dilluns, 19 de novembre del 2018

CENTENARIO, TAMBIÉN EN VIAJES




Me piden algunas aportaciones para el centenario y creo que la de los desplazamientos futboleros es una de las más interesantes que, desde la perspectiva del aficionado, podemos compartir. Cada uno tendrá la suya –todas respetables- y ahí va la mía. A ver si podemos disfrutar de más próximamente. 

No sé si es edificante o no decir que he hecho más de cien viajes siguiendo al VCF. Tampoco sé qué hubiera sido de mí si no los hubiera realizado. Seguramente, no hubiera cambiado mucho la historia. En todo caso, sé que no soy –ni mucho menos- el único (son muchas las caras que se repiten en tantas temporadas de desplazamientos) que, a la manera que nos explicaba Hornby en aquel libro de cabecera, se ha montado cada fin de semana en función del partido del VCF. Sin que eso haya supuesto más trastornos que el dinero invertido, las horas de sueño perdidas… Minucias, al fin y al cabo. 

Somos los nietos de aquellos encorbatados que se subían a trenes y tartanas para seguir a nuestro equipo, de aquellos abuelos que nos han contado que iban a las finales en motocicleta… Orgullosos de plantar siempre la bandera del VCF y la senyera en cualquier estadio del mundo. 

Todos hemos tenido nuestra época y a mí me he tocado ver, como a mis antepasados, cambios sustanciales en estas experiencias. Cambios que no han mejorado aquellos primeros tiempos en los que podías visitar estadios importantes por precios que oscilaban entre 2.500 y 5.000 pesetas. Hoy en día, viajar con el VCF, más allá de la satisfacción de hacerlo con tu gente, es una experiencia cara; y, en ocasiones, desagradable, pues la policía te trata casi como a un delincuente y algunos graderíos son copias cutres de las prisiones de alta seguridad. No le deseo a nadie que venga a Mestalla tener que ver un encuentro tras jaulas como las del Camp Nou o Madrigal. 

Antes te apuntabas a un desplazamiento en los bares de alrededor de Mestalla y ahora tienes que pasar diversos filtros antes de coger el bus. Antes ibas a estadios con solera y sus singularidades y ahora visitas campos tan asépticos que te parecen tan similares entre sí como los ambulatorios de nuestra área metropolitana. Antes podías prever el horario del partido y ahora este puede disputarse a las horas más imprevisibles de cuatro días de la semana. Lo único que, para mi gusto, ha cambiado a mejor es que, desde que se fundó Curva Nord, algunos no tenemos tantos problemas para seguir los partidos de pie como antes. Opino, por otro lado, que en la ubicación visitante cabemos todos: los que quieren ver el partido de pie y los que lo desean ver sentados. Con un poco de buena voluntad no es tan complicado de arreglar. Me viene ahora a la cabeza el clásico “senteu-se” que había que soportar viaje sí, viaje también…

También nosotros hemos cambiado. Ya no tenemos aquellas necesidades, casi funcionariales, de estar en determinado número de estadios. Nos lo tomamos con más calma y preferimos esos desplazamientos de fin de semana en coche o furgoneta, en los que puedes disfrutar de la gastronomía e idiosincrasia del lugar. Aunque reconozco que tampoco me gusta perderme una buena previa con los colegas en el Bar Milagros (a menos de 100 km de casa). Y, por otro lado, las mejores fiestas están en los viajes. No las cambiamos por las de las discotecas, aunque no han sido pocos los desplazamientos en los que también hemos acabado en el último local que quedara abierto…

En estos miles de kilómetros se acaba viendo un poco de todo. Hasta a un treintañero viajar en el maletero de un coche para ir a ver al Mestalleta en Vilanova i la Geltrú (era mejor que ir seis en los asientos del segundo coche lleno para aquel viaje). Y, en ocasiones, se cuentan, como reza la canción de Sabina, más de cien mentiras que valen la pena a los seres queridos. Mentiras para justificar, aparte del orgullo y de la diversión, el dolor de cabeza que ya tienes durante el calentamiento, esas largas vueltas por los campos de Castilla con Iker Jiménez haciendo la noche más tenebrosa, los sándwiches infames con los que algún camarada te salva de la inanición o la cada vez más cercana perspectiva de tener que ir de empalme al curro.

Todos los perfiles de viajeros están presentes en este itinerario por tierra, mar y aire: el que empuja para que salga adelante el desplazamiento y se curra mil trámites, el que solo se apunta cuando van sus amiguetes o la mayoría, el que viaja sin pasta y vuelve con superávit, el que se duerme en las superficies más complejas, el que solo va por la fiesta, el cenizo de turno, el que te da el viaje en el autobús, el que te hace de Labordeta por las calles, el de la incontinencia urinaria (pare a mear…), el que pierdes en una estación de servicio o la misma ciudad de destino… 

Quiero acabar esta aportación a la memoria de nuestro club con un recuerdo a la persona que mejor ha representado a los viajeros valencianistas. Solo compartí un desplazamiento, en furgoneta, con él. Fue a Valladolid, en 2009. Jorge Iranzo: elegancia, fidelidad y kms. 


Simón Alegre