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Yo siempre fui de Cúper. Más de Cúper que de nadie. Más de Cúper que de Benítez. Más de Cúper que de Rainieri. Más de Cúper que de Espárrago. Más de Cúper incluso que de Di Stéfano. De Cúper me gustaba todo. Su sobriedad, su laconismo, su falta de impostura. Cúper era, por encima de todo, el entrenador menos xoto de todos los posibles: el menos hipócrita, el menos fallero, el menos cínico. Fue, paradójicamente, el que más cerca estuvo de la filosofía fantasista de la ilusión, que como sabe la cátedra es el jodido adn del pueblo de Mestalla, su ideología más caliente y superficial: la puta recurrente que a tantos abismos nos ha llevado a lo largo de nuestra historia dentada. Porque con Cúper, la ilusión vivió sus momentos más álgidos, un paroxismo que sostuvo a la parroquia en un subidón permanente con doble parada: Paris-Milan. Tan lejos pero tan cerca del Paris-Texas wenderiano y ese hombre llamado Travis que vagaba por los no-lugares en busca de su mujer, tal cuál el VCF y su travesía en el desierto de 20 años de ostracismo europeo.
Con Cúper, el Valencia consolidó su estilo, ese que siempre olvida en cuanto la rubia le sonrie. Con Cúper, el Valencia salió a Europa a reivindicar una melodía joven y entusiasta con un centro del campo que jugaba al fútbol mejor que nadie. Nunca como en la primavera de 2000 Mestalla vio jugar tan bien al fútbol. Nunca. Fueron 3 meses de asombrosa energía, de recitales a diestro y siniestro, de fútbol eléctrico y jovial. Por eso, es doblemente injusto ese sambenito falso y ventajista del Cuper barraquero y aburrrido. No hubo tal o sólo en pequeñas dosis cuando hubo de reinventar el equipo para volver a salir a Europa con otro disfraz, quizás no tan atractivo pero si sumamente competitivo y eficaz. En ese interín nació La Cuperativa. Y del estiércol de ese bloque apareció el campeón de dos ligas casi consecutivas. Puede que la euforia de los títulos borre todo lo demás, pero ahora que ya hay espacio para la memoria y el relato yo recuerdo con más plenitud la primavera de Cúper que el largo verano de Benitez. Quizás porque las vísperas imponen en el escenario una felicidad expansiva y gozosa que los fastos y su colesterol acaban por traicionar. O quizás será que durante esos dos años servidor fue extremedamente feliz. No tanto en el fútbol como en todo lo demás. Nunca se sabe. Ahora que el mister vuelve a Mestalla, mi homenaje sincero y creo que merecido.
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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Yo siempre fui de Cúper. Más de Cúper que de nadie. Más de Cúper que de Benítez. Más de Cúper que de Rainieri. Más de Cúper que de Espárrago. Más de Cúper incluso que de Di Stéfano. De Cúper me gustaba todo. Su sobriedad, su laconismo, su falta de impostura. Cúper era, por encima de todo, el entrenador menos xoto de todos los posibles: el menos hipócrita, el menos fallero, el menos cínico. Fue, paradójicamente, el que más cerca estuvo de la filosofía fantasista de la ilusión, que como sabe la cátedra es el jodido adn del pueblo de Mestalla, su ideología más caliente y superficial: la puta recurrente que a tantos abismos nos ha llevado a lo largo de nuestra historia dentada. Porque con Cúper, la ilusión vivió sus momentos más álgidos, un paroxismo que sostuvo a la parroquia en un subidón permanente con doble parada: Paris-Milan. Tan lejos pero tan cerca del Paris-Texas wenderiano y ese hombre llamado Travis que vagaba por los no-lugares en busca de su mujer, tal cuál el VCF y su travesía en el desierto de 20 años de ostracismo europeo.
Con Cúper, el Valencia consolidó su estilo, ese que siempre olvida en cuanto la rubia le sonrie. Con Cúper, el Valencia salió a Europa a reivindicar una melodía joven y entusiasta con un centro del campo que jugaba al fútbol mejor que nadie. Nunca como en la primavera de 2000 Mestalla vio jugar tan bien al fútbol. Nunca. Fueron 3 meses de asombrosa energía, de recitales a diestro y siniestro, de fútbol eléctrico y jovial. Por eso, es doblemente injusto ese sambenito falso y ventajista del Cuper barraquero y aburrrido. No hubo tal o sólo en pequeñas dosis cuando hubo de reinventar el equipo para volver a salir a Europa con otro disfraz, quizás no tan atractivo pero si sumamente competitivo y eficaz. En ese interín nació La Cuperativa. Y del estiércol de ese bloque apareció el campeón de dos ligas casi consecutivas. Puede que la euforia de los títulos borre todo lo demás, pero ahora que ya hay espacio para la memoria y el relato yo recuerdo con más plenitud la primavera de Cúper que el largo verano de Benitez. Quizás porque las vísperas imponen en el escenario una felicidad expansiva y gozosa que los fastos y su colesterol acaban por traicionar. O quizás será que durante esos dos años servidor fue extremedamente feliz. No tanto en el fútbol como en todo lo demás. Nunca se sabe. Ahora que el mister vuelve a Mestalla, mi homenaje sincero y creo que merecido.
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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