dijous, 26 d’abril del 2012

Es triste pedir... pero más triste es robar

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Es triste pedir… pero más triste es robar, así que voy a pedir un favor. Sí, ya sé que no corren buenos tiempos para pedir favores y menos para darlos, pero ocurre que el próximo jueves un equipo de fútbol, nuestro equipo, el Valencia CF, necesita una inyección intravenosa de optimismo, de fuerza, de garra, de pasión y de todos esos valores que hace tiempo, demasiado tiempo, que no se dejan ver por Mestalla. Los otros valores el sufrimiento, la angustia, y la desesperación, se dan por hecho, pues ya vienen de serie, en el ADN de todos los aficionados de este club.

Ocurre, que pese al desastre anímico del partido de ida, tenemos la tremenda fortuna de poder dar la vuelta a la situación. Increíble pero cierto.

Está claro que no tenemos las sensaciones de antaño, de lo difícil que es remontar este partido, ante un rival inferior deportivamente pero superior “simeonicamente”. Tenemos que apoyar hasta la extenuación como lo hicimos con los equipos de Ranieri, de Cúper, y de Benítez…

Si, ya lo sé, ya no está el espíritu de los gladiadores de Ranieri, ni veremos el juego eléctrico de la primavera de 2000 de Cúper (bien recordado por Rafa Lahuerta), ni el asombroso equipo “anti-galaxias” de Benítez: de aquel lustro primoroso sólo queda un vestigio, el viejo capitán Albelda. A David no le tengo que decir nada, el debe saber que es su último tren, puede que su última gran portada en los diarios valencianos, su retirada perfecta… El resto de jugadores es nuevo en estas lides (a excepción de Miguel, Maduro y Banega), y no deben dejar pasar esta oportunidad, debe ser su momento, deben traducir su hambre de títulos en el terreno de juego.

Os pido que no os fijéis en la foto de los jugadores que levantaron la última copa de la UEFA. En este caso cualquier comparación sí que es odiosa. Aquello pertenece al pasado, hay que vivir del presente. Pensad que el título lo levantan los Soldado, Guaita, Rami, Feghouli, Canales… Evidentemente las circunstancias son otras, la balanza se declina en contra del equipo de Emery. Nos dimos un atracón de títulos, y aún sufrimos el empacho, pero se puede remediar: en noventa minutos podemos estar cerca de volver a luchar por un hueco en la final de Bucarest, por sacar a pasear nuestros triunfos en la Plaza del Ayuntamiento, en Mestalla y en las plazas más importantes de cientos de poblaciones valencianas.

Mis hijos por su edad ya no se acuerdan de lo que es celebrar títulos, y necesitamos que ellos crean, vean y sepan que nos crecemos en las adversidades y que aquí también sabemos cómo ganar, que no se nos ha olvidado.

Así que, como reza el título del post, os voy a pedir que este jueves todos los que vayamos a Mestalla estemos al doscientos por cien con el equipo, bufanda en mano, no importa la temporada insulsa ni las empanadas tácticas. Os pido robarle noventa minutos a la realidad que nos acecha: hay que darlo todo para pasar a otra final europea. Nos debemos emplear a fondo, para recuperar las sensaciones de las semifinales previas a París, a Milán, a Göteborg… y hacer que la semifinal previa a Bucarest aparezcas eternamente junto a este trío, y así formar un póker europeo moderno.

Que por nosotros no sea.

Nos lo debemos.

AMUNT.


José Luis Aguilar, Pepelu
Socio del Valencia CF
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dilluns, 23 d’abril del 2012

Grandes fiascos contemporáneos

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La historia del Valencia CF no sólo está compuesta de grandes victorias y egregios futbolistas. En el matiz y el antagonismo encontramos a veces también la gracia a este deporte tan pasional como inalterable al tiempo. En este sentido, me dispondré a repasar someramente algunos de los más sonados fracasos futbolísticos que también han jalonado la historia de nuestro club, ciñéndome a mi etapa de seguidor, la cual se inicia con la década de los noventa.

El Valencia CF no abundó en la contratación de fiascos en los primeros noventa. La austera y meditada planificación deportiva de la era Tuzón (en manos de profesionales contrastados como Roberto Gil o Pasieguito, artífices con escasos medios en comparación de los actuales de fichajes como los de Penev o Mijatovic) propició fichajes en cuentagotas que reforzaban puestos concretos de una plantilla basamentada en los canteranos que lograron el ascenso. Jugadores como Tomás o el brasileño Toni representaron lo más parecido a la tipología que nos atañe, sin restarles ciertos méritos, esfuerzo y presencias continuadas en las alineaciones. Definitivamente, ellos no forman parte del elenco que estamos buscando. Más cercano a esta categoría estaría Belodedici, fichaje estrella (astronómico por entonces) y pretendida guinda del mandato de Tuzón. Llegó con la vitola de estar considerado como el mejor líbero de Europa y de ser el primer futbolista que había ganado la Copa de Europa con dos equipos distintos, pero sobre el césped dio reiteradas muestras de lentitud e indolencia (en las fotos de su presentación ya posó tumbado, para más inri).

Tendría que llegar Paco Roig para deleitarnos con la arribada de cracks de medio pelo a cascoporro. El primero fue Víctor Hugo Aristizábal, delantero colombiano que desembocó en nuestra tierra para cubrir de goles el tramo final de la inestable campaña 93-94. Lo cierto fue que sólo consiguió anotar una diana, merced a una pena máxima ejecutada en un amistoso disputado en Utiel. Fue una pena que en su debut con la camiseta fucsia lo cosieran a fueras de juego en el Bernabéu, ya que ese bigote de guerrillero sandinista podría haber escrito páginas de oro en nuestra historia.

Pero como de la nostalgia no se come, Paco Roig atrajo hacia Mestalla a los fichajes de relumbrón que había prometido en su campaña "Per un Valencia campeo". Desvalijamos al Logroñés y al Celta de Vigo y nos hicimos con auténticos chollos como el espigado Clotet o el eternamente lesionado Juanjo Maqueda. Tampoco han de caer en el olvido futbolistas que, pese a su empeño, resultaron bastante prescindibles, como Juan Carlos, Iñaki o Eskurza.

Mención aparte mereció el zar del gol Oleg Salenko. Paco se jactaba de no haberlo empaquetado hacia Asia (recuérdese el traspaso de Leonardo) cuando vapuleó a la decadente Camerún en Estados Unidos. Para el recuerdo quedaron los penaltis con hipnosis que ejecutaba y los monólogos con los que se torturaba cuando fallaba ocasiones, aparte de aquella ida copera en el Bernabéu que nos sacó a las calles (Cuando el Valencia eliminó al Real Madrid).

Similar suerte corrió el estonio Karpin, injustamente comparado con Mijatovic por lo igualitario de sus traspasos (mil millones). A pesar de su posterior doctorado en garrulismo, como jugador demostró sobradamente su valía.

Como los prometidos títulos no acababan de llegar, la paciencia del de Poble Nou se fue agotando y tocó tirar de talonario para hacerse con Ariel Ortega. Junto a Romario encarnó el proyecto más descabellado de la historia del club (el equipasso) y, no contento con este dispendio económico, al mandatario no se le ocurrió mejor idea que rodear a estos fueras de serie de una pléyade de futbolistas con más renombre grandilocuente que calidad (Marcelinho "Pie de Ángel" Carioca, Morigi, Campagnuolo, Saib, Del Solar...). Aún recuerdo la fastuosa presentación de la campaña 97-98, con Paco Roig arengando enfervorizado a las masas para después, en pleno éxtasis, soltarles a los advenedizos jugadores con total convencimiento que ellos "tenien que sentir Lo Rat Penat" y cosas por el estilo. Caras de circunstancias, sonrisas desconcertadas y fuegos artificiales.

Pedro Cortés impuso una mayor cordura, aunque también se permitió sondear el mercado rumano en busca de las glorias que ofrecía el deshielo de aquel país. Serban, Popescu y el "hermano bueno" Sabin Ilie constituyeron una peculiar troika que no tardó en engordar a base de suplencias. Mientras tanto, la maldición del 9 seguía escenificándose en fiascos como el de Óscar, Nico Olivera (sin ficha durante la mayor parte de su trayectoria) o Lucarelli, "el bou de Livorn". El último demostró "ovunque", salvo en Valencia, su facilidad para el gol: será que estos lares ya no son propicios para un comunista. En el otro lado del espectro político, Salva Ballesta tampoco desplegó sus mejores aptitudes en Mestalla y acabó relegado por un Benítez que supo aprovechar al máximo las posibilidades de todos sus efectivos, hasta el punto de que el VCF se proclamó campeón de Liga y UEFA alineando a futbolistas de escaso bagaje por entonces como Xisco o Sissoko.

Con Juan Soler volvió la vieja tradición de la contratación sin mesura, tan aplaudida por el forofo de aluvión ávido de portadas y complejos de origen madridista. Resulta ciertamente doloroso enumerar la lista de "figuras" desperdiciadas a precio de oro: Fiore, el indolente Di Vaio, Corradi, Del Horno, Kluivert, Viana, Tavano... Más tarde, la Transición nos permitió “disfrutar” en pequeñas dosis de peloteros prácticamente inéditos como Carleto o Nacho González.

Ahora mismo produce cierta desazón contemplar este desaguisado a base de nombres y sus correlatos salariales. Una herencia que aún estamos sufriendo y que actúa como rémora sobre nuestro futuro. Esperemos que la grandeza inmortal de la historia del VCF nos vuelva a permitir repasar con la perspectiva del tiempo estos desastrosos listados de fichajes con una sonrisa en la boca que sintetice, una vez más, nuestra supervivencia a mil y una batallas. Al fin y al cabo, eso es lo que da sentido al fútbol y, sin estas decepciones, los excepcionales triunfos no se saborearían con la misma legítima y creíble intensidad.


Simón Alegre
Socio del Valencia CF
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dilluns, 9 d’abril del 2012

Minuto de silencio

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Treinta y ocho años pueden ser muchos o pocos. Para morir son pocos. La gente siempre usa esa frase manida pero inevitable. Era tan joven. Y así es, no hay duda alguna, nadie se atrevería a decir lo contrario. A esa edad quedan tantas cosas por hacer: sabrosas comidas que cocinar y degustar, bellas mujeres a las que desear sin atreverse a iniciar siquiera una breve conversación, aunque fuera insulsa; amaneceres, atardeceres, paisajes de ensueño, lecturas fascinantes y música por escuchar, música de verdad, de la que se siente en las entrañas. Sin embargo, para estar en el corredor de la muerte son muchos, muchísimos, demasiados, una muerte en vida. Algunas carreras profesionales podrían batir récords de llegar a esos registros: prostitutas, atletas, mineros, timadores, ladrones, asesinos, corredores de bolsa. Qué quieres que te diga. A mí me parecen siempre poco. Soy un adicto a la vida, nunca me sacio de ella, más quiero más, cuando ya tengo demasiada, cuando no me sienta bien, cuando me empacho de ella, más, quiero más.

Es un día como tantos otros ha habido antes. Camino junto a mi padre rumbo a Mestalla. Llevamos treinta y ocho años haciéndolo. Hablamos de cosas intrascendentes, cosas de la vida diaria, de las comidas de mi madre, de cómo cambia el sabor de los alimentos con la edad y la quimioterapia, de la cantidad de inmigrantes que han llegado en los últimos años, de cómo nos vemos retratados en ellos, como si tuviéramos en la palma de la mano una máquina del tiempo de Apple, un iTime, que nos mostrara los anhelos y deseos que albergábamos cuando la arrogancia aún no era uno de nuestros pecados. Los largos paseos previos a la entrada al campo de fútbol han ido acortándose, menguando con la naturalidad de la caída de las hojas en otoño, dejando paso a conversaciones estáticas, frases mil veces repetidas y adolescentes deseos de que nuestro equipo salga victorioso esa tarde. Una liturgia que, por sabida, no deja de satisfacernos. Entrar por la puerta 3, encaminarse hacia el vomitorio y subir los escalones que nos elevan sobre el verde del terreno de juego, con la sensación de la primera vez renovada decenios después. Nuestro asiento es uno de los ejes de rotación de nuestra vida. Inmutable. Tal vez con un sensible movimiento de precesión a lo largo de los años que nos hizo pasar de los asientos 118 y 120 a las butacas 120 y 122, sólo eso. La gente va llegando parsimoniosamente, hasta que faltan cinco minutos parece que aquel día el campo presentará un aspecto desangelado con una pobre entrada. Nunca es así. Nuestros compañeros de grada, fieles y críticos a partes iguales, han ido y venido. De aquellos que compartían los gritos y vítores, las alegrías del gol y la desazón de la derrota en el último momento en 1972 ya no queda nadie. Migraron, cambiaron de sector, fila y asiento, cambiaron de mundo, se fueron, murieron.

Los jugadores han saltado al campo, su salida ha ido perdiendo brillo, envuelta en el celofán de las promociones comerciales y las fotografías con los patrocinadores. El árbitro ordena despejar el terreno de juego para dar comienzo al partido, los jugadores no ocupan sus demarcaciones, sino que se unen en un abrazo largo como una serpiente alrededor del círculo central. Un minuto de silencio por el presidente Tuzón. No me acordaba, tan inmerso en la rutina del día de fútbol, hojeando el programa del partido y mirando una antigua foto de Kempes. Nos ponemos en pie. Suena la melodía que acompaña estos momentos de reflexión, mientras un par de gamberros son incapaces de soportar tanto silencio atronando sus tímpanos. No suelo rezar en esos momentos, no suelo pensar en nada que no sea desear que ese minuto no se celebre nunca por mí, en ese momento tan real, tan vital, tan excelso. Me fijo en la fila de abajo. Dos asientos vacíos traen a mi memoria a sus ocupantes. No han venido en toda la temporada. Un padre y un hijo. Parkinson y resignación. No sé cómo se llaman, no sé a qué se dedican, no sabría encontrarlos en una guía telefónica. Al padre le gustaba el juego pillo de Eloy, el hijo estaba siempre al día de todo lo que tenía que ver con el club, aunque viviera una temporada lejos de la ciudad. No están, se han desvanecido. Y con ese pensamiento surfeando en la playa de la memoria giro mi cabeza a la fila de detrás. Dos asientos más vacíos. Aquí sí que sé el nombre de sus ocupantes. Ataque al corazón, derrame cerebral, coma… No sé si los volveré a ver, ellos tampoco lo saben. No puedo evitar tener la certeza de que el minuto de silencio es también para ellos.


Francisco García
Socio del Valencia CF
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