divendres, 15 de juliol del 2016

Cuestión de genética

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Lamentablemente, al contrario que la mayoría de ustedes, yo no recuerdo mi primera tarde en Mestalla. La primera tarde (en este caso tarde-noche de verano) en la que yo visité Mestalla fue la del debut de “El Matador”. Aún no tenía 5 años cuando a mi padre y a mi abuelo materno -valencianistas de pro (bueno, mi abuelo un poquito también del Hércules, que para eso era de La Marina)- se les ocurrió que había que llevar al chiquillo cuanto antes al fútbol. “No vaya a ser que se haga de otro equipo”, me cuentan que decían.

A partir de ese momento, fui visitando de forma más o menos asidua el templo de Mestalla. No obstante, no acabé de cogerle el gusanillo al Valencia CF. De mi paso por Mestalla durante aquellos años, sólo tengo vagos recuerdos del librito que entregaban a la entrada, de la almohadilla o del famoso turrón de Viena de Mivel. En el plano estrictamente futbolístico me llegan a la mente algunas pitadas y aplausos -a partes iguales- a Castellanos y ver pasar por la banda a Carrete pegado al extremo del equipo contrario.

Curiosamente, debo decir que me enganché antes al plano social del Valencia CF, que al estrictamente futbolístico. En efecto, tras la dimisión de D. José Ramos Costa, un amigo de mi padre, mi admirado D. Vicente Mira, se presentó a las elecciones para sucederle. Vicente era (y es) un gran aficionado del Valencia y un tipo muy conocido entre el valencianismo, con muchas ganas de levantar a aquel Valencia que había mamado desde pequeño. Él veía venir lo que otros no veían o no querían ver, aunque no se cansara de contarlo durante una dura campaña. El proceso electoral lo recuerdo problemático y con algún que otro despreciable incidente, como la rotura de los cristales del coche de Vicente, pero también apasionante, como cuando visitaba el cuartel de operaciones de la candidatura en el despacho, que por aquel entonces, compartían mi padre y Vicente. Siempre repleto de amigos, simpatizantes, azafatas recogedoras de firmas y, supongo, que algún que otro cliente, pero esto lo recuerdo menos.

Aquellas tardes en las que a la entrada se repartían octavillas con su nombre, me hacían creer que yo mismo formaba parte de aquella candidatura. Vicente, cariñosamente, me decía: “tú podrías ser directivo infantil”. Sin duda, despertó mi atención por la parte social de nuestro equipo, que tan prolífica ha sido en los últimos años. Tenía una ilusión enorme porque Vicente fuera presidente. Lamentablemente, no ocurrió así, perdió las elecciones y, por suerte, mi desilusión se vio superada por aquel gol de Tendillo que nos salvaba de perder la categoría, pero que no presagiaba nada bueno.

Indudablemente, lo que de verdad me enganchó al Valencia CF y a visitar Mestalla domingo sí, domingo no, tras estos inicios, fue el descenso. En efecto, como alguno de ustedes seguro recuerdan, se formó un resurgir del aficionado y unas ganas que llevaban en volandas al equipo. La culpa de este “enganche” la tuvieron mis  amigos y compañeros de clase, en aquel momento, Migue, Vicent y Carlos. Ellos se habían sacado el pase el año anterior y yo decidí que ya era el momento de tener mi propio carnet de socio y abono. Hasta la fecha, mis padres me habían sacado entradas puntuales -como las conocidas “medias”- y me sentaba junto a ellos y mis abuelos. Mis padres aún conservan su pase, aunque hace varios años que ya no visitan Mestalla. Desde ahí hasta hoy, he pasado del sector 29 a Gol Gran, pero la atracción que Mestalla ha ejercido en mi no ha cambiado.

He pasado, de hacer el previo en el Bar Penalty, con mis padres y abuelos, primero, y después sólo con mi padre, a hacerlo con algunos amigos a los pies del Monumento a la afición valencianista, situada en la confluencia entre la calle Mícer Mascó y la avenida de Suecia. También recuerdo ocasiones en las que, con algunos amigos de La Cañada, como Joselito o Sergio, íbamos a recibir al autobús del equipo, aunque tengo que reconocer que éstas fueron las menos. Nunca he sido muy de idolatrar jugadores, sino de valorar al equipo, al conjunto. Esto, a lo largo de los años, me ha servido para evitarme muchos disgustos. Sólo en una ocasión he puesto el nombre de un jugador en una de mis camisetas del Valencia, ha sido el de “Milla”, pero éste, más que por admiración personal fue -como habrán advertido ya- por compartir apellido con Luis.

No obstante, poco o nada ha cambiado de esos bonitos prolegómenos en la avenida de Suecia. Para mi, aunque mi entrada natural al estadio es la avenida de Aragón, no dejo pasar un partido sin dar una pequeña vueltecita por la avenida de Suecia. Por si alguien lo duda, yo soy uno de tantos a los que les costará –si alguna vez se materializa el cambio- acostumbrarse a la localización del nuevo estadio.

Para seguir la tradición, y cumplir con mi compromiso con Mestalla, se me ocurrió llevar a mi hijo al estadio lo antes posible. Lo llevé con 2 años. Dejé el carrito a la entrada de la torre B, con la ayuda de un amable empleado, y subí la rampa con gran ilusión. Como era de esperar, tras todo este prolegómeno, mi hijo no se enteró de nada. Nos fuimos en la media parte, con la mirada cómplice del empleado del club, como queriendo decir: “Lo has intentado”. A pesar de esta primera desilusión, yo, erre que erre, lo llevé otra vez al año siguiente y, a base de embutirlo de gusanitos, conseguí que llegara al pitido final. No contento con las experiencias anteriores, lo seguí llevando 2 años más a algún que otro partido y tampoco conseguí nada. No parecía gustarle el ambiente (o eso pensaba yo). Ni siquiera se interesaba por la mascota o la banda de música durante el descanso e incluso, se sentía incómodo con el volumen de los aplausos o de los pitidos. Esto último también me pasa a mi.

Finalmente, llegó mi última vesprada a Mestalla. Aquella que se fraguó en una tarde durante la semana previa al partido en la que, ya con 6 años, mi hijo me pidió acompañarme a Mestalla. Y con la liga que llevamos…, pensé yo. Era el partido contra el Español. Nada hacía presagiar un buen resultado. A pesar de todo, la experiencia fue todo un éxito. Hicimos el previo a los pies del Monumento a la afición valencianista, compartimos bebida y pipas, y nos dirigimos hacia la torre B en busca de nuestro asiento. Él utilizó el de mi madre, que puede ser que no acuda a Mestalla desde que se retiró Juan Cruz Sol, pero que no deja de renovar su abono año tras año.

El equipo ganó (no sé si convenciendo o no, pero eso tampoco importa) y mi hijo se enganchó. ¡Lo he conseguido! Bastante más tarde -debo reconocer- que lo consiguieran algunos de mis amigos como Migue, Pepe o Javi. Cuestión de genética, no cabe duda. Pero, finalmente, esa agresiva “publicidad subliminal” practicada durante estos años, en forma de partidos en la tele, fotos, camisetas, pegatinas, cromos, etc. ha surtido efecto. Ahora aún queda algo más por hacer, aunque nada sencillo: tratar de transmitirle a mi hijo los valores de este club y hacerle comprender el carácter “bronco y copero” de este equipo, aunque en estos momentos parezca que los hemos olvidado.


Jorge Milla Ibáñez
Socio del Valencia CF 
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