·
·
Este verano de 2014, en el que todo parece estrenarse, sobre todo en nuestro querido equipo y club, donde los nombres nuevos saltan como si de liebres juguetonas se tratara, estoy teniendo la suerte y oportunidad de poder visitar el extranjero y tras mi visita a Oporto, ahora me encuentro en Nueva York. No he visto a David Villa, ni tampoco ningún artefacto promocional del nuevo equipo de la ciudad: New York City F. C., auspiciado por una alianza estratégica entre el Manchester City, los New York Yankees y un puñado de empresarios e inversionistas que han debido creer de una vez en el fútbol como generador de negocio, aquí en la tierra de los negocios por excelencia.
El hecho es que entre las múltiples actividades de ocio a las que me dedico aquí, destaca entre ellas la asistencia a partidos de béisbol. Sí, ya lo sé, son largos, aburridos y casi nadie entiende de qué va el juego. No lo veo yo así, pues para empezar si sé cómo se juega y de ahí deriva todo lo demás. Viene a cuento todo esto porque he podido asistir a tres partidos de diferentes ligas. Dos de ellos eran de una liga menor la NY-Penn, y el otro de las ligas mayores, un partido entre Yankees y Tigers de Detroit, que ganaron estos últimos en la 12ª entrada por 4-3. Los otros partidos fueron Brooklyn Cyclones contra Auburn, y Staten Island Yankees contra Auburn, casualmente. El aliciente principal se encontraba en el partido de ligas mayores, donde iría por primera vez al nuevo Yankee Stadium.
El antiguo Yankee Stadium (The house that Ruth built) se erigió, casualmente, el mismo año que Mestalla, en 1923. Los Yankees, una franquicia comparable en poder económico y éxitos deportivos al Real Madrid, decidió que su campo tras algunas remodelaciones (muchas menos que las de nuestro Mestalla) estaba obsoleto y no producía los ingresos atípicos que el club necesitaba para su política de expansión económica y deportiva. Compraron un solar al lado del antiguo estadio, y construyeron uno casi idéntico por fuera pero con destacables diferencias en su interior. El futuro se agazapaba justo tras la sonrisa amabilísima del portero que te pedía la entrada.
¿Y cómo es el futuro? La palabra es: verde. El color de los dólares. En el Yankee Stadium se juega al béisbol, pero nadie lo diría cuando un partido programado a las 7:05, tiene a una buena parte de sus espectadores dentro del estadio desde una hora antes. ¿Por qué se preguntarán? Muy sencillo, existe una política de promociones que hace que a los primeros pongamos 20.000 espectadores que entren se les haga un regalo promocional, ofrecido por un patrocinador, usando la imagen de los Yankees. Una vez dentro hay que matar el tiempo, es muy fácil, existe una galería comercial, previa a la entrada a las gradas donde se vende el programa del partido (10$), la revista del club (10$) y además montones de puestos con todo tipo productos licenciados. Además hay dos tiendas, una a cada extremo de la galería y sí, todo es carísimo, pero claro, ¿quién se resiste a comprar cualquier fruslería? Un magnet (5$), un muñequito lego que representa al capitán del equipo (15$), un lote de cromos de la temporada (10$), y estoy poniendo los ejemplos económicos. Una gorra (25$), una casaca como la de los jugadores (130 $). El nuevo campo ha inflacionado los precios, es un hecho, pero no por ello verán a la gente pasar de largo, no. Allí todo el mundo compra, incluido yo.
Por descontado, nada de entrar comida y bebida de fuera, eso está rigurosamente prohibido, ¿por qué? Porque el estadio le ofrece todo tipo de ofertas para comer y beber hasta saciarse, eso sí, a un precio desorbitado. Una botella de agua a 5$ o una cerveza a 9’75 $. ¿Tiene sed? Tenga dinero también y todo solucionado. Paquetes de cacahuetes a 5$ o Cracker Jack a 9$. Y cubos de palomitas que luego son un recuerdo, una papelera por ejemplo, o el vaso que contiene la bebida que lleva al jugador franquicia. Es decir, una vez se entra dentro la norma es dejar que los papelitos verdes vuelen de tu bolsillo al de los Yankees de New York, que para eso son tu equipo favorito.
Destacable y un ejemplo a imitar, según mi opinión, es el rendimiento publicitario y económico que están sacando a la última temporada de su capitán Derek Jeter. Como si fuera Cristo que vuelve a subir a los cielos, todo el mundo quiere despedirse del gran capitán que lleva jugando en las ligas mayores desde 1995. Los Yankees saben el valor de ese activo y lo explotan, ¿cómo? Cada récord conseguido por el capitán es proclamado con un aparato promocional en las redes sociales, sus jugadas en cada partido son resaltadas y comentadas, más aún que el propio resultado del partido. Y todo eso tiene que ser materializado, hecho real, convertido en billetes verdes de dólar, con lo que se crea toda una colección de productos conmemorativos de la histórica última temporada del gran Derek Jeter, carne de Hall of Fame en un breve lapso de tiempo.
Me viene a mí a la cabeza, ¿por qué el Valencia no rentabilizó de esa manera tan brillante las últimas temporadas de Baraja y Albelda? ¿Por qué nos quedamos cortos en lo importante y siempre desfasamos en lo trivial?
He visto el futuro. El nuevo estadio del Valencia tendrá que adoptar nuevas formas, desagradables para aquellos que hemos vivido el fútbol desde hace lustros, pero inevitable en los nuevos tiempos que corren, si hay que hacer que el estadio produzca dinero para el club, muchas de las cosas que he visto en el Yankee Stadium deberán ser implementadas aquí. No tenemos esa cultura de comer y gastar, es más, ya casi no tenemos ni dinero que gastar en cosas superfluas, pero ese camino ya se ha empezado a andar y probablemente la inauguración del nuevo estadio, si se hace coincidiendo con el centenario de la fundación del Valencia FC, marcará la defunción del fútbol en directo tal y como lo habremos conocido hasta entonces.
El hecho es que entre las múltiples actividades de ocio a las que me dedico aquí, destaca entre ellas la asistencia a partidos de béisbol. Sí, ya lo sé, son largos, aburridos y casi nadie entiende de qué va el juego. No lo veo yo así, pues para empezar si sé cómo se juega y de ahí deriva todo lo demás. Viene a cuento todo esto porque he podido asistir a tres partidos de diferentes ligas. Dos de ellos eran de una liga menor la NY-Penn, y el otro de las ligas mayores, un partido entre Yankees y Tigers de Detroit, que ganaron estos últimos en la 12ª entrada por 4-3. Los otros partidos fueron Brooklyn Cyclones contra Auburn, y Staten Island Yankees contra Auburn, casualmente. El aliciente principal se encontraba en el partido de ligas mayores, donde iría por primera vez al nuevo Yankee Stadium.
El antiguo Yankee Stadium (The house that Ruth built) se erigió, casualmente, el mismo año que Mestalla, en 1923. Los Yankees, una franquicia comparable en poder económico y éxitos deportivos al Real Madrid, decidió que su campo tras algunas remodelaciones (muchas menos que las de nuestro Mestalla) estaba obsoleto y no producía los ingresos atípicos que el club necesitaba para su política de expansión económica y deportiva. Compraron un solar al lado del antiguo estadio, y construyeron uno casi idéntico por fuera pero con destacables diferencias en su interior. El futuro se agazapaba justo tras la sonrisa amabilísima del portero que te pedía la entrada.
¿Y cómo es el futuro? La palabra es: verde. El color de los dólares. En el Yankee Stadium se juega al béisbol, pero nadie lo diría cuando un partido programado a las 7:05, tiene a una buena parte de sus espectadores dentro del estadio desde una hora antes. ¿Por qué se preguntarán? Muy sencillo, existe una política de promociones que hace que a los primeros pongamos 20.000 espectadores que entren se les haga un regalo promocional, ofrecido por un patrocinador, usando la imagen de los Yankees. Una vez dentro hay que matar el tiempo, es muy fácil, existe una galería comercial, previa a la entrada a las gradas donde se vende el programa del partido (10$), la revista del club (10$) y además montones de puestos con todo tipo productos licenciados. Además hay dos tiendas, una a cada extremo de la galería y sí, todo es carísimo, pero claro, ¿quién se resiste a comprar cualquier fruslería? Un magnet (5$), un muñequito lego que representa al capitán del equipo (15$), un lote de cromos de la temporada (10$), y estoy poniendo los ejemplos económicos. Una gorra (25$), una casaca como la de los jugadores (130 $). El nuevo campo ha inflacionado los precios, es un hecho, pero no por ello verán a la gente pasar de largo, no. Allí todo el mundo compra, incluido yo.
Por descontado, nada de entrar comida y bebida de fuera, eso está rigurosamente prohibido, ¿por qué? Porque el estadio le ofrece todo tipo de ofertas para comer y beber hasta saciarse, eso sí, a un precio desorbitado. Una botella de agua a 5$ o una cerveza a 9’75 $. ¿Tiene sed? Tenga dinero también y todo solucionado. Paquetes de cacahuetes a 5$ o Cracker Jack a 9$. Y cubos de palomitas que luego son un recuerdo, una papelera por ejemplo, o el vaso que contiene la bebida que lleva al jugador franquicia. Es decir, una vez se entra dentro la norma es dejar que los papelitos verdes vuelen de tu bolsillo al de los Yankees de New York, que para eso son tu equipo favorito.
Destacable y un ejemplo a imitar, según mi opinión, es el rendimiento publicitario y económico que están sacando a la última temporada de su capitán Derek Jeter. Como si fuera Cristo que vuelve a subir a los cielos, todo el mundo quiere despedirse del gran capitán que lleva jugando en las ligas mayores desde 1995. Los Yankees saben el valor de ese activo y lo explotan, ¿cómo? Cada récord conseguido por el capitán es proclamado con un aparato promocional en las redes sociales, sus jugadas en cada partido son resaltadas y comentadas, más aún que el propio resultado del partido. Y todo eso tiene que ser materializado, hecho real, convertido en billetes verdes de dólar, con lo que se crea toda una colección de productos conmemorativos de la histórica última temporada del gran Derek Jeter, carne de Hall of Fame en un breve lapso de tiempo.
Me viene a mí a la cabeza, ¿por qué el Valencia no rentabilizó de esa manera tan brillante las últimas temporadas de Baraja y Albelda? ¿Por qué nos quedamos cortos en lo importante y siempre desfasamos en lo trivial?
He visto el futuro. El nuevo estadio del Valencia tendrá que adoptar nuevas formas, desagradables para aquellos que hemos vivido el fútbol desde hace lustros, pero inevitable en los nuevos tiempos que corren, si hay que hacer que el estadio produzca dinero para el club, muchas de las cosas que he visto en el Yankee Stadium deberán ser implementadas aquí. No tenemos esa cultura de comer y gastar, es más, ya casi no tenemos ni dinero que gastar en cosas superfluas, pero ese camino ya se ha empezado a andar y probablemente la inauguración del nuevo estadio, si se hace coincidiendo con el centenario de la fundación del Valencia FC, marcará la defunción del fútbol en directo tal y como lo habremos conocido hasta entonces.
Francisco García
Socio del Valencia CF
·
4 comentaris:
Interesante descripción, viajar es aprender si uno tiene los ojos abiertos. Una puntadita para el valencianismo: Jonas Gonçalves, vaya manera triste de marcharse para un tipo de cincuentas goles y no sé cuántas asistencias. Parece que nada valga nada.
Montes
Coincido con Montes. Aunque demasiado bipolar durante algunas fases, Jonas nos ha dado buenos momentos y a mí también me hubiera gustado una despedida distinta.
Muy buen artículo. Y muy buenas reflexiones para que los dirigentes del Valencia den un paso adelante.
De aquí echamos a Kempes de mala manera al final de la temporada 1983/84 para que jugara en el Hércules. Y de aquí se fue Pablo Aimar con una triste despedida. Me da pena que en las fotos de jugadores míticos que se pueden ver en la fachada de Mestalla no aparezca un jugador como Aimar, uno de los mejores futbolistas que ha vestido nuestra camiseta.
Esperemos que en el futuro aprendamos a valorar nuestra historia.
Tenemos una oportunidad ahora que estamos a medio camino entre el viejo Mestalla y el Nuevo.
Publica un comentari a l'entrada