No serían más de las diez de la mañana, cuando mi compañero de trabajo Carlos me espetaba que quedaban muchas entradas para la final sin vender en las taquillas de Mestalla. Pedí permiso a mi jefe directo y me escapé hacia las taquillas, y compré entradas para Carlos y para mí. Las únicas localidades disponibles eran de Tribuna Superior Alta, y su precio 85€ (regalado para los precios del partido de la final de este año en el Benito Villamarín, casi prohibitivos, para lo que debería de ser la fiesta del fútbol).
El siguiente paso era decidir cómo nos íbamos a desplazar, no nos apetecía ir en coche, ya que el partido era Miércoles por la noche (nunca he entendido como alguien es capaz de permitir que se juegue una final entre semana, poca faena tienen los que deciden estas cosas), y al día siguiente teníamos que trabajar, básicamente porque el alcohol podría mermar nuestras capacidades a la hora de conducir el camino de vuelta, así que por un precio módico encontramos que el autobús era una buena opción, y posiblemente encontramos acomodo en el último autobús disponible para partir hacia el poniente español.
Y llegamos al día 16 de abril, la hora de salida fue a las 8 de la mañana, el punto de partida Avenida Aragón junto a Mestalla. Poco a poco fueron llegando los vecinos con los que compartiríamos el viaje. Detecté así a bote pronto varios grupos diferentes, una familia con niños (en adelante Happy Family), varias parejas (en adelante Lovebirds), personas mayores (en adelante Old People), Carlos y yo (en adelante Los Telemacos), y un grupo muy numeroso que no me atrevía a clasificar, un grupo con bastantes jóvenes (en adelante Young Boys), de estos últimos me sorprendió el extraño equipaje que introdujeron en el maletero del autobús un bidón azul, que parecía pesar bastante. El conductor del autobús que no sabía su nombre (en adelante Marcial), se mostró bastante reticente, pero al final cedió y permitió subir el bidón en el maletero.
Una vez todos ubicados en el autobús, en la parte delantera izquierda el grupo Old People, en la parte derecha la Happy Family, en la parte central los Lovebirds y los Telemacos, y después de un hueco de aproximadamente 5 filas de asientos finalmente los Young Boys. Todos nosotros capitaneados por Marcial.
El inicio fue espectacular los Young Boys empezaron a cantar y en cada canción el resto de la comitiva cantábamos con ellos, como si estuviéramos bajo el influjo de las voces cálidas como si se tratase del canto de las sirenas, y así estuvimos un buen rato, una inyección de moral y autoestima para arrancar el viaje.
El destino o más bien la falta de previsión del Ministerio de Fomento, hizo que a la altura de Siete Aguas se estaban realizando tareas de mantenimiento (siempre necesarias pero muy molestas cuando nos perjudica en primera persona), el caos se apoderó de la A3, para avanzar unos pocos kilómetros invertimos varias horas, manda cojones que el día que más tráfico habría desde Valencia hacia el centro peninsular hubiera una retención de esa magnitud por obras de mantenimiento, así que como no avanzábamos solicitamos a Marcial salir en el área de servicio de Siete Aguas para evacuar y estirar las piernas.
Y allí fue en el área de servicio de Siete Aguas cuando descubrí el contenido del bidón, botes de cerveza cubiertas de cubitos de hielo, al abrir ese bidón, nos asomamos al Hades, en ese momento se destapó la maldición que nos acompañaría en nuestro viaje hacia la meseta.
Al reiniciar la marcha, algo había cambiado en el ambiente, los Young Boys estaban un poco más activos, y fruto de esa actividad comenzaron a liarse unos porros como si no hubiera un mañana, el desvarío fue en aumento, Marcial no hacía más que mirar el retrovisor y gritaba a los Young Boys que dejaran de fumar y de beber dentro del autobús, en ese momento cambié el nombre del grupo de Young Boys a Lotófagos (en el libro de La Odisea, todo el que prueba el loto, hace que se olvide de su hogar, pues eso, “sense coneiximent”). De entre todos ellos sobresalía uno con el pelo largo, flaco y que se movía más que el cantante masculino de Boney M.
A la altura del pantano de Contreras, el límite entre “la terreta” y tierra extraña, llevábamos cinco horas de viaje, cinco además tiene muy mala rima. Pues así estábamos, de mitad del autobús hacia adelante nos agrupamos todos, menos los Lotófagos claro, ellos estaban agrupados en torno a fumar y beber. Ya nos habíamos enfrentados varias veces contra ellos para que dejaran de fumar, por respeto a los Old People pero sobretodo por respeto a los niños de la ya no tan Happy Family. La suerte hizo que el autobús no fuera muy moderno y todavía llevara pequeñas ventanas corredizas encima de las ventanas grandes, así que las abrimos para que Eolo, ventilara el bus. Aquí en el pantano bien podría ser el lugar donde aparecieran Escislas (monstruo con seis cabezas y tres hileras de dientes cada una) y Caribdis (monstruo en forma de remolino) los dos monstruos situados a ambos lados del pantano.
Marcial había mutado en Poseidón y la ira que transmitía era la misma que cuando dejaron ciego a su hijo Polifemo (cíclope). Conseguimos calmar el ambiente en varias ocasiones, indicándole a Poseidón que cuanto antes llegáramos a la meseta, antes podría deshacerse de los Lotófagos, menos mal que respondió positivamente a nuestros estímulos.
En Tarancón, los Lotófagos ya no cantaban, gritaban y entonaban canciones cada uno a su ritmo, totamente descompasados y en algunos casos (los más) ininteligibles, totalmente de pie y tambaleándose. El resto de la expedición sólo queríamos llegar cuanto antes. Posiblemente en este punto Circe diosa con poderes mágico de la isla de Eea, habría convertido a los Lotófagos en cerdos, ya que tenía esa habilidad, convertir en animales a los humanos.
A las cinco entramos al centro de la Rosa de los Vientos, y a las cinco y media el autobús estacionó en el lugar habilitado para ello en el Paseo de la Ermita del Santo, cerca de la Fan Zone valencianista. Fuimos bajando del autobús y la imagen era dantesca de los Lotófagos, dos como mínimo durmiendo la mona en el suelo, uno de ellos era el Boney M., otros tantos perjudicados notablemente, y algunos pocos conseguían a duras penas guiar al resto.
En la Fan Zone del Valencia C.F., en el Parque de San Isidro, entre traca y traca, bebimos cervezas a dos manos, después de casi 9 horas de viaje, necesitábamos reponernos y disfrutar, y allí estuvimos hasta que llegó la hora de marchar hacia el Calderón, reconozco que iba perjudicado pero consciente, seguramente algún trago más de cerveza me hubiera dejado fuera de combate.
Me esperaba algo más del Calderón por dentro, creo que estéticamente le afeaba el hecho de no ser un estadio cerrado, sobre todo debido a las aberturas a ambos lados de la Tribuna, en definitiva no era un estadio mejor que Mestalla.
El partido fue de tal felicidad que es lo que mejor recuerdo de esa temporada, aparte de que la grada la dominábamos de largo, el partido fue un dominio de principio a fin, los goles tempraneros y casi idénticos de Alexis y Mata dejaron el partido muy a favor, y tan solo se asomó alguna duda tras el gol de penalti del Getafe, pero se remató al final gracias al postrero gol de Morientes, que dejó los últimos minutos en una fiesta valencianista en el Calderón.
Celebramos el título allí en el Calderón, y menos mal, porque ya sabemos todos lo que sucedió en Valencia, que no se celebró debido a la mala marcha del equipo en la Liga (mal hecho, el tiempo nos ha enseñado que tampoco llegamos y ganamos tantas finales como para no celebrarlas, los títulos se celebran siempre, no ya por nosotros sino por los más pequeños, a ellos hay que dedicarles los triunfos, son el futuro y hay que cuidar la cantera).
Aún recuerdo la sonrisilla de Poseidón cuando íbamos subiendo al autobús, habían muchos más Lotófagos hacinados en el suelo durmiendo, creo que se perdieron la final entera. La vuelta fue terrible, salir de poniente se hizo eterno, casi como los siete años que la ninfa Calipso retuvo a Ulises en la isla de Ogigia. Poseidón decidió ir a una velocidad que nos permitiera llegar los últimos a cada estación de servicio.
Menos mal que no fueron siete años, sino siete horas las que nos costó volver al punto de partida, Mestalla, como Ulises y Telemaco vestidos de mendigos llegamos a Ítaca, sólo que nosotros íbamos mejor vestidos pero seguramente igual de cansados. Tuve el tiempo justo de llegar a casa, ducharme, desayunar y coger el coche para ir a trabajar, lo primero que hice fue colocar mi bufanda del Valencia en la pared de la oficina con dos chinchetas y la sonrisa de felicidad me duró todo el día pese al cansancio.
Recuerdo también que esos días en diferentes medio de comunicación, indicaban que el Valencia había contactado con Marcelino García Toral, para que fuera entrenador del Valencia C.F., y que este declinó la oferta. Se decía en ese momento que sobretodo porque el club no le aseguraba que no fuera a vender a sus estrellas. Me alegro que tomara esa decisión, sin duda habría venido como tantos otros entrenadores antes de tiempo. A este banquillo hay que venir curtido en mil batallas, y con un libro de estilo claro, fuertes y rocosos atrás, poderosos en el medio y efectivos delante, y sobretodo silenciosos, que nadie sepa que estamos, ese es nuestro ADN.
Para finalizar no quiero dejar pasar la ocasión de comentar que a la pregunta de Paco Polit en su magnífico programa Veus del Centenari, sobre cuál es nuestro deseo para esta temporada del Centenario, no fui yo solamente, sino muchos los que pedimos llegar a una final y si pudiera ser tocar metal, yo además añadí que me gustaría ir a una final con mi hijo Pablo, ya que en la final de 2008 tenía solamente cuatro años, pues bien, milagrosamente tenemos entradas y estaremos en Sevilla, así que ya sólo nos falta tocar metal.
Amunt i a per la Copa.
José Luis Aguilar. @PEPELUVFC