Pescaíto frito
A mí me gusta el pescaíto frito. Y tengo la costumbre, desde hace muchos años, de pasear por la playa de La Malagueta después de haber degustado mi más amado manjar. Pero aquel día de 2002 era imposible hacerlo. La playa, sus alrededores y toda la ciudad estaban infestadas de unos tipos que daban un poco de miedo. Se dedicaban a encender tracas y petardos por toda la ciudad como si Málaga fuera Valencia en Fallas. Ellos tenían sus razones para hacerlo, pero yo no las entendía muy bien.
Al día siguiente me di cuenta de que aquellos energúmenos pirotécnicos tenían una razón para estar tan eufóricos. Aquel día, un Valencia deslumbrante ganó la liga en La Rosaleda, el viejo campo del Málaga que se encontraba en pleno proceso de reformas. Y empezaron a caerme simpáticos, pese a que no soporte ese horrible ruido que producen los petardos.
Soy del Málaga desde que nací, hace más de 40 años. Pero tampoco he sido un seguidor fanático de mi equipo y sólo me acerco a La Rosaleda unas diez veces al año. He de decir, antes que nada, que ser del Málaga es como degustar un plato de pescaíto frito. Gusta, da placeres breves, pero luego produce una digestión bastante pesada. Yo me crié futbolísticamente viendo a Viberti, aquel centrocampista melenudo que tenía un guante en los pies, y a Migueli, aquel Tarzán racial que luego se llevó el Barcelona. Y, muchos años después, hasta vi a mi Málaga en la Copa de la UEFA, donde eliminamos al Leeds United y llegamos a cuartos de final. Pero también he vivido el infierno de la desaparición del club, el descenso a tercera división y una travesía en el desierto que, en el fondo, acaba haciéndote de otro equipo además del de tu ciudad. Por una cuestión profiláctica: no vale la pena perder siempre.
Por eso yo era también del Barcelona hasta aquel día de 2002. Supongo que porque allí habían jugado Migueli o el Bokerón Esteban. No sé qué me pasó, pero aquel día descubrí un equipo que podía haber sido mi Málaga y que, para colmo, ganaba algo. Un equipo normalito que jugaba un fútbol primoroso y que, aunque yo siempre lo había considerado perdedor, aquel día ganó la liga.
Mi definitiva conversión al Valencia como segundo equipo se produjo dos años después. El Valencia visitó La Rosaleda y puedo asegurar que nunca en mi vida he visto a un equipo jugar tan bien al fútbol. Nos metieron seis y el gol de Salva, que por cierto estaba cedido por el Valencia, en los minutos finales de aquel partido, encerró una curiosa contradicción: aquel equipo era tan bueno que hasta el gol del Málaga lo marcaba un futbolista que a ellos les sobraba. Aquella noche salí de La Rosaleda con una sonrisa. Estúpida, porque soy malaguista, pero sonrisa al fin y al cabo.
Sigo siendo del Málaga. Mi segundo equipo sigue siendo el Valencia. Y me sigue gustando el pescaíto frito. Qué le voy a hacer. Y este año que el Málaga se codea con el Valencia en los puestos altos de la tabla tengo doble motivo de satisfacción. Triple, porque los pescaítos fritos me perforarán el estómago, pero cada vez me gustan más.
Pedro Molina Marín
Aficionado del Málaga CF
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Al día siguiente me di cuenta de que aquellos energúmenos pirotécnicos tenían una razón para estar tan eufóricos. Aquel día, un Valencia deslumbrante ganó la liga en La Rosaleda, el viejo campo del Málaga que se encontraba en pleno proceso de reformas. Y empezaron a caerme simpáticos, pese a que no soporte ese horrible ruido que producen los petardos.
Soy del Málaga desde que nací, hace más de 40 años. Pero tampoco he sido un seguidor fanático de mi equipo y sólo me acerco a La Rosaleda unas diez veces al año. He de decir, antes que nada, que ser del Málaga es como degustar un plato de pescaíto frito. Gusta, da placeres breves, pero luego produce una digestión bastante pesada. Yo me crié futbolísticamente viendo a Viberti, aquel centrocampista melenudo que tenía un guante en los pies, y a Migueli, aquel Tarzán racial que luego se llevó el Barcelona. Y, muchos años después, hasta vi a mi Málaga en la Copa de la UEFA, donde eliminamos al Leeds United y llegamos a cuartos de final. Pero también he vivido el infierno de la desaparición del club, el descenso a tercera división y una travesía en el desierto que, en el fondo, acaba haciéndote de otro equipo además del de tu ciudad. Por una cuestión profiláctica: no vale la pena perder siempre.
Por eso yo era también del Barcelona hasta aquel día de 2002. Supongo que porque allí habían jugado Migueli o el Bokerón Esteban. No sé qué me pasó, pero aquel día descubrí un equipo que podía haber sido mi Málaga y que, para colmo, ganaba algo. Un equipo normalito que jugaba un fútbol primoroso y que, aunque yo siempre lo había considerado perdedor, aquel día ganó la liga.
Mi definitiva conversión al Valencia como segundo equipo se produjo dos años después. El Valencia visitó La Rosaleda y puedo asegurar que nunca en mi vida he visto a un equipo jugar tan bien al fútbol. Nos metieron seis y el gol de Salva, que por cierto estaba cedido por el Valencia, en los minutos finales de aquel partido, encerró una curiosa contradicción: aquel equipo era tan bueno que hasta el gol del Málaga lo marcaba un futbolista que a ellos les sobraba. Aquella noche salí de La Rosaleda con una sonrisa. Estúpida, porque soy malaguista, pero sonrisa al fin y al cabo.
Sigo siendo del Málaga. Mi segundo equipo sigue siendo el Valencia. Y me sigue gustando el pescaíto frito. Qué le voy a hacer. Y este año que el Málaga se codea con el Valencia en los puestos altos de la tabla tengo doble motivo de satisfacción. Triple, porque los pescaítos fritos me perforarán el estómago, pero cada vez me gustan más.
Pedro Molina Marín
Aficionado del Málaga CF
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5 comentaris:
Hola, acabo de conocer tu blog y me gusta. ¿Eres del Valencia no?
Contéstame y visítame en
futbol-chicks.blogspot.com
GRACIAS
Esa foto. El gesto de Ayala y Rufete.
Gran colaboración. Me ha recordado al artículo que Fidelito, el decano de los periodistas deportivos de Málaga, publicó en el libro de Hernádez Perpiñà de 1975.
BT
Magnífica elección, no puedo por menos que alabarla. La del pescaíto frito y la de tener al Valencia como segundo equipo.
Mi recuerdo imborrable de aquel día es un río interminable de lágrimas tras el gol de Fabio Aurelio.
Saludos
Els minuts que tardà l'arbitre en donar el gol de Fabio em varen pareixer segles. Quin estat de nervís i quina alegria al final.
Quins records quin entrenador i quin equip.
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