Jornada 19
“SIXTO SÍ” Y ABELARDO MUÑOZ.
Fue el último fin de semana de agosto de 1985. Veníamos del homenaje a Saura y de la bronca a Sixto por parte de los amargados de siempre. Desde el viejo Yomus se activaba un soniquete invariable cada vez que atronaba la música de viento: ¡abuelos no, abuelos no, abuelos no! El ceremonial consistía en señalar hacia la tribuna agitando dedos como cuernos. Ese sábado empezó la liga con un Valencia-Valladolid. El equipo pucelano era un pequeño consulado chileno, con Yañez y Aravena en el campo y Vicente Cantatore en el banquillo.
En el gol Norte triunfó la pancarta casera que trajo Luis, aún con pelo. Era corta, directa, taxativa: “Sixto Sí”. En la General de pie se veneraba a Sixto. Lo habíamos visto triturar defensas en el filial con su peinado new romantic al estilo ochentero y confiábamos en su enorme potencial. Era, con la venia de Cisco Fran, la gran esperanza blanca.
Aquella noche salió en la segunda parte para revolucionar el partido. Durante muchos minutos el Valladolid fue superior y jugó mejor al fútbol. Sempere detuvo un penalti clave. Sin embargo, fue la salida de Sixto la que agitó el avispero. Mestalla reaccionó y se sumó al festín que activó la pancarta y el cántico de ¡¡¡Sixto sí, Sixto sí, Sixto sí!! Del 0-1 se pasó al 2-1 en apenas un cuarto de hora. Dos penaltis transformados por Arturo Sixto Casabona Martínez obraron la remontada ante el éxtasis de la tropa. El partido acabó con el canterano saludando al gremio libertino que lo había aupado con fervor. De madrugada, cosas de la edad, nos fuimos a la cama creyendo que la grada ganaba partidos. Todavía fue mejor dos semanas después, contra el Celta. Esta vez marcó los 3 goles de la victoria y se puso pichichi.
Esa noche, el escritor Abelardo Muñoz subió al gol norte para tomar apuntes. Con cada partido del Valencia en casa, el autor de “Chaflán” firmaba una columna en la desaparecida Hoja del Lunes. Esas crónicas fueron lo mejor de la temporada del descenso. Inventó el génerode la novelita lumpen en Mestalla y alimentó la fábula de que se podía escribir desde el fútbol sin tener ni puta idea de fútbol. Su mirada fresca y su talento maquillaban cada lunes el desastre de un equipo que se desplomaba hacia el abismo. El día de autos se presentó como periodista en el núcleo caníbal del gol norte. “El Berga”, que tan sólo un año después defecaría bajo la luna en el círculo central del Javier Marquina en vísperas de un Castellón-Valencia, ejerció de anfitrión. Juntos, sentados en el paravalanchas, parecían los reyes de los suburbios en una época en que Valencia era todavía la capital mundial del Antiturismo. Muñoz tiró mano de su maestría para moverse entre tinieblas y se ganó al personal con su trato franco y desenfadado. Bebió de todas las cervezas que le ofrecieron, fumó todos los petas con que le agasajaron, se hizo un par de rayitas en el deslunado del balcón que daba a la calle Artes Gráficas, y tras cada gol del Valencia subió y bajó entre avalanchas que él mismo festejaba como si no hubiera un mañana. El lunes, no sé si fruto del ciego que pilló o porque no andaba muy bien del oído, tituló su columna “Los Yumas” en lugar de “Los Yomus”. No fue la mejor, pero las risas duraron semanas. A mí, debo reconocerlo, me ganó para su causa: ya no dejé de leerle nunca. De hecho, si sigo comprando la Cartelera Turia es sólo por su firma.
Alguien con impulso y tiempo debería recopilar esos textos que Abelardo Muñoz escribió en su temporada de cronista en Mestalla. Ese libro sí merece la pena editarlo. La ironía, la lucidez, el gusto por el detalle inadvertido a los ojos del gran público escenificaban el estilo a la contraque Abelardo ha ido puliendo en sus muchos años de escritura nerviosa pero tenaz; y que le han convertido, sin duda, en el demiurgo por antonomasia de la Valencia más salvaje de la transición democrática.
Acabada la temporada 85-86 Muñoz desapareció de nuestros lunes al sol. Hizo su particular Bajada al moro y anduvo por Tánger bastante tiempo. Cuando volvió, su rostro evidenciaba la huella de cierta e inevitabledevastación.
En 1994 le conocí personalmente. El Club Diario Levante organizó una mesa redonda sobre el poeta Eduardo Hervás y su Antología. Hervás, amigo y coetáneo de Muñoz, se había suicidado en 1972. Era, sinécdoque arriba, metonimia abajo, un poeta de culto. Era tan “de culto”que en la sala sólo éramos siete personas, incluyendo a los tres de la mesa. De los siete, en adelante “Los Siete de Hervás”, yo era el más joven;apenas tenía 22 años y medio, como Hervás cuando se quitó la vida. Alacabar la charla, y tras comprar el poemario del autor suicida y maldito, me acerqué al ponente Muñoz, demacrado, ojeroso, amortajado por una corbata de tonos imposibles. Una vez más, y he perdido la cuenta, se me metió dentro el demonio futbolero y mendaz que me obliga a mezclarlo todo con el puto Valencia FC. Tras asentar la voz con una leve carraspera que me hizo coger confianza, le recordé sus crónicas en Mestalla, así como la posibilidad de un regreso triunfal a la tribuna de prensa de la avda de Suecia. Entonces, desde un lugar parecido al sarcasmo o la piedad, me mirófijamente y dijo: joder, menos mal, creía que no las leía nadie.
Rafa Lahuerta
2 comentaris:
Herem defensors de causes dificils, Sixto, Alcañiz etc. Quin personage el "berga" jaja.
Dada la venia, viene el comentario. El ascenso de Sixto al primer equipo me pilló con un pie en el observatorio astronómico y otro en la isla de Mallorca, a punto de cumplir allí mi servicio militar. En las breves conversaciones telefónicas con mi padre, durante la temporada del descenso y la siguiente todo giraba en torno al fútbol. Sixto era el ídolo de mi padre en aquellos tiempos. Decía que le recordaba a mí. Tal vez fuera el peinado o cierta mirada torva, vaya usted a saber. Rafa, sigue, coño, sigue. ¡Qué placer leerte!
Fran
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