diumenge, 14 de febrer del 2016

La historia de Armando, o cuando el Blues de Chicago se encuentra con Amunt València!

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Nací y crecí en los suburbios de Chicago en una familia de inmigrantes. Mi padre es de Guatemala y mi madre es de México. Mi papá es un valencianista desde joven y seguidor de su jugador favorito: Mario Alberto Kempes. También le encantaba jugar al fútbol y me transmitió esas dos pasiones. Un día, cuando yo tenía unos 7 años de edad, estaba viendo un partido del Valencia CF cuando Piojo López marcó un golazo. Fue el gol que marcó en la Liga de Campeones contra el PSV. Me quedé sorprendido y grité y animé como nunca ante un gol así. Ese partido fue el momento decisivo en el que mi padre y yo comenzamos a compartir la profunda pasión por el Valencia CF. Desde entonces he seguido religiosamente al Valencia CF.

En 2010 iba a comenzar mis estudios universitarios en la Universidad de Illinois en el campus de Urbana-Champaign y en abril de ese año, antes de que yo empezara mis estudios tras el verano, el Valencia CF anunció una gira por los Estados Unidos. Fue la mejor de las noticias: iba a poder ver al equipo que he apoyado desde mi infancia. Sin embargo, la gira no se concretó debido a problemas de calendario con los equipos. Aun así, confié desde un punto de vista optimista, en que el Valencia CF vendría algún día a los Estados Unidos. Comencé mis estudios universitarios, jugué un montón al fútbol y conocí a gente de todo el mundo. En el campus se me conocía como el chico que siempre llevaba camisetas del Valencia CF. Hubo un gran eco en el campus en relación con los estudiantes futboleros y pronto hice amistad con los poquísimos valencianistas en mi campus. Llegó el verano de 2012, acababa de terminar mi segundo año de universidad y escuché que mi querido Valencia CF, finalmente, consiguió algunos acuerdos con equipos para enfrentarse en en los Estados Unidos, aún con la oposición de la Major League Soccer (MLS). Sabía que había llegado el momento de poder ver a mi equipo. Dicho y hecho,  mi padre y yo hicimos un viaje por carretera desde Chicago a Houston, en Texas, para ver al equipo jugar contra el Dynamo de Houston.

En Houston mi papá y yo esperamos fuera del estadio durante horas y horas emocionados e inquietos con la idea de ver al equipo jugar y cumplir uno de nuestros sueños. Éramos los únicos que estaban por allí, aparte de los empleados del estadio. Hicimos unos carteles para el evento y los mostramos orgullosos. Todo esto llamó la atención de la gente del Valencia CF durante el partido y hablaron con nosotros acerca de filmarnos un video en el que habláramos de nuestro valencianismo y nuestros jugadores favoritos. En ese momento (y hasta hoy) yo era un gran fan de Vicente Guaita. Él me inspiró simbolizaba mi vínculo con mi padre. Guaita y su padre tenían un vínculo muy especial que me recordaba al que yo tengo con mi padre. Fue una enorme tragedia cuando su padre falleció y mi padre y yo queríamos darle todo el apoyo posible. Durante nuestras entrevistas hablamos sobre ésto. Estaba abrumado por la emoción cuando hablaba de ésto desde lo más profundo de mi corazón. Guaita lo escuchó y nos regaló su camiseta de entrenamiento. Fue uno de los mejores momentos de mi vida. Se me saltaron las lágrimas y abracé a mi papá. El partido fue genial y pude encontrarme con otros valencianistas de todo el país. Fue un gran partido y un gran día.

Pasaron unos meses y empecé mi primer año de universidad. Allí conocí a algunos estudiantes de Valencia y les conté mi historia. Ellos se sorprendieron mucho y me animaron a comenzar una Peña para todos los valencianistas de los Estados Unidos. Mis otros amigos en el campus me animaron también y me apoyaron al cien por cien. Así es como empecé la Peña Valencianista de EEUU (alias Penya Valencianista EE.UU. y Penya VCF EE.UU.). Empezamos contactando por la red con la gente que conocí en Houston (como Julio Silva y su familia) y aquellos que aparecían en vídeos de la página www.vcfplay.com de Houston y Portland (como Abdullah Ismail). Poco a poco fuimos creciendo y esto llamó la atención de otras personas (como el actual miembro de la junta Cesar Benoit). Desmond Morris de La Barraca me entrevistó acerca de la peña y mi historia como valencianista y su artículo ayudó a otros valencianistas a unirse a la peña como el actual presidente Guillermo Barreira.

Pasó el tiempo y poco a poco la peña fue creciendo, especialmente nuestra presencia en las redes sociales. En el verano de 2013, el Valencia CF anunció una nueva gira por los estados Unidos y el club contactó con nosotros para tener un evento exclusivo con el equipo en Nueva York. Fuimos al evento y nos encontramos con el equipo en persona. Fue un tiempo increíble, nos encontramos con Amadeo Salvo y le dimos una fotos enmarcadas de nuestro logo para darle las gracias por todo. Al día siguiente, antes del partido con el Inter de Milán, mi padre, mi hermano y yo fuimos a ver al equipo salir del hotel para ir al estadio y pudimos conocer en persona al ídolo de mi padre: ¡¡¡Mario Alberto Kempes!!! Pudimos hablar con él y nos agradeció por seguirlo todos estos años. Fue un sueño hecho realidad para mi papá. Después vimos a Vicente Guaita me firmó la camiseta que me dio el año anterior. En el partido lo pasamos de maravilla con otros miembros de la peña y además el Valencia ganó 4-0.

Luego empecé mi último año en la universidad. Era mi último año de estudios de grado de la Universidad de Illinois y mis padres querían hacerme un regalo de graduación. Mi mamá nos sorprendió al reservar un viaje a ¡Valencia! Fue el mejor regalo de toda mi vida. Le conté a Guillermo Barreira que me iba a Valencia y me dijo que se lo haría saber al club. El club nos invitó a mi padre y a mí para presenciar junto al equipo el derbi de la Comunidad Valenciana ante el Villarreal. Llegamos a Valencia y quedamos maravillados de lo hermosa que era la ciudad. Fuimos a Mestalla, estábamos exultantes de alegría pues nunca pensamos que veríamos el estadio. Un lugar  santo para nosotros. Vimos el partido y lo pasamos genial. El Valencia ganó 2-1. Después del partido nos reunimos el equipo y hablamos sobre nuestro valencianismo para la televisión del club. Fue un sueño hecho realidad y el mejor día de nuestras vidas. Al día siguiente nos fuimos a Paterna y vimos el entrenamiento y tuvimos un tour exclusivo por Mestalla. Siempre estaré agradecido por todo lo que el club hizo por nosotros durante ese viaje y todas las experiencias que disfruté. Después del viaje me gradué de la Universidad de Illinois.

Al año siguiente comencé mis estudios de postgrado en la Universidad de Illinois y me mantuve en contacto permanente con el club y la peña a través de la red. En el pasado mes de mayo el club pasó por Columbus, en Ohio, para un partido amistoso y con la colaboración del club organicé una reunión exclusiva con el equipo. Conocí a más valencianistas de todo el país y la peña se reunió. Pasamos de ser completos extraños a ser los mejores de los amigos. Incluso, el club nos dejó utilizar su cuenta de Twitter en inglés pata contar nuestras experiencias en el partido de Columbus. Fue un día para recordar.

Y hasta aquí la historia de cómo un chico de los suburbios de Chicago siente al Valencia C. F. como un sentimiento intenso y profundo en su corazón.


Armando Espinal
Penya valencianista USA
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dilluns, 1 de febrer del 2016

Un punto de vista



Publiquem l'aticle publicat pel nostre habitual col·laborador Rafa Lahuerta al diari LasProvincias el diumenge 31 de gener.
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Entiendo la fanfarria de la ilusión y el dinero. Mueve el mundo que nos atrapa. Expone en el escaparate una colección de niños cantantes, niños cocineros, niños futbolistas y adultos infantilizados. Con su perversa capacidad  galvaniza un lenguaje optimista del que es muy difícil escapar. Como lugar común es imbatible. Walt Disney dio en el clavo. La ilusión. Recuerdo cuando se puso de moda la palabra. Fue en la frontera temporal que acabó con el viejo fútbol, el de las generales de pie, los campos embarrados y la liturgia de los naranjazos a todo lo que se movía. No digo que aquello fuera mejor pero constato el cambio de paradigma.


Hasta entonces, y más allá de la ilusión que afloraba tras un buen comienzo de campeonato, el gran estandarte era la militancia. La militancia tenía vocación espiritual. Uno iba al fútbol y aprendía lo que de verdad importa. Apenas tres cosas, pero amigo, qué tres cosas: la paciencia, la autogestión del fracaso, el amor por las imperfecciones.

Yo detestaba el fútbol  pero amaba al Valencia. Detrás del Valencia estaba la historia de mi familia, su arraigo en la ciudad, el empeño lúcido por preservar aquella magia que casi nunca acababa bien. Lo que vino después ya lo sabes. Fue un proceso lento pero imparable. La sociedad se futbolizó en sus parámetros más enfermizos y el fútbol se mercantilizó hasta la nausea. Nadie se libró. Ni siquiera el pueblo de Mestalla y sus colas para vender acciones; que anularon, por defecto, el viejo recuerdo de aquel otro Mestalla que en los descansos de los partidos aplaudía las recaudaciones como ejemplo de compromiso y  lealtad institucional.

La mercantilización abusiva generó un nuevo escenario. La maquinaria del espectáculo arrasó con la moderación.  Hubo años en que las plantillas del Valencia parecían confeccionadas para premiar a los buitres. Casi nadie quería asumir que detrás del despilfarro se escondía la ruina. Nadie en la entidad se preocupó por sostener una cultura de club que alimentara un discurso sostenible sin poner todos los huevos en el cesto de la ilusión y su trampa. La ilusión, conviene decirlo, es un concepto sobrevalorado. Es lo más parecido a un contrato comercial. Genera la sospecha del intercambio obligado: te doy porque espero algo de ti. Eso no es ni amor ni fe, es comercio. Alimenta, de forma subterránea, la desconfianza entre equipo y afición. Esa desconfianza debilita al club que carece de un proyecto sólido. Bajo la bandera del yo pago, yo exijo se prioriza un graderío de clientes y no de irreductibles.  Arrinconado el vínculo sagrado  surge la desafección y el inevitable Aneu a fer la mà cuando el equipo se muestra vulnerable y frágil. Demasiadas veces, La ilusión se transforma en desilusión. La manera de frenarla suele ser una nueva huida hacia adelante que enquista el problema pero no lo soluciona.

Al Valencia, la jugada del fútbol moderno le ha salido muy cara. Le ha pillado en tierra de nadie, entre la élite y el pelotón de los supervivientes. Tenemos todos los defectos de los más grandes y ninguna de sus virtudes. Por no tener ni siquiera tenemos la humildad de comprender que sólo somos competitivos cuando nos fajamos en el barro. Nos cuesta mucho aceptar al futbolista modesto pero ejemplar que es tan necesario para armar equipos comprometidos. No hay autocrítica a nivel de club, sólo ataques y trincheras. Buena parte de la afición se victimiza porque la milonga capitalista de el cliente siempre tiene razón actúa como escudo y justificación. Muchos medios mantienen ese tono. Las frases hechas destilan una indigencia intelectual que a veces abochorna: el público es soberano, la millor afició del món, quién paga manda. Trampas. Son frases que, analizadas a fondo, ofrecen un profundo desprecio por el club y sobre todo por la afición, convertida, a efectos, en masa amorfa e irresponsable, que se mueve por impulsos y sin medir realmente la trascendencia de lo que está en juego. Así hemos vivido. Atrapados en un discurso líquido y tramposo, confiados en ese todo vale mientras alguien pague, aunque ya no quede nadie que pague y el futuro dependa de un señor de Singapur a quién hemos de creer por pura superchería. El mal viene de lejos.

El club ha vivido con pánico a su propia afición cuando lo que tocaba era hablar claro, asumir la realidad, volver a empezar. Era el momento para comprobar si éramos clientes o irreductibles. Era el momento de poner la ilusión en un segundo plano y priorizar la militancia. Primó el miedo y la arrogancia. Igual se hubieran sorprendido. El Valencia tiene muchos irreductibles pero apenas hacen ruido. El irreductible acepta no jugar Champions 4 ó 5 años, incluso 20, si con ello se garantiza una supervivencia digna para la entidad.

Servidor, ingenuo como tantos otros, sigue pensando en el Valencia como algo propio, como una herida que no deja de sangrar por muy ridícula que parezca la militancia futbolera a ojos de un mundo que todo lo compra y todo lo vende. Imagino que debí borrarme hace años pero no puedo. No sirvo para cliente, soy irreductible. Lo trascendente es estar en Mestalla cuando se supone que no hay motivos para ir. No me mueve la ilusión anticipatoria, me mueve la militancia. No exijo milagros; sólo entrega, compromiso, respeto. Acepto que el fútbol es imprevisible, injusto, caprichoso y que lo habitual, como en la vida, es fracasar y levantarse; volverlo a intentar. No necesito que nadie me inyecte ilusión. La ilusión la pongo yo. Esa es mi obligación como soporte moral del club. No soy espectador, no soy público, no soy cliente. Soy Mestalla. Formo parte del club, no estoy fuera del club. No me quieran infantilizar. No lo acepto.

Ni tú ni yo podemos marcar goles pero estamos en la obligación de salvaguardar lo único que le queda al Valencia CF para no ser definitivamente fagocitado. No es tiempo de cobrarse facturas. El pasado reciente del Valencia es una lágrima encadenada de la que nadie sale indemne. Pero o nos anclamos en la grada con espíritu numantino o nadie lo hará por nosotros.

Amar al Valencia, aquí y ahora, es llenar Mestalla y crear un clima propicio que inyecte a la entidad  determinación, apoyo y compromiso.

Todo lo que no hay en el campo debe ponerlo la grada para que la propiedad entienda el mensaje y se deje de experimentos. No es el dinero ni la gloria lo que nos hizo del Valencia. Lo que nos hizo del Valencia es la profundidad memorable que te eriza la piel. Esa pasión amigo, esa pasión. Esa pasión que te habla al oído es lo más puro que queda en ti, en mi, en todos nosotros. Esa ingenuidad, que en nada tiene que ver con el infantilismo, es la gran esperanza para un Valencia mejor. No te dejes atrapar por el cinismo, la amargura o el hartazgo.

A veces, casi siempre, lo más urgente es saber tener paciencia. Y la paciencia, como la generosidad, no tiene límites. La paciencia no es una carta blanca ni es el disfraz del conformista. La paciencia es la base, el respeto por las raíces, el poso necesario para que no prendan ni la manipulación ni el arribismo. La paciencia ahuyenta a los trileros porque no da pie a la política suicida del despilfarro y la falta de compromiso. La paciencia alimenta la solidez. El trabajo bien hecho y la discreción no alimentan el morbo. Y ese es posiblemente el gran enemigo del Valencia desde hace años, la falta de sobriedad.

Hay que tirar de este equipo tan poco convincente para salvar al club, lo que supone el club, lo que representa el club, lo que es el club. Esa es la exigencia que vale. La que madura ante las dificultades y afronta los retos con responsabilidad compartida, la que no se borra porque el equipo se ha convertido en un ente extraño y descorazonador.

Cada vez que el Valencia ha querido ser algo que no es ha sucumbido con estrépito. Mestalla, el Mestalla que alimenta la filosofía todavía viva del viejo Valencia de Puchades siempre fue todo lo contrario.  Resistencia, solidez, humildad. Parece que ese mito ya no puede volver, pero sí algo enseña la historia del Valencia es que siempre regresa cuando se levanta la bandera del compromiso, la paciencia y la generosidad.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF 
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