divendres, 28 de setembre del 2018

BITÁCORA DEL CENTENARIO


Jornada 6

¿PARA QUE SIRVE EL GOL DE FORMENT?

Objetivamente un gol no se celebra en diferido. Su estallido es imperativo, presencial, vinculado al éxtasis del aquí y ahora. He celebrado tantos y en tantos lugares, de mil formas tan distintas y en momentos tan dispares que sin duda podría explicar mi vida a partir de su perfume, del rastro que dejaron. Un gol te cambia la vida. No eres el mismo antes del gol de Baraja al Español que después, como no eres el mismo antes de un viaje que cuando regresas. Todo te transforma y los goles de tu equipo no son una excepción que se pueda tomar a la ligera. Sólo hace falta prestar atención, esperar que el rumor que nos cobija explique quienes somos. En ese tratado antológico del gol que es “Maradona en Humahuaca” Vicent Chilet lo explica mejor que nadie. Es un libro tan bello como hipnótico. Cada gol parece un poema, cada poema explica la tensión de los goles que no vimos pero que nos acompañan. De todos los no vividos, ninguno como el de Forment al Celta el 28 de marzo de 1971. Para mí, en mayúsculas, EL GOL. Un gol que me obligó a bucear, a imaginar, a escuchar, a recrear, a escribir, a pensar, a madurar. No estaba en Mestalla aquella tarde, pero lo mismo da. Estar allí nunca fui mi prioridad. Es mejor asimilar que otros sí estaban, que los míos sí estaban. Elegí ese gol a los 18 años. Comprendí muy pronto la onda expansiva que representaba, lo inmensamente feliz que hizo a mi padre, el escenario en el que se consiguió, las circunstancias, el reflejo que aún brilla en las pupilas de todos los que sí lo vieron y nunca lo olvidarán. Un gol así no se celebra en diferido con una placa y un tuit del mago Ciberche. Un gol así exige otro tratamiento. Por eso decidí que cada 28 de marzo ese gol volviera a suceder. No solo por mí, sino por todos. Y muy especialmente por quienes ni siquiera sabían quién era Forment, ni conocían el impacto de un testarazo que transformó la ansiedad en locura y la locura en festejo. 

Después, cuando di el paso y el propio Forment se presentó en la tribuna de Mestalla a encender la traca supe que tenía razón. Tener razón es algo que me preocupa poco, pero ese día no. La sonrisa de Forment me ayudó a comprender lo esencial. De joven se juega para la gloria, la fama, el dinero, la inmediatez. Pero el fútbol, que parece una patología del puro presente, se juega en realidad en el pasado. Dicen que no tiene memoria, pero es precisamente al revés. El fútbol es sólo memoria. Y los grandes clubs son los que saben proyectar esa memoria en la inestabilidad de la competición, los que tienen un poso y lo hacen visible en cada detalle. Al final, lo que perdura es el reconocimiento afectuoso, la huella que tus acciones dejan en las vidas ajenas, el timbre de gloria y mística que eres capaz de suscitar. No sé si Forment lo sabía, pero creo que ahora lo intuye un poco mejor. En la tarde del 28 de marzo de 1971 le tocó sintetizar un instante único y ahora nos toca a nosotros dotarlo de continuidad y trascendencia. Eso es el fútbol. Consagrarse y trascender. No hay otro argumento.  Para eso sirve el gol de Forment, para explicar el significado de Mestalla y lo que nos convoca, para que Carlos Soler y los futuros Carlos Soler puedan coger la bandera. Todo eso es el gol de Forment. Un gol que sustenta la magia, la valida, la eterniza. Si me pongo un poco pesado con ese instante no es sólo por excentricidad. En una historia de 100 años todo ha pasado ya, pero todo tiene que volver a suceder al mismo tiempo. Es un arco que se tensa. Para que el futuro se llene de goles idénticos hace falta convocar  con devoción al duende del último minuto y todo lo que representa. No estoy enfermo de nostalgia. La nostalgia no es mi tema. Que no os engañen los que no saben distinguir entre memoria y nostalgia. Estoy hambriento de que se le haga justicia a un  hombre y a un club que casi nunca han sabido explicarse y cuyo relato suele ser  ninguneado incluso por aquellos mismos que dicen amar al club por encima de todo. El amor es algo más que una mera proyección verbal. Hay que sustentarlo a diario sin perder de vista lo sustancial: La entrega, la convicción, el carácter, el convencimiento, la lealtad, el respeto a nuestros mejores hombres. Para eso sirve el gol de Forment. Para no desfallecer jamás. Si no lo entiendes, vuelve al principio. Al gol de Forment contra el Celta, al de Montes contra el Levante FC el 20 de mayo de 1923. Es siempre el mismo gol. 

Rafa Lahuerta