ORFANATO/REFORMATORIO INTERNADO SAN FRANCISCO JAVIER
AVENIDA DE CAMPANAR
DOMINGO 11 DE ABRIL DE 1954
AVENIDA DE CAMPANAR
DOMINGO 11 DE ABRIL DE 1954
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Serían poco más de las dos de la tarde, y la luz grisácea del frío mediodía dominical, asomaba por la vieja ventana que tenía más cerca, tratando de vencer al hambre, hice el esfuerzo de dormir un poco en la escasa media hora de siesta, agazapado en mi cama, con los ojos cerrados, sin poder dormir, pero mentalmente despierto, era capaz de visualizar la amplitud de toda la sala, la pesadez somnolienta del ambiente, se vio alterada, por un lejano eco, eran unos pasos que se iban acercando hacia la estancia, eran firmes y acompasados, en pocos segundos se detuvieron delante de la vieja puerta de madera, un giro al pomo y la enérgica apertura de la puerta, hizo aparecer la corpulenta figura del celador, Navarro.
Se detuvo ante la puerta, casi todos los niños nos incorporamos al mismo tiempo, sentándonos sobre las camas, entonces, el celador levantó la mano y extendió su dedo índice y apuntando hacia el resto de la estancia, fue señalando aleatoriamente, uno a uno, a varios niños.
Se detuvo ante la puerta, casi todos los niños nos incorporamos al mismo tiempo, sentándonos sobre las camas, entonces, el celador levantó la mano y extendió su dedo índice y apuntando hacia el resto de la estancia, fue señalando aleatoriamente, uno a uno, a varios niños.
El celador era un hombre fuerte y corpulento, no en vano había servido en la Legión, las malas lenguas decían que había renegado, o más bien, lo habían devuelto, porque tenía un carácter demasiado blando, para el servicio al que pertenecía.
- Tú, tú, tú… - así hasta completar trece niños. - Vendréis esta tarde conmigo de paseo.
Cuando ya se marchaba, me miró fijamente, y dejando escapar una leve sonrisa, que creí interpretar de complicidad, me dijo:
- Toni, hoy te vienes también de paseo. - Trece me parece mal número.
A todos los elegidos se nos quedó cara entre, angustiados y asustados, puesto que era la primera vez que nos elegía y no sabíamos exactamente que iba a sucedernos, yo, en concreto me quedé helado, sobre todo de que supiera mi nombre, pues éramos muchos como para acordarse en particular del mío.
Antes de cerrar la puerta, Navarro se giró sobre sus pasos y con tono amenazante nos dijo:
- Recordad, que tenéis que estar impecablemente vestidos y aseados, os espero formados en el patio de juego, en quince minutos, el que venga un segundo tarde, pagará las consecuencias, pues no vendrá de paseo ni él, ni los compañeros que tenga inmediatamente delante y detrás.
Esta última advertencia, hizo que los más mayores fuesen solidarios con los más pequeños, con el fin de poder estar todos a la hora exacta en el patio de juegos y en formación.
Aún recuerdo el primer día que entré en el internado, estaba sentado en un banco de cemento, merendando un bocadillo de tortilla de patatas, cuando se me acercaron varios chicos que estaban jugando al fútbol, y uno de ellos, el más mayor me dijo:
- Si me das el bocadillo te doy esta pelota.
Yo accedí, y le di el bocadillo, lo devoró en poco más de dos minutos, entonces comprendí, que iba a pasar mucha hambre, al final jugamos todos con el balón y yo hice de portero, ese día me gané su amistad.
- Rápido, Toni, tienes que vestirte con el uniforme limpio, hoy es un día grande – me dijo mi nuevo amigo, mientras me ayudaba a abotonarme la camisa blanca.
- ¿Tú sabes a donde vamos? – le dije mientras me ajustaba el suéter rojo.
- Sí, pero no te lo voy a decir, sólo sé que no olvidarás nunca este día – dijo mirándome a los ojos, justo donde a mi me pareció observar cierto brillo en los suyos.
No insistí más, me quedé más tranquilo con sus palabras, no me pareció que pudiera ser nada malo.
Los elegidos hicimos cola para lavarnos la cara, las manos con jabón, y el que tenía cepillo de dientes, se los limpiaba, mientras el resto terminábamos de peinarnos.
Íbamos a toda prisa por los pasillos, pasamos por delante de las aulas, presididas como no, por los crucifijos, y donde se podían ver encima de los pupitres, las Enciclopedias Álvarez.
Un vez formados todos en fila de a dos, y de que nos hubieron revisado, salimos del recinto por la puerta principal, situada en la Avenida de Campanar, en fila de a dos, con el Director en cabeza, y Navarro el celador, vigilando detrás, para que no hubiera ningún desorden en la fila.
Todo alrededor nuestro era huerta, pequeños ribazos y ramales de acequias, el inmediato destino era atajar atravesando las serpenteantes sendas, que teníamos justo enfrente del internado (lo que hoy sería el hospital La Fe antigua), hasta alcanzar el comienzo de la Avenida de Burjasot (así es como se escribía entonces), junto al viejo cauce del río Turia, el cual nos iba acompañando todo el camino, con el suave murmullo del agua, avanzando hacia su irremediable final, la desembocadura al mar. Que poco nos imaginábamos, la tragedia que aconteció algunos años después.
A la altura del Llano de Zaidía, hacía su aparición el tranvía, el nº23 llamado Godella, la ruta única era Torres de Serranos, Puente de Serranos, Orilla del Río, Llano de la Zaidía, Avenida Burjasot, Benicalap, Burjasot, Godella.
El Llano de la Zaidia, dejó paso a la Calle Sagunto, una zona que conocía bien, pues era donde me había criado y en el cual estaban los amigos de mi infancia (de la otra vida fuera de los muros del internado), así que hice un exhaustivo reconocimiento visual a la plaza Santa Mónica, a ver si podía avistar algún amigo, y poder saludarlo, pero no, lo intempestivo del horario lo hacía imposible. En ese instante, me imaginé cuando jugaba al fútbol con los amigos del barrio, allí nos imaginábamos que éramos figuras del balompié como Gento, Di Stéfano, Kubala, César, Basora, Carmelo, Zarra, Gaínza, Pahíño, Luis Suárez, Puchades, Pasieguito, Seguí, Fuertes y como no Wilkes, para ello, unas veces utilizábamos unas pequeñas pelotas de trapo que nosotros fabricábamos, y otras veces con pelotas de goma, a las cuales les hacíamos un agujero con un alambre al rojo vivo, así la pelota perdía su aire y dejaba de botar, con lo que eliminábamos el riesgo de que cruzase a las vías y nosotros tras ella, ya que el desnivel del terreno hacía que se fuera a la zonas de tránsito del tranvía, que bajaban del Puente de Serranos hacia la Calle Sagunto, o a la Estacioneta, donde los trenes, salían hacia los poblados marítimos… en definitiva, allí perdíamos la noción del tiempo, el futbol era nuestra pasión.
A la otra parte del río, justo enfrente, emergían las Torres de Serranos, la puerta de entrada por excelencia, a la Valencia medieval, allí seguían vigilantes, firmes e imponentes, testigo de excepción de una época lejana.
A la otra parte del río, justo enfrente, emergían las Torres de Serranos, la puerta de entrada por excelencia, a la Valencia medieval, allí seguían vigilantes, firmes e imponentes, testigo de excepción de una época lejana.
Mientras avanzábamos, Navarro llamó nuestra atención.
- A ver, chicos, escuchadme.
- El que resuelva el acertijo, estará cerca de adivinar hacia donde nos dirigimos.
- ¿Qué animal contiene las 5 vocales?
- A ver, chicos, escuchadme.
- El que resuelva el acertijo, estará cerca de adivinar hacia donde nos dirigimos.
- ¿Qué animal contiene las 5 vocales?
Todos a la vez empezábamos a repetir en voz baja varios nombres de animales, hasta que saltó uno y dijo:
- Ya lo sé, es el rinoceronte.
- No, es el hipopótamo, dijo otro.
- Ya lo sé, es el rinoceronte.
- No, es el hipopótamo, dijo otro.
Navarro se tronchaba, a la vez que movía la cabeza con un claro gesto de negación.
- En efecto, tienen cinco vocales, pero debe contener las 5 vocales. Seguid pensando un poco más.
- En efecto, tienen cinco vocales, pero debe contener las 5 vocales. Seguid pensando un poco más.
Después venía el puente de madera…
… y al lado la estación, con el campo de Vallejo detrás,
…los Jardines del Real…
…hasta llegar al Palacio de Ripalda, que era un edificio neogótico de toque romántico, coronado por una elegante torre redonda, que le hacía concebir el aspecto de un chateau francés, sin precedente en Valencia, su construcción se situaba entre los años 1889 y 1891, y su demolición en 1967, en su lugar se construyó el edificio conocido como La Pagoda.
No habíamos avanzado ni doscientos metros cuando, al fondo vi aparecer un trozo de edificio extraño y pintoresco, no parecía la Plaza de Toros, ni tampoco un mercado, ni un edificio oficial, lo que sí que se apreciaba con claridad era el continuo movimiento de personas de un lado para otro, era como un hormiguero.
A medida que nos acercábamos, sentí un escalofrío, acompañado de un dolor abdominal, eran los nervios, cuando me di cuenta de donde estábamos y donde íbamos…. a Mestalla. A ver a mi Valencia C.F.
El estadio continuaba en fase de remodelación, aún así, el aspecto era espectacular y majestuoso.
Miré a los demás chicos que venían, tenían una cara entre sorprendidos y alegres, me vi reflejado en ellos, tiritábamos todos de los nervios y la emoción.
En las afueras del estadio habían “paraetas” ambulantes, en los cuales habían castañas, panochas de maíz, boniato, cucuruchos de chufas, de altramuces, y de pipas, también había regaliz y trozos de coco rancio, y las castañeras, con su delantal blanco voceando -¡a la rica castaña calentita!
En las afueras del estadio habían “paraetas” ambulantes, en los cuales habían castañas, panochas de maíz, boniato, cucuruchos de chufas, de altramuces, y de pipas, también había regaliz y trozos de coco rancio, y las castañeras, con su delantal blanco voceando -¡a la rica castaña calentita!
Sin perder la formación, Navarro nos guió hacia una de las puertas de acceso al campo, de su abrigo extrajo un fajo de entradas, que se las enseñó al portero, este preguntó si teníamos todos 12 años, después de la afirmación del director, comenzó el recuento de entradas, las contó dos veces, y en ambas el número se repetía, dieciséis, acto seguido fuimos entrando uno a uno, mientras el portero nos contaba en voz alta.
El Director, esperó a que todos entráramos y se puso en cabeza, nos fue guiando con cierta soltura por dentro del estadio.
No recuerdo si subí o bajé escaleras, ni cuantas, que creo que fueron muchas, ni por donde, las piernas me iban solas, estaba flotando, lo único que conscientemente mi cerebro podía controlar eran los ojos, los cuales no se perdían ningún detalle de aquel laberinto, finalmente llegamos a la última escalera, y al asomarnos, nos quedamos petrificados y boquiabiertos, ninguno de nosotros estaba preparado para ver una imagen de aquella alfombra verde, era hipnótico, yo no había visto nada igual en mi vida.
El Director, esperó a que todos entráramos y se puso en cabeza, nos fue guiando con cierta soltura por dentro del estadio.
No recuerdo si subí o bajé escaleras, ni cuantas, que creo que fueron muchas, ni por donde, las piernas me iban solas, estaba flotando, lo único que conscientemente mi cerebro podía controlar eran los ojos, los cuales no se perdían ningún detalle de aquel laberinto, finalmente llegamos a la última escalera, y al asomarnos, nos quedamos petrificados y boquiabiertos, ninguno de nosotros estaba preparado para ver una imagen de aquella alfombra verde, era hipnótico, yo no había visto nada igual en mi vida.
Mientras avanzábamos por el frío cemento, hasta nuestra ubicación en la General de Pie Sur, me fije en otro detalle que me llamó mucho la atención, era la visera que le estaban construyendo a la Tribuna, aquel voladizo de hierro era enorme, una auténtica obra de ingeniería, aunque todavía estaba por terminar.
Y bueno, allí estaba yo, dentro del Mestalla, por primera vez, apenas podía creer que yo formara parte de aquel partido, con mi equipo el Valencia C.F., era como un sueño, que en la época que me tocó vivir, se hacía inalcanzable.
El partido se jugaba pronto, sobre las 4 de la tarde, puesto que había que aprovechar la luz natural, al no existir la luz artificial.
El duelo era un Valencia-RCD Español, jugaban por el Valencia, López, Díaz, Paquito, Sócrates, Pasieguito, Puchades, Seguí, Wilkes, Gago, Fuertes y Buqué. La jornada era la número 28 de 30, eran las postrimerías de la Liga de la temporada 1953-54, y ambos equipos luchaban por la tercera plaza de la Liga.
Ni que decir tiene, que me sentía un afortunado de poder ver jugar juntos a un grupo de jugadores extraordinarios, y de reconocido prestigio. El sistema de juego seguía siendo un 1-3-2-2-3, conocido en la época como la WM, una copia del sistema de juego que había puesto de moda el San Lorenzo de Almagro, que lo utilizó en su gira de partidos amistosos por toda la geografía española, allá por el año 47.
Y bueno, allí estaba yo, dentro del Mestalla, por primera vez, apenas podía creer que yo formara parte de aquel partido, con mi equipo el Valencia C.F., era como un sueño, que en la época que me tocó vivir, se hacía inalcanzable.
El partido se jugaba pronto, sobre las 4 de la tarde, puesto que había que aprovechar la luz natural, al no existir la luz artificial.
El duelo era un Valencia-RCD Español, jugaban por el Valencia, López, Díaz, Paquito, Sócrates, Pasieguito, Puchades, Seguí, Wilkes, Gago, Fuertes y Buqué. La jornada era la número 28 de 30, eran las postrimerías de la Liga de la temporada 1953-54, y ambos equipos luchaban por la tercera plaza de la Liga.
Ni que decir tiene, que me sentía un afortunado de poder ver jugar juntos a un grupo de jugadores extraordinarios, y de reconocido prestigio. El sistema de juego seguía siendo un 1-3-2-2-3, conocido en la época como la WM, una copia del sistema de juego que había puesto de moda el San Lorenzo de Almagro, que lo utilizó en su gira de partidos amistosos por toda la geografía española, allá por el año 47.
Cuando el Valencia, de un blanco inmaculado, hizo su aparición, toda la Tribuna se puso en pie aplaudiendo a rabiar, igual que el resto del estadio, los que estábamos en la General de Pie, no nos incorporamos, puesto que era una evidencia, que ya lo estábamos. Yo estaba nervioso, pero cuando vi aparecer a mi equipo, mi corazón parecía que iba a salirse del pecho, fue algo inolvidable que recordaré mientras viva.
Del partido, no lo recuerdo todo, lo que sí recuerdo, es que fue un partido vibrante, de ida y vuelta, lo más importante para nosotros, era distinguir a los jugadores favoritos de cada uno, el rubio era Tonico Puchades, ese era inconfundible, hay que ver lo que imponía en el campo, estaba en todas partes, a su lado siempre Pasieguito, en la parte de arriba cinco jugadores de lujo, Fuertes, Buqué, Gago, Seguí y Wilkes.
Yo sólo tenía ojos para un jugador, Servaas Wilkes, alto, fino, que iba al trote cuando no tenía la pelota, pero, ay amigos, cuando le llegaba la pelota a sus pies, el público lo acompañaba con un murmullo de admiración, eso era lo que le diferenciaba de los demás, que era un jugador distinto, único e irrepetible, se pasaba la pelota de un pié a otro con una rapidez endiablada, el público contaba los driblings que hacía en cada jugada, sentaba a los defensas que salían a su paso, uno… dos… tres…. cuatro…, un regate en seco, una finta, un centro, un chut, su juego de cintura era un desafío a las leyes de la física.
Del partido, no lo recuerdo todo, lo que sí recuerdo, es que fue un partido vibrante, de ida y vuelta, lo más importante para nosotros, era distinguir a los jugadores favoritos de cada uno, el rubio era Tonico Puchades, ese era inconfundible, hay que ver lo que imponía en el campo, estaba en todas partes, a su lado siempre Pasieguito, en la parte de arriba cinco jugadores de lujo, Fuertes, Buqué, Gago, Seguí y Wilkes.
Yo sólo tenía ojos para un jugador, Servaas Wilkes, alto, fino, que iba al trote cuando no tenía la pelota, pero, ay amigos, cuando le llegaba la pelota a sus pies, el público lo acompañaba con un murmullo de admiración, eso era lo que le diferenciaba de los demás, que era un jugador distinto, único e irrepetible, se pasaba la pelota de un pié a otro con una rapidez endiablada, el público contaba los driblings que hacía en cada jugada, sentaba a los defensas que salían a su paso, uno… dos… tres…. cuatro…, un regate en seco, una finta, un centro, un chut, su juego de cintura era un desafío a las leyes de la física.
El último gol del partido fue imborrable, faltando unos minutos para acabar el partido y con 3-1 en el marcador, Wilkes cogió la pelota y avanzó como una flecha hacia la portería rival, empezó a regatear rivales, hasta tres o cuatro, se paraba, arrancaba, avanzaba, los defensas no sabían cómo pararlo sino era con faltas, definitivamente enfiló hacia la portería, y de tiro colocado puso el 4-1 en el marcador.
El público, como un resorte se levantó de sus asientos, y comenzó a sacar pañuelos blancos agitándolos al aire, era algo insólito en la época, pues el flamear de pañuelos estaba reservado para los toreros en las tardes de gloria.
Cuando marcó el gol todos sus compañeros fueron a abrazarlo, y una vez lo dejaron libre, me pareció que miraba hacia donde estábamos nosotros, y creí por un instante, que nos dedicaba el gol, fueron un par de segundos mágicos.
Cuando marcó el gol todos sus compañeros fueron a abrazarlo, y una vez lo dejaron libre, me pareció que miraba hacia donde estábamos nosotros, y creí por un instante, que nos dedicaba el gol, fueron un par de segundos mágicos.
Uno de los chicos preguntó que quien era ese, y yo le dije que era el holandés Wilkes, entonces el chico, en voz clara dijo:
- Pues es como un mago, el Mago de “Holandia”.
- Pues es como un mago, el Mago de “Holandia”.
Creo que nos pasamos un par de minutos riendo todos a carcajada limpia.
Al acabar el partido, la ovación pues atronadora para los dos equipos, pero especialmente para nuestro Valencia.
El viaje de regreso, pese a las continuas indicaciones de Navarro de ir en formación, fue un jolgorio, estábamos extasiados, contentos, no parábamos de comentar y gesticular las incidencias y situaciones del partido, con las piedras con las que nos íbamos topando por el camino, intentábamos copiar los imposibles regates de Wilkes.
En un momento del viaje, los ojos de Navarro se encontraron con los míos, quería darle las gracias, pero no me salían las palabras, él se dio cuenta, y con una satisfecha sonrisa, entrecerrando los ojos, asintió con la cabeza, un gesto que fue su forma de expresar, que sabía lo que quería decirle.
La verja del orfanato se cerró detrás de mí, volvía a la dura realidad del internado, giré la cabeza, con la única e ingenua idea de que la puerta se volvería a abrir, y escapar de mi realidad, pero ya no se abrió, necesitaba que pasaran quince días más, para que, con un poco de suerte, estuviera entre los elegidos para otro paseo en domingo por la tarde.
Todos los demás niños que no fueron al partido, se arremolinaban alrededor nuestro y nos preguntaban cómo había sido el partido, nosotros contábamos muchas cosas del partido, las jugadas, los goles, los remates, las paradas, y que por supuesto las exagerábamos, así nos hacíamos los importantes, por unos momentos éramos el epicentro de sus sueños.
Después de la cena, y cuando apagaron las luces del internado, me acurruqué en la cama, y no tengo reparos en contar que lloré en silencio, mis pequeñas manos, secaban las lágrimas, no en vano había sido el mejor día de toda mi corta vida, y necesitaba dar las gracias a quien fuera, pero no sabía muy bien a quien dárselas, si al caprichoso destino o azar de un celador legionario, a la escasez económica de mi padre zapatero de profesión, que le hizo internarme, o tal vez a mi madre, a la que nunca llegué a conocer, pero me gustaba pensar que me guiaba, cual Ángel de la Guarda.
Abrí muchas veces más, junto a Navarro, la verja de la entrada del internado, los domingos por la tarde, para volver al Mestalla, repitiendo el mismo camino, exactamente hasta 1960, año en que a la edad de 16 años, se acababa nuestra formación, así que lo de entrar gratis al Mestalla se acabó, y fui yendo de vez en cuando a ver a mi equipo, no todo lo que me hubiera gustado, pero ahorraba para verlo varios partidos al año.
Los Puchades, Pasieguito, y Wilkes, dejaron paso a los Waldo, Guillot, Sánchez Lage, Paquito, Roberto Gil, y estos dejaron paso a Claramunt, Abelardo, Sol, Valdez, y estos a Roberto, Saura, Solsona, Bonhoff, Kempes… y así cíclicamente, hasta tres décadas. Que se solapaban con mi boda, el nacimiento de mis hijos y un trabajo estable y absorbente.
Hoy, ya casi han pasado 58 años de aquel primer partido en Mestalla, y aunque la vida inevitablemente se me va escapando, entre hojas de calendarios, casi puedo respirar aquel día, el ambiente de Mestalla, la salida de los jugadores, la celebración de los goles, en aquel partido en el cual Faas Wilkes se vistió de “Mago de Holandia”, y de cómo fui testigo en primera persona de la calidad de un único y extraordinario jugador.
Curiosamente el último partido al que acudí al viejo Mestalla (en un trofeo Naranja contra el FC Barcelona, justo en el verano del 87), fue el primero de mi hijo, que tenía la misma cara que yo, entre alegría y sorpresa, que en aquel frío y lejano abril de 1954.
Al acabar el partido, la ovación pues atronadora para los dos equipos, pero especialmente para nuestro Valencia.
El viaje de regreso, pese a las continuas indicaciones de Navarro de ir en formación, fue un jolgorio, estábamos extasiados, contentos, no parábamos de comentar y gesticular las incidencias y situaciones del partido, con las piedras con las que nos íbamos topando por el camino, intentábamos copiar los imposibles regates de Wilkes.
En un momento del viaje, los ojos de Navarro se encontraron con los míos, quería darle las gracias, pero no me salían las palabras, él se dio cuenta, y con una satisfecha sonrisa, entrecerrando los ojos, asintió con la cabeza, un gesto que fue su forma de expresar, que sabía lo que quería decirle.
La verja del orfanato se cerró detrás de mí, volvía a la dura realidad del internado, giré la cabeza, con la única e ingenua idea de que la puerta se volvería a abrir, y escapar de mi realidad, pero ya no se abrió, necesitaba que pasaran quince días más, para que, con un poco de suerte, estuviera entre los elegidos para otro paseo en domingo por la tarde.
Todos los demás niños que no fueron al partido, se arremolinaban alrededor nuestro y nos preguntaban cómo había sido el partido, nosotros contábamos muchas cosas del partido, las jugadas, los goles, los remates, las paradas, y que por supuesto las exagerábamos, así nos hacíamos los importantes, por unos momentos éramos el epicentro de sus sueños.
Después de la cena, y cuando apagaron las luces del internado, me acurruqué en la cama, y no tengo reparos en contar que lloré en silencio, mis pequeñas manos, secaban las lágrimas, no en vano había sido el mejor día de toda mi corta vida, y necesitaba dar las gracias a quien fuera, pero no sabía muy bien a quien dárselas, si al caprichoso destino o azar de un celador legionario, a la escasez económica de mi padre zapatero de profesión, que le hizo internarme, o tal vez a mi madre, a la que nunca llegué a conocer, pero me gustaba pensar que me guiaba, cual Ángel de la Guarda.
Abrí muchas veces más, junto a Navarro, la verja de la entrada del internado, los domingos por la tarde, para volver al Mestalla, repitiendo el mismo camino, exactamente hasta 1960, año en que a la edad de 16 años, se acababa nuestra formación, así que lo de entrar gratis al Mestalla se acabó, y fui yendo de vez en cuando a ver a mi equipo, no todo lo que me hubiera gustado, pero ahorraba para verlo varios partidos al año.
Los Puchades, Pasieguito, y Wilkes, dejaron paso a los Waldo, Guillot, Sánchez Lage, Paquito, Roberto Gil, y estos dejaron paso a Claramunt, Abelardo, Sol, Valdez, y estos a Roberto, Saura, Solsona, Bonhoff, Kempes… y así cíclicamente, hasta tres décadas. Que se solapaban con mi boda, el nacimiento de mis hijos y un trabajo estable y absorbente.
Hoy, ya casi han pasado 58 años de aquel primer partido en Mestalla, y aunque la vida inevitablemente se me va escapando, entre hojas de calendarios, casi puedo respirar aquel día, el ambiente de Mestalla, la salida de los jugadores, la celebración de los goles, en aquel partido en el cual Faas Wilkes se vistió de “Mago de Holandia”, y de cómo fui testigo en primera persona de la calidad de un único y extraordinario jugador.
Curiosamente el último partido al que acudí al viejo Mestalla (en un trofeo Naranja contra el FC Barcelona, justo en el verano del 87), fue el primero de mi hijo, que tenía la misma cara que yo, entre alegría y sorpresa, que en aquel frío y lejano abril de 1954.
A nosotros, que llegamos tarde a todo: a la infancia,
a la adolescencia, al sexo, al amor, a la política…
A nosotros, que nos quitaron, año tras año,
el significado de cuanto nos rodeaba,
aunque fueran las cosas más pequeñas,
menos importantes…
Y a quienes nos hicieron así: nuestros
padres, que también llevaron lo suyo; (José Luis Garci)
A Roberto Alcázar y Pedrín,
al Guerrero del Antifaz,
el Capitán Trueno, El Jabato,
a los seriales radiofónicos,
a las anónimas cantantes de copla
de patios y plantas bajas.
A los desconcertantes y terribles secretos de familia,
a Navarro, a la hermana Pilar, y a mi tío María,
a la banda de cornetas y tambores,
a Luis, Matías, Bartolo, Pepín,
Clemente, Lucio, Zúñiga, Faustino
y Caballero, los últimos del internado.
A las Revistas Musicales con sus “varietés” en el Teatro Alkazar,
al cine Boston, y en verano a la terraza Rosaleda.
a los ansiados domingos por la tarde,
a los guateques y los discos de vinilo,
a los primeros bailes agarrados, gracias al son de
Los Milos, Dúo Dinámico, Pantalones Azules,
Antonio Machín, Gelu, Lita Torelló, Los 5 Latinos,
Juan Pardo, Adriano Celentano, Enrique Guzmán, Adamo,
Los Beatles, el gran Elvis y por supuesto a Bruno Lomas.
A los primeros amores, y todo lo que ello conlleva.
A la juventud….la mejor época de nuestras vidas.
A la peseta, el céntimo y los duros.
A Abel, Onsurbe y Luisito, y el significado de la amistad.
A los que luchamos en silencio por la libertad,
y a los que silenciaron por luchar por ella.
A mi Valencia Club de Fútbol, y a los jugadores que
nos hicieron disfrutar, Wilkes, Puchades,
Waldo, Guillot, Claramunt, Paquito, Roberto Gil,
Kempes…y mi Liga del 71. Esa no me la quita nadie.
Y por supuesto a mi esposa y nuestros descendientes,
que recuerden y no se olviden de sus pasos,
pues también forman parte de los míos.
A mi cuñado Toni, nos vemos en tu montaña.
ANTONIO AGUILAR FERRER, el padre de PEPELU.
José Luís Aguilar, “Pepelu”
Socio del Valencia CF
Socio del Valencia CF
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