Empecemos por lo primario: tierra, aire, fuego, agua. Sigamos por valores objetivamente positivos: lealtad, ilusión, amor, colaboración, humildad; y dentro del crisol del fútbol cocinemoslo todo con un fuego lento e impío. ¿Cuál es el producto de nuestra alquimia ancestral? El gen Mestalla. Que también podríamos llamar, teniendo en cuenta la influencia ambiental: el gen Gamper, el gen Pimentonero o el gen Leonino. En todos los casos, el gen en cuestión produce jugadores del terreno y que llevan en su corazón, en lo más profundo de su bioquímica emocional, el equipo al que pertenecieron durante toda su vida futbolística. Tenemos muestras más que dignas y ejemplares del gen Mestalla: Puchades, Mestre, Claramunt, Camarasa…
Parece algo de tiempos pasados. Un jugador dedicando toda su vida deportiva a pelear por una única camiseta, desdeñando horizontes de riqueza y ensueño, sacrificándolos por luchar junto a un puñado de iguales con el escudo del murciélago en el pecho. Siendo conscientes de que ése es el único escudo por el que merece la pena correr, sudar, gritar, saltar y lesionarse. No soy un erudito en la materia, tal vez ni siquiera debiera estar formulando la tesis de que el gen Mestalla está en franco peligro de extinción, pero no me resisto a explorar esta cuestión. A ciertos jugadores el gen Mestalla no les hizo bien alguno. Bartual, un portero que nunca pudo competir con Zubizarreta y que debió haberse ido en busca de una titularidad merecida, pero que siguió al pie de cañón y pagó por ello con un ostracismo y una carrera mediocre; quizá él haya sido uno de los últimos ejemplares que llevaban el gen inoculado en su ADN futbolístico. Los hubo fieles y honestos como Quique Flores, Roberto Fernández, Palop o el “polivalente” Angulo, pero por una u otra razón su gen mutó o no era más que una variante noble del original. No es condición sine qua non la presencia de ese gen para certificar un rendimiento sobresaliente y poner sobre el césped una profesionalidad digan de cierta respetabilidad. Ahí tenemos jugadores como Lecue, Gorostiza, Epi, Wilkes, Ayala, Penev o Mijatovic. Nadie les pidió más que defendieran la camiseta, más allá de su verdadera genética futbolística. Y lo hicieron a plena satisfacción de la afición, que siempre les otorgó su favor en la justa medida en que fueron fieles a su compromiso profesional, más allá de otras consideraciones. Los hay que el contacto con el entorno valencianista les otorgó cierta carta de naturaleza bastarda, pero que ellos hicieron suya: Eizaguirre, Juan Ramón, Mundo, Djukic, Cañizares, Carboni,…
En los últimos tiempos el gen Mestalla está escondido, oculto tras los traspasos millonarios, las mejoras de contrato y la fanfarria mediática. No tengo claro que sea un valor defendible en los tiempos que corren. Todos son profesionales y tienen derecho al éxito en su ámbito laboral, aunque ello les lleve a besar escudos en una comedia bufa que, por falta de personalidad, no tienen más remedio que acabar protagonizando. Me pregunto en qué estarán pensando los chavales que, empezando en la vida y en el fútbol (a fin de cuentas, son lo mismo), juegan en los equipos inferiores del Valencia, aquellos que en los años 20 fueron un semillero incansable de heroicos equipiers que auparon a nuestro club hasta la primera división. ¿Pensarán que al final del camino está Mestalla o simplemente utilizarán la camiseta como un embozo que, en los tiempos oscuros que vivimos, sea un salvoconducto hacia una profesión carente de componente genética?
Francisco García
Socio del València CF
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Parece algo de tiempos pasados. Un jugador dedicando toda su vida deportiva a pelear por una única camiseta, desdeñando horizontes de riqueza y ensueño, sacrificándolos por luchar junto a un puñado de iguales con el escudo del murciélago en el pecho. Siendo conscientes de que ése es el único escudo por el que merece la pena correr, sudar, gritar, saltar y lesionarse. No soy un erudito en la materia, tal vez ni siquiera debiera estar formulando la tesis de que el gen Mestalla está en franco peligro de extinción, pero no me resisto a explorar esta cuestión. A ciertos jugadores el gen Mestalla no les hizo bien alguno. Bartual, un portero que nunca pudo competir con Zubizarreta y que debió haberse ido en busca de una titularidad merecida, pero que siguió al pie de cañón y pagó por ello con un ostracismo y una carrera mediocre; quizá él haya sido uno de los últimos ejemplares que llevaban el gen inoculado en su ADN futbolístico. Los hubo fieles y honestos como Quique Flores, Roberto Fernández, Palop o el “polivalente” Angulo, pero por una u otra razón su gen mutó o no era más que una variante noble del original. No es condición sine qua non la presencia de ese gen para certificar un rendimiento sobresaliente y poner sobre el césped una profesionalidad digan de cierta respetabilidad. Ahí tenemos jugadores como Lecue, Gorostiza, Epi, Wilkes, Ayala, Penev o Mijatovic. Nadie les pidió más que defendieran la camiseta, más allá de su verdadera genética futbolística. Y lo hicieron a plena satisfacción de la afición, que siempre les otorgó su favor en la justa medida en que fueron fieles a su compromiso profesional, más allá de otras consideraciones. Los hay que el contacto con el entorno valencianista les otorgó cierta carta de naturaleza bastarda, pero que ellos hicieron suya: Eizaguirre, Juan Ramón, Mundo, Djukic, Cañizares, Carboni,…
En los últimos tiempos el gen Mestalla está escondido, oculto tras los traspasos millonarios, las mejoras de contrato y la fanfarria mediática. No tengo claro que sea un valor defendible en los tiempos que corren. Todos son profesionales y tienen derecho al éxito en su ámbito laboral, aunque ello les lleve a besar escudos en una comedia bufa que, por falta de personalidad, no tienen más remedio que acabar protagonizando. Me pregunto en qué estarán pensando los chavales que, empezando en la vida y en el fútbol (a fin de cuentas, son lo mismo), juegan en los equipos inferiores del Valencia, aquellos que en los años 20 fueron un semillero incansable de heroicos equipiers que auparon a nuestro club hasta la primera división. ¿Pensarán que al final del camino está Mestalla o simplemente utilizarán la camiseta como un embozo que, en los tiempos oscuros que vivimos, sea un salvoconducto hacia una profesión carente de componente genética?
Francisco García
Socio del València CF