GALLETAS PARA O ARTILHEIRO O QUÉ ES EL VALENCIA.
El Valencia es una mujer que hace cincuenta años cumplía doce, el mismo número de camiseta con el que se suele identificar la fidelidad y lealtad de una afición a un club. Una mujer de luz heredada, de vela que prende en vela y no hay viento, por mucho que sople en contra, que logre apagarla por verdadera y constante.
En su luz hay una niña que colecciona cromos de jugadores de fútbol que a la hora de comer se sientan en su misma mesa y una chica pionera, valiente y libre, que en Mestalla marca goles que agitan redes y rompen roles.
Es invierno en Burjassot y en la vida de aquel hombre de piel morena y pelo de nieve que en su silla de ruedas apura los rayos del sol y la vida.
No recuerda que en otro tiempo fue inmenso, fuerte, poderoso. Tampoco la arena de la playa de Río de su niñez, ni el césped del área en la que reinó en Mestalla. Ni siquiera el desayuno que hace apenas dos horas le sirvieron en la residencia donde vive.
Las hojas secas hace muchos años que dejaron de ser el arte que practicaba en el golpeo del balón con sus dos piernas, ahora solo son el pasar de página que algunos árboles del jardín en el que esa mañana se encuentra, dejan caer por el suelo y su calendario.
Sus ojos ya no ven, como su memoria, también quedaron ciegos.
Ella se sienta a su lado, en un banco de piedra, le coge el brazo, le abre la mano y le da una galleta, la más dulce que existe. El viejo sonríe, se la lleva a la boca, la paladea detenidamente con la inocencia y el deleite de un niño, con sus ojos entornados dejándose acariciar por el sol, intentando eternizar el momento.
Sus hijos, Vicky y Walmar, llevan contemplando la escena desde el principio, en silencio, sin querer interrumpir el ritual tantas veces repetido. Con cariño le preguntan a su padre:
-¿Sabes quién ha venido a verte?
Y vuelve a ocurrir el milagro de todos los meses, cuando ella le trae galletitas y hace sol.
-¿Cómo está mi hija blanca? ¿Cómo estás, Mey?
-Hola Waldinho – Le contesta acariciando su espalda - ¿Vas a jugar el domingo?
-Tengo molestias en el menisco, pero juego seguro - contesta orgulloso - Con Guillot.
-Muy bien, Waldinho. ¿Y de mi padre? ¿Te acuerdas de mi padre?
-¡Cómo no me voy a acordar, con lo que nos queríamos!
Y Merchina, emocionada, enlaza sus blancas manos con las manos negras de Waldo.
(A la memoria de Don Vicente Peris en el 50 aniversario del día en que su corazón dejó de latir en el mismo corazón de Mestalla. A Merchina Peris por ser el Valencia Club de Fútbol. Te queremos, bonica.)
JOSE CARLOS FERNÁNDEZ HABA.
ÚLTIMES VESPRADES A MESTALLA.