¿Por qué los seres humanos tenemos la costumbre de relacionar “algo anecdótico” con un hecho trascendental en nuestras vidas? Lo he comentado con infinidad de amigos y casi todos ellos han experimentado idéntico fenómeno. Por ejemplo: yo escucho la canción Radio Ga Ga de Queen y de inmediato regreso a mis días del Servicio Militar en el Aeródromo de Agoncillo (La Rioja), allá por 1984. Algo parecido me ocurrirá el día 7 del presente, cuando se cumplan nada menos que 40 años de la histórica victoria del Valencia CF frente al entonces potente Glasgow Rangers escocés; si bien, en aquel caso, yo no lo consideraría algo anecdótico.
Por la tarde, tras regresar de la academia en Ponferrada, donde cursaba Formación Profesional de 2º grado en la rama administrativa, al entrar en casa a eso de las 8 pasadas, enseguida intuí que algo no iba bien. El silencio descorazonador solo alterado por una respiración dificultosa proveniente de una de las habitaciones, me puso en alerta. Al franquear la puerta vi a mi padre con los ojos cerrados, y cómo cada vez que tomaba aire parecía ahogarse un poco más. Al lado de la cama permanecían mi madre y su hermana. En cuanto ambas me dijeron que era mejor abandonar la habitación, pues nada podía hacer ya, salí raudo sin entender cómo de un día para otro mi padre podía abandonar este mundo, a pesar de que el cáncer nos venía advirtiendo desde el inicio del verano. Yo me refugié en el baño y me puse a llorar silenciosamente para que ellas no escucharan mi dolor. Del resto de la tarde noche ya no recuerdo otra cosa que el triunfo valencianista en tierras escocesas, casi coincidiendo el pitido final con el fallecimiento de mi padre.
De lo único que sí estoy seguro es de que apenado porque papá se me iba, al tiempo tenía fe ciega en que el Valencia remontase el 1-1 del partido de ida, aunque la tarea se presentaba complicada. Para combatir la zozobra de una noche como aquella, me metí en la cama y puse la radio para escuchar el partido a través del auricular. El Glasgow Rangers y el Valencia luchaban en el estadio sin remozar de Ibrox Park por una plaza en los cuartos de final de la Recopa. El Valencia del mítico Don Alfredo Di Stéfano ponía en liza a: Manzanedo; Botubot, Tendillo, Arias, Cerveró; Bonhof, Castellanos, Subirats; Saura, Kempes y Pablo Rodríguez. En la alineación destacaban dos jóvenes que apenas habían jugado partidos, y menos de la trascendencia de aquel: Subirats y Pablo. El partido empezó a encauzarse un poquito en el minuto 17, cuando Jardine marcó en propia puerta. Al menos el Valencia ya había marcado, algo imprescindible para pasar la eliminatoria. Si bien la alegría duró poco, porque en el 24, Johnstone marcaba el gol del empate. La eliminatoria igualada y vuelta a la incertidumbre, algo que desapareció cuando casi a punto de finalizar la primera parte, Kempes a pase de Subirats, hacía el 1-2 y con ello obligaba a los Rangers a marcar 2 goles más si quería hacerse con la victoria. Durante el descanso pensé en mi padre agonizante y si ya habría muerto, pero incapaz de soltar por un momento el auricular para escuchar o no sus estertores que me darían la respuesta.
Es cierto que sin la presencia de dos craks como eran Bonhof y fundamentalmente Kempes, seguramente no se hubiera superado la eliminatoria. A nivel internacional el Valencia era conocido por el alemán campeón del mundo en 1974 y por el argentino campeón del mundo en 1978. Como no podía ser de otra manera, el Matador daba la puntilla al Glasgow en el 78 al marcar el 1-3 tras una segunda parte más que aseada, y durante la cual, los dos jóvenes, Subirats y Pablo, dieron una lección magistral de cómo había que jugar al fútbol ante adversarios tan correosos como los escoceses. De hecho fue Pablo el asistente de lujo en el tercer gol. Pablo Rodríguez no tuvo la continuidad de su compañero, pero disfrutó de 3 ó 4 temporadas a muy buen nivel. Subirats por su parte se mantuvo casi siempre como titular durante una década. Bonhof, el todoterreno germano, abandonó la disciplina valencianista al finalizar la temporada, al tiempo que a Kempes le faltaba menos de un año para sufrir aquella aciaga lesión contra el Carl Zeiss Jena que influyó decisivamente en su carrera posterior.
A la mañana siguiente mi madre me dijo que papá había fallecido en torno a las 11 de la noche. Yo no había querido saber nada del óbito, me daba pavor, y preferí un duermevela acunado por la satisfacción de que mi equipo del alma había realizado la gesta de clasificarse fuera de casa y poner otra pica para conquistar medio año después la Recopa de Heysel en 1980, tras los fatídicos penaltis y la irrupción de Pereira como figura de la final.
Julio Mauriz.