Pocos sabían quién era Jorge Iranzo antes de fallecer. Ahora son muchos los que saben quién es y su increíble historia de militancia incondicional al Valencia C.F. A Jorge no le haría ninguna ilusión esa notoriedad. Ni mucho menos. Más bien, todo lo contrario. A él le gustaba pasar desapercibido.
¿Un loco?¿Un chiflado? ¿Un lunático? ¿Un imprudente?
Pues no, nada de todo eso, amigos. Simple y sencillamente un hombre feliz con su forma de vida, la que él libre y conscientemente había elegido, que giraba en torno a estar presente en cada uno de los partidos del Valencia C.F., ya fuera en Mestalla o en el más recóndito de los lugares de la geografía española. Sólo necesitaba una cosa: su pañuelo anudado al cuello, el cual hoy está bien custodiado en la sede de la Asociación del Futbolistas del Valencia C.F., esa a la que fuimos los dos juntos a darnos de alta como socios de la misma y que, gesto que les honra, sigue editando “El Calendario de Jorge Iranzo”.
Empecé a ir a Mestalla, allá por finales de los años 60, con mi padre y el entrañable tío Pepico, el carnisser. Tenían el pase en Tribuna, en aquella tribuna de las sillas de enea, en la fila 16. Yo aún no tenía pase propio. Recuerdo que iba acojonado. En cuanto empezaba el partido se me pasaba, pero llegaba acojonado, realmente acojonado. Miraba a la fila de abajo y veía al pediatra, D. Joaquín Colomer y al otorrino, D. José Iranzo. Miraba a la fila de arriba y veía al dentista, D. José Canut. Pensaba que en cualquier momento durante el descanso, tras el eterno anuncio de “Pollos asados, Casa Cesáreo”, se dirigían a mí, todos con la bata blanca, y me decían “abre la boca y di a”, “hay que ponerte una vacuna”, “a ver si te cepillas mejor los dientes, que tienes una caries”. Menos mal que en la fila de abajo habían dos niños. Eso me tranquilizaba. Se llamaban Jorge y Javier. Los veía tan acojonados como yo. Pensaba que era por lo mismo. Pero no, eran así. Educados, tranquilos, discretos. Pero muy del Valencia C.F.
Pronto llegó mi primer pase en 1973. Me fui a Sillas Gol Norte y les perdí la pista a los hermanos Iranzo. No así a su padre en la consulta, que me operó de amigdalitis. Esporádicamente iba a algún partido con el pase de mi padre a Tribuna y allí estaban siempre Jorge y Javier, discretos y correctos, pero viviendo apasionadamente los partidos.
Así hasta que en febrero de 1988 falleció mi padre (que ya iba con mi madre al fútbol tras la defunción de su eterno compañero de asiento, el tío Pepico). Mi hermano Javier y yo decidimos no dejar esas localidades de Tribuna que tantos años habían pertenecido a nuestra familia, ya antes a mi abuelo Jesús desde los años 40. En ese momento me reencontré de forma asidua con la familia Iranzo los días de partido en Mestalla. Nada había cambiado. Seguían viviendo los partidos con la misma intensidad, pero con total corrección. Recuerdo que, en aquella época, a Jorge le encontraba parecido a Lluís Llach. Nunca se lo dije. No sé si le hubiera gustado. Creo que no. Y ahí empezó una amistad con Jorge, fraguada por nuestro amor al Valencia C.F. Esa época de compartir proximidad en Mestalla duró hasta 1995 con la construcción del Palco VIP, que afectaba a nuestras dos localidades, y mi traslado a mi actual sector 29, no antes de darme el gusto de mandar a la mierda al entonces Presidente, Paco Roig (siempre me ha jodido que se llame igual que mi padre semejante individuo).
Cada temporada solía hacer dos o tres desplazamientos fáciles de partidos del Valencia fuera de Mestalla. En una época sin móviles aún, no era nada difícil encontrar a Jorge. Siempre le buscaba y siempre le encontraba. Sabía sus rutinas. Siempre eran las mismas. Nos vimos en finales y nos vimos en partidos de mero trámite, pero siempre que viajaba, le buscaba y compartíamos un rato agradable.
Desde el año 2012, cada temporada, hago al menos un desplazamiento con mi hijo Pablo y, si es posible, pasamos el fin de semana en la ciudad donde se juega el partido. Y, si puede ser, nos quedamos en el mismo hotel que el equipo. Para intentar hacer fotos con los jugadores. Es una experiencia que recomiendo a cualquier padre que tenga un hijo que también comparta esta pasión. Esa primera vez fue en Barcelona y, como siempre, allí estaba Jorge. Esa fue la primera vez que Pablo conoció a Jorge. El partido fue por la noche. Estuvimos con él desde mediodía, momento en que llegó con su coche y se acercó al hotel de concentración del equipo. Tomaba una distancia prudencial, sobre todo con los jugadores y cuerpo técnico, pero era casi uno más entre el resto de la expedición, la menos glamourosa. Vimos el partido juntos. Perdimos 5-1. Volvimos los tres andando en dirección al hotel, ya que él tenía su coche aparcado allí. Pablo y yo, a dormir. A Jorge, aún le quedaban 350 km para ello. Para él, un paseo.
Durante los años siguientes nos seguimos viendo en cada desplazamiento que hacía con Pablo. Además, mi relación de amistad con él empezó a ser más intensa también en Valencia, pero curiosamente nunca en días de partido en Mestalla. Jorge tenía la costumbre de entrar muy pronto al Estadio y yo soy más de disfrutar el ambiente por los aledaños de Mestalla y entrar casi en el último momento. Eso sí, nunca faltaba una llamada de teléfono o un whatsapp con su famosa frase: “Hoy, de tres para arriba”.
Ya llevaba tiempo dándole vueltas a una idea que me rondaba la cabeza. Hacer un desplazamiento con Jorge y que nos acompañara también mi hijo Pablo. El chaval ya estaba encauzado, el murciélago ya le había mordido. Y eso ya no tiene cura. Pero nunca está de más una masterclass con el más incondicional de los aficionados valencianistas, uno de los cinco mil irreductibles que estuvieron en el Nou Camp aquel fatídico 12 de abril de 1986. Un aficionado con el sentimiento más puro y sincero de valencianismo que nunca he visto, ni probablemente veré. Como él mismo decía, había nacido para ser del Valencia, si no, no hubiera nacido.
Esta vez, no nos encontraríamos allí. Haríamos el desplazamiento juntos al estilo Jorge Iranzo. Coche de ida y vuelta el mismo día. Y así fue. Destino Getafe. Lo sé, no es la ciudad ni el estadio con más encanto, pero eso no era lo importante. Lo importante era la lección. Pablo aprendió que se puede ser el más incondicional de los aficionados del Valencia C.F. y ser correcto, respetuoso y discreto.
Fue el 24 de abril de 2016. A las 08.00h empezó la lección magistral, que Pablo nunca olvidará. Jorge nos recogió en un coche de alquiler en la puerta de casa. Durante el camino nos habló de su enfermedad, que tenía muy asumida, de ese puto cáncer de páncreas que se lo llevó. De ese partido en La Coruña, escasamente tres meses atrás, cuando al finalizar el mismo orinó sangre y, encontrándose mal, se volvió sólo conduciendo esos casi 1.000 km que hay hasta Valencia. De esa insignia de oro y brillantes que le acababa de imponer el club, según él, de forma precipitada para evitar críticas por si moría pronto sin habérsela concedido. De los coches que había quemado, a los que les ponía una llanta con el escudo del Valencia en cada rueda. De los cientos y cientos de desplazamientos, anécdotas, compañeros de viaje con los que compartir gastos y conversación, pero nunca el volante (eso siempre era cosa suya, era innegociable). De jugadores, entrenadores, directivos, aficionados. De alegrías, tristezas, decepciones. Por supuesto, sonó tres veces el claxon al salir de la Comunidad Valenciana, una de sus costumbres en sus desplazamientos. Pablo alucinaba.
Tras una parada, a eso de las 12:00 h llegamos a Madrid al hotel de concentración del Valencia. Saludó a periodistas, algún directivo como Juan Sol, utilleros, se dio un fuerte abrazo con Pepito de los Santos. Me llamó la atención que Kim Koh se dirigió personalmente a él. Ni una sola palabra con los jugadores de la plantilla.
Después a comer a Getafe. Antes de bajar del coche, se puso su pañuelo de la suerte, como él le llamaba. Sabía donde aparcar para salir rápido tras el partido, donde comer bueno, bonito y barato, donde dar un paseo hasta que llegara el bus del equipo, al que fuimos a recibir a su llegada al Estadio. Todo un guía profesional. Después ya fuimos a entrar al Estadio. Quería llegar pronto. Nos dijo: “Las puertas aún estarán cerradas. Habrá gente esperando para ponerse en primera fila y salir en las fotos y en la tele y yo para sentarme tranquilamente en la última fila de la grada visitante”. Esa era su filosofía: acompañar al equipo pasando lo más desapercibido posible. Después, el partido. Empatamos 2-2. Es lo de menos. La vuelta, como la ida, espectacular. Más anécdotas y volvió a sonar tres veces el claxon al entrar en la Comunidad Valenciana. Pablo volvió a alucinar. Hasta que llegamos a la base de la compañía de alquiler de vehículos en el Polígono de Quart de Poblet, donde dejamos el coche alquilado para volver a Valencia con el de Jorge. Su último coche. Un Citroen CX blanco. Tenía mis dudas que fuera capaz de recorrer los escasos 10 km hasta Valencia. Se caía a trozos. Pero ahí estaba, ante nosotros, con un escudo del Valencia C.F. en cada una de las llantas de las ruedas, otro escudo metálico en la parte trasera del vehículo. Qué contradicción: se caía a trozos, pero era precioso. Llegamos a casa. Terminó la masterclass que Pablo nunca olvidará, pero reconozco que yo tampoco.
El 14 de noviembre de ese mismo año Jorge falleció. Pocas semanas después quedé con su hermano Javier en el bar de la Asociación de Futbolistas junto a Mestalla antes de un partido. Javier me regaló el mechero de Jorge, como muy bien podéis imaginar, con un escudo del Valencia C.F. Un mechero que ya no enciende cigarros, pero con el que se puede encender la mecha del valencianismo más puro y sincero. Es más, le voy a proponer a Rafa Lahuerta que encendamos con él la próxima traca conmemorando el gol de Forment.
Te echo de menos, amigo.
Hoy, de tres para arriba. Amunt sempre!!!
Jesús Roig Sena.