimógena nos tenía colonizados. En vano, buscábamos construir una metafísica propia pero lo hacíamos con ejemplos irreales, atrapados en esa ñoñería estéril de los borrachos de Anfield Road cantando una dudosa balada que traducida al castellano recuerda demasiado a cualquier tema de David Bisbal.
La cultura de club que inocentemente reclamábamos no podía venir de tradiciones marcadas por el calvinismo o la mojigatería castellana, tan dadas a escandalizarse por cuestiones que en nuestro litoral siempre gozaron de amplia tolerancia. Lo nuestro, ahora lo veo, sólo podía brotar desde la ironía incendiaria y la amoralidad sin víctimas. Vive y deja vivir.
Si la gente no iba a Mestalla no era por desafección, sino por felación. Por eso hay que imaginar a Poldo en la noche del 5-1 al Málaga durante la primavera de 2013. Esa noche, Poldo encadenó mamadas con un frenesí inusitado. Cuatro en apenas 20 minutos. “No te digo que me lo mejores, Iguálamelo” repite Poldo en la barra del bar. Hay que ser muy del Valencia para responder como un campeón a ese trajín. Ahora se entiende definitivamente el viejo cántico de “esta es l’afició d’un Valencia campeó…”
La paradoja, literaria y vital, es que fue Fontanarrosa, el creador del viejo Casale, quién publicó otro cuento cuyo título no puede ser más aclaratorio, “El mundo ha vivido equivocado”. Y así es. No eran las banderas ni los cánticos, ni los tifos o los mosaicos, ni el ridículo énfasis por comprobar que afición es la más fiel. No, todo eso era impostura, apariencia, juego de máscaras. La verdad estaba en “El Venado”. La verdad era y son las mamadas, el ritual del gol y la certeza del éxtasis. Menos mal que Poldo nos ha enseñado la luz. O lo que viene a ser lo mismo: las lucecitas.
Rafa Lahuerta
Socio del Valencia CF
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