Al voltant de l'aspiració de recuperar el València del segrest tòxic en que es troba a mans de l'actual màxim accionista, publiquem la reflexió que hem demanat a @Desmemoriats al voltant de possibles escenaris, democràtics i blindats amb equilibris institucionals que eviten derives populistes com les que han arrossegat el nostre club a la situació actual, amb especial esment a l'experiència de la Bundesliga, amb la seua famosa regla de limitació accionarial del 50+1 (https://www.bundesliga.com/es/noticias/que-es-regla-50-1-aficionados-socios-clubes-alemanes-472407.jsp)
Me sentó tan mal que se cargaran lo que había surgido del 25 de mayo de 2019 que rompí con todo lo que tiene que ver con el VCF. Solo mantengo la costumbre del partido, y de manera intermitente. A pesar, rara vez puedo acabarlo sin dolores viendo en lo que han convertido a un equipo campeón que tenía ante sí una autopista para regresar al nivel que perdimos en 2008.
Es tal la desfachatez, la miseria moral, los coros y las voces que han aplaudido, jaleado, y jactado de esa demolición criminal, que me resultaba insoportable observar como se estaban cargando el club entre estruendosos aplausos de gran parte del personal. Son los mismos que hoy, en el tiempo de descuento, intentan pasar por apesadumbrados por la situación. Aquello fue lo que más me afectó. Comprobar como lo aplaudían gentes que creías cabales, que hasta apreciabas en algunos casos. No hay nada más abyecto que justificar un crimen.
¿Cómo se puede estar tan ciego? ¿Cómo se puede tolerar el maltrato? Solo puede una mente enferma. Si algo bueno tuvo todo esto es enseñarnos la cantidad de personajes tóxicos y malignos que bajo una piel de cordero pululan por estos lares, raudos a la hora de vender a su propia madre a la mínima oportunidad que se les presenta. Es lo único en que se le puede dar gracias a Meriton. Este destape es su mejor herencia.
Así, que mi situación es de viudedad total. Pues sigo viviendo en la final de Sevilla como un viejo que se niega a aceptar la pérdida. Mentalizado de que el VCF está condenado y sin remedio, en un intento fútil de que las palabras del doctor, cuando salga del quirófano, no dolerán tanto, por esperadas. Por eso no creo que sea el más indicado para hablar de soluciones o vías de futuro. No creo que las tengamos. Además, si siquiera somos capaces de mostrar unanimidad en la defensa misma de la existencia del club, y exigir un mínimo respeto a la institución, ¿merece la pena luchar por esto? ¿Merece la pena gastar tiempo y energía en ello?
Encima, la única salida, la más sencilla, la más fácil, la verdaderamente factible, está en manos de Peter Lim: Que busque y encuentre quien le quiera comprar el merder que ha montado. Y que sea alguien decente y no otro liquidador que se aproveche del moribundo para sacarle hasta los ojos. Pero incluso eso juega en contra, pues el mercado ya no es el que era. Las cuentas de la entidad, la situación deportiva, y las cláusulas que impiden a Meriton marcharse sin el consentimiento expreso de Bankia, pues de hacerlo sin él obliga a saldar la totalidad de la deuda con los bancos en menos de treinta días (incluso perder el 51% añade a lo anterior la pérdida de la quita encubierta al club de 60 millones), convierte esta vía en otra trampa mortal.
En esas condiciones somos un campo abonado, una golosina, para un fondo de inversión, de los que buscan rentabilidades altas y negocios relámpago (básicamente solo quedan americanos, centrados en comprarse todos los clubes franceses por su capacidad de producir talento). No hay nada mejor ahí fuera. ¿Y la terreta? Me río de la terreta. Un compendio de mediocres, franquistas y acomplejados, antivalencianos que se avergüenzan de su origen hasta esconderlo detrás de otras identidades. Si no han movido un dedo por el Valencia en 40 años, sería altamente sorpresivo que lo movieran ahora, cuando más complicado está todo.
Estamos solos, como lo estuvimos siempre.
De las pocas cosas que me mantiene con vida es ver a los veinte y treintañeros de hoy dar un paso adelante, creando plataformas, movilizándose, en lugar de lamentarse detrás de la pantallita en espera de que sean otros los que les saquen las castañas del fuego, como hace la mayoría. Es la mejor prueba de que hay una esperanza gracias al cambio generacional, que viene con otra pose, otra mentalidad, y una dosis de implicación infinitamente mayor. Tienen mi admiración, mi respeto, mi sangre, y lo que haga falta, aunque tampoco crea que tengan un recorrido largo. Básicamente por la sociedad a la que pertenecen: Inmovilista, pasiva, y despreocupada.
Si el VCF tuviera realmente la cantidad de aficionados que dicen las encuestas y los estudios, reunir 200 millones para ofertarle a Peter Lim no debería sonar utópico. Pero me da que a las cifras que plasman los estudios sociológicos les sobran bastantes ceros. Y los que quedan, tienen un grado de participación cercano al coma. Mucho espectador y poco aficionado. De ser reales esas cifras, no se entiende el desfase en ventas o impacto social, ni con las audiencias televisivas (séptimo en el ranking que publica la LFP todos los años). El alcance real de los que sí somos tampoco lo podemos saber hasta que algo, o alguien, consiga movilizar a la marabunta en pro de ese objetivo. Es el paso que hay que dar, mentalizarnos de que si queremos recuperar el club, y no simplemente cambiar un dueño por otro, pasa por rascarnos el bolsillo (y asumir el invierno nuclear que le acompañará) aportando cada uno de nosotros lo que buenamente pueda. Para ello ha surgido Recuperem el VCF, una plataforma en la que, por dignidad, deberíamos estar todos.
Sí, suena a ciencia ficción. Ser como somos juega en contra de los movimientos como ese, como lo hace con el VCF en el panorama mundial. En Sevilla, la gente se echó a la calle hace dos años para clamar en contra de la venta del club ante una oferta de un inversor chino que traía mishones. Y un tiempo atrás, hizo lo mismo para que no se vendiera el Pizjúan para especular con otro pelotazo que diera dividendos y un estadio moderno en un lugar distinto de la ciudad. Aquí, ante problemas similares, hicimos lo contrario: Vender nuestras acciones al mejor postor, manifestarnos en favor de un singapurense millonario, y mojar la entrepierna ante estadios megalómanos despreciando un icono como Mestalla. Llevamos demasiado tiempo cometiendo el mismo error, y por lo visto no salimos del bucle a tenor de las fulgurantes reacciones a esa oferta para convertirnos en filial de un club menor de Inglaterra. No tenemos solución, ni tampoco remedio.
Pero en fin, me trajeron aquí para hablar de alemanes. Así que vamos a ello. ¿Qué hacer si movimientos como Recuperem el VCF triunfan y mañana tenemos las acciones de Meriton encima de la mesa para nuestra plena disposición? Una intervención judicial como la del Betis – que tras la venta es la segunda con más posibilidades de triunfo – también puede liberarnos de la tiranía singapuresa y devolvernos el 83% de los títulos. O, si como se rumorea desde hace semanas, Lim no ha pagado la totalidad de las acciones por sus problemas bursátiles Bankia puede recuperarlas y ponerlas en el mercado al precio que falte por cubrir. También está el escenario de la obligación de Meriton de poner sus acciones a disposición de la sociedad valentina antes de aceptar oferta alguna.
En definitiva, ¿Qué hacer llegado cualquiera de esos milagros para no caer en los mismos errores en los que llevamos cayendo desde 1993?
Una de las opciones es no hacer nada. La nueva ley del deporte (que ha obligado a modificar otras tantas de distintos ámbitos), aprobado su borrador por el Consejo de Ministros en febrero de 2019, y a expensas de ser ratificada en el parlamento, ya no obliga a las entidades deportivas a convertirse en sociedad anónima para competir en categoría profesional. Y más que eso, deja la puerta abierta a que aquellas que ya lo son puedan recuperar su estatus de club deportivo y social. Si tuviéramos la suerte de contar con el poder accionarial de Meriton sería importante dejarlo en cuarentena hasta que el Congreso de los Diputados ratifique la ley (y no la modifique en este punto), y tras ello, solicitar la disolución de la SAD, previa compensación al 20% del accionariado restante, si así lo solicitaran. La misma ley, además, si revertir la SAD supusiera un riesgo financiero, permite que al menos el 51% de los títulos pertenezcan a la entidad. Básicamente es una ley que no sólo posibilita la cohabitación de clubes deportivos y sociedades anónimas, sino que también abona el terreno para implantar el modelo alemán del 50+1.
Sería, tal vez, la opción a corto plazo más ideal, puesto que permitiría, esta vez sí, pagar las acciones sin tener que enfrentarse a asistencias financieras ni los impedimentos que nos trajeron hasta aquí. Aspecto que abre, de rebote, una gran posibilidad de actuación para recuperar el club sin necesidad de adinerados padrinos. Igualmente, en un plazo de tiempo mayor, optar por la vía de la autocartera podría valer de importante fuente de financiación, tal y como sucede en la Bundesliga, para solventar problemas mayores como la construcción del estadio.
Entidades como el Bayern han levantado auténticos imperios (y sufragado la compra del 100% del Allianz Arena) a base de ingresar fortunas por vender el 7%, el 8%, y el 9% de sus acciones a grandes corporaciones por valores no inferiores a 90 millones por paquete. Incluso el modelo alemán permite jugar al magnate sin perder el poder de decisión. Aunque, de momento, no ha salido demasiado bien a muchos de los que probaron este camino. El Hamburgo, por ejemplo, con el 75% de los votos a favor, se transformó en SAD seducido por los cantos de sirena de un millonario suizo que prometía millones a raudales para reverdecer los éxitos de antaño. Pasaron de no haber jugado nunca en segunda a llevar allí cuatro años. Pero aquel señor mayor que intentaba imponer hasta las alineaciones nunca tuvo más del 25% del club. Un ejemplo más radical fue el del Munich 1860, depositando el 49% en manos de un jordano acaudalado que aseguraba noches de Champions: Fueron a la ruina, descendiendo a categoría regional. El que de momento está saliendo bien es el del Hertha. En su eterna aspiración de construir un equipo hegemónico en la capital trajeron a un inversor americano que a base de inyectar dinero se llevó el 40% del club a cambio de una buena suma de euros que saldaron deudas peligrosas para la supervivencia de la entidad berlinesa. Y luego está el Red Bull Leipzig, el más claro ejemplo de cómo burlar la ley.
Lo que habría que regular bien sería el sistema de voto y elección en caso de optar por la vía de la autocartera. Básicamente para no caer en el error del Levante, donde su presidente se vota a sí mismo al tener el control de la fundación. Ni regresar al pecado original de la nuestra, gracias a ese buenísmo naif de llenar el patronato de entidades públicas degeneró en que el VCF acabara siendo una consellería más del corrupto y criminal Partido Popular.
Un mundo de color de rosa, pero tranquilo, la nueva ley del deporte, vista la crispación y la inestabilidad política actual, puede tardar años y años en ser aprobada (mejor ejemplo que la reforma del Estatut valenciano no hay). Y está por ver que en el trámite parlamentario sobreviva a esta oleada ultraliberal que nos degrada y roba la sanidad pública para que nos gastemos 20 euros al mes en un seguro médico privado (pagar dos veces por lo mismo). Un lapso de tiempo que el cub no tiene.
Instalados en esta cultura de la barbarie que ha traído Meriton es probable que antes de ello acabemos en segunda. Una hecatombe que puede ser otra vía de escape, o la muerte definitiva.
Pero siquiera haría falta apelar a unicornios si fuéramos una tierra como toca. Si hubiera valencianía y sentido de pertenencia. Una clase dominante proactiva y no despersonalizadora y traidora como la que tenemos encontraría a 20, 30, 40, 0 50 prohombres de esta ciudad (que existir, existen) para unirse en un sindicato y hacerse con la propiedad. No es excusa no querer quemarse ni ser víctimas del fulgor que despierta el balón, pueden depositar las acciones en la Fundació, o un ente creado ad-hoc, devolviéndole el club al aficionado, o delegar la gestión en acreditados profesionales. Una manera bonita de trascender y escribir sus nombres en letras de oro. Pero en fin, es otra unicorniada para eludir el camino más realista: el final a un siglo de vida.
Ante los tiempos convulsos que nos esperan es crucial estar preparados, mental y socialmente, para los vaivenes que nos aguardan. El descenso no es ninguna distopía. La quiebra tampoco. Aunque existan las vías contadas en la parrafada de arriba, no dejan de estar más próximas a la ciencia ficción que a la realidad. Si queda una mínima opción de evitar lo inevitable es haciendo acopio de mentes elevadas y soluciones colectivas. De unir hasta lo que parece imposible de unir. Porque la única y ligera oportunidad que podemos tener de recuperar el VCF va a pasar por estar preparados para el asalto cuando todo se derrumbe. No tendremos otra ocasión. Incluso sería deseable ir trabajando hasta en el escenario más funesto, iniciar la creación de un nuevo club que herede el vacío que pueda dejar la muerte (por asesinato) del VCF.
Lo hemos perdido todo ya, no hay nada que perder en esta batalla. Por lo menos intentemos que en el futuro nadie nos pueda reprochar no haber hecho nada.
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