Pensaba que el uniforme 2008-09 sería el primer homenaje al que *se supone* último curso oficial de Mestalla, pero ya veo que no. De aquí 20 años sólo los más memoriosos identificarán cuál fue la última camiseta con la que el VCF jugó en el que ha sido su templo 85 años. Lo inquietante, más allá de la falta de reflejos para con la historia de la institución, es la ceguera comercial: seguro que una buena promoción con la Última de Mestalla se vendería mucho mejor que cualquier otra fanfarria marketinera tipo el azul America's cup o la silueta de la ciudad de las artes y las ciencias. Por no hablar, puestos a especular, de la ocasión perdida para trasladar a la opinión pública un discurso institucional no vinculado estrictamente a la demagogia del mercado de fichajes, y si a los rasgos esenciales y vitales del club.
Como soy de natural optimista, quiero pensar que hay gente trabajando en la sombra para que la última temporada de Mestalla sea especial al margen de que el equipo funcione o no. Y aunque es cierto que la única verdad visible es que la pelotita entre, la entidad está en la obligación de hacer compatible la ansiedad competitiva con la pedagogia y la cultura de club. Vale que el corto plazo convoca clientes de aluvión, pero el largo plazo asegura militantes de por vida. Y el fútbol, modernos al margen, es militancia por encima de todo. Además, es un hecho que equipo y club pueden y deben retroalimentarse. Bien desde la gloria tangible ganada en el terreno de juego, bien desde la mística casi religiosa que destila la grada.
Mis dudas, razonables, aunque espero que infundadas por el bien del Valencia, nacen viendo el perfil de quienes controlan el día a día: un granota cínico y un ex-pinchadiscos ajeno a los códigos del fútbol. Dudas que se refuerzan observando el mutismo con el que se acercan nuestras últimas tardes en Mestalla y el hecho ya consumado de esa camiseta donde nada indica que nos despedimos de nuestra casa. Puede que esta gente ya sólo vea el fútbol en clave mercantil y que todo consista en hacer un buen equipo para que la tropa calle y sea feliz. A nivel práctico no es mala opción pero a la larga es sólo una de las patas de la silla. Hay que hacer equipo sin dejar de hacer club. Y el club se hace, fundamentalmente, cuidando su relato y potenciándolo. Sobre todo, cuando ese relato esconde grandeza a raudales. Ponerle rostro humano y a la vez otorgarle galones de mito creíble es la obligación de quienes dirigen la entidad. Ese plus también es el fútbol. Las remontadas fanáticas de los turcos en esta Eurocopa, la atmósfera de Anfield, el eco de la Bombonera, y tantos y tantos ejemplos así lo confirman. Eso, que pertenece al ámbito de lo metafísico es lo que muchas veces genera inercias ganadoras y engrandece el legado. Ocasiones en las que el club tira del equipo y el equipo comprende que le empuja la emoción de muchos, el empeño de los más. Ese plus existe si se cuida y se potencia. Y 90 años de historia en la élite dan mucho juego.
Por eso, un club como el VCF no puede desperdiciar lo que supone en términos sentimentales y de militancia la despedida de Mestalla. No basta un partido final con el triunfito de turno cantando el "per a ofrenar". Hay que rescatar lo que es Mestalla en el corazón de sus fieles. Lo que ha representado para todas las generaciones de valencianistas y echar el resto para que esa potencia invisible tome cuerpo durante todo la temporada. Insisto, durante toda la temporada 2008-09. Y no sólo el último día. Más allá de si Villa se va o se queda, lo sustancial es que el último año de Mestalla represente un impulso definitivo en la concepción del Valencia. Un Valencia que cambiará de barrio pero no de sentido. Un sentido histórico que sólo cobra verdadero valor a partir de las ausencias. De los que vieron crecer ladrillo a ladrillo el gran Mestalla desde los años 20' y sólo verán el nuevo con nuestros ojos. A fin de cuentas, y tal y como dejó escrito Gabriel Miró, "Nada nos cautiva tanto como aquellos lugares que consagran una memoria". El lugar tiene nombre y fecha de caducidad: Mestalla. Que no sobre olvido. Por favor.
Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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Mis dudas, razonables, aunque espero que infundadas por el bien del Valencia, nacen viendo el perfil de quienes controlan el día a día: un granota cínico y un ex-pinchadiscos ajeno a los códigos del fútbol. Dudas que se refuerzan observando el mutismo con el que se acercan nuestras últimas tardes en Mestalla y el hecho ya consumado de esa camiseta donde nada indica que nos despedimos de nuestra casa. Puede que esta gente ya sólo vea el fútbol en clave mercantil y que todo consista en hacer un buen equipo para que la tropa calle y sea feliz. A nivel práctico no es mala opción pero a la larga es sólo una de las patas de la silla. Hay que hacer equipo sin dejar de hacer club. Y el club se hace, fundamentalmente, cuidando su relato y potenciándolo. Sobre todo, cuando ese relato esconde grandeza a raudales. Ponerle rostro humano y a la vez otorgarle galones de mito creíble es la obligación de quienes dirigen la entidad. Ese plus también es el fútbol. Las remontadas fanáticas de los turcos en esta Eurocopa, la atmósfera de Anfield, el eco de la Bombonera, y tantos y tantos ejemplos así lo confirman. Eso, que pertenece al ámbito de lo metafísico es lo que muchas veces genera inercias ganadoras y engrandece el legado. Ocasiones en las que el club tira del equipo y el equipo comprende que le empuja la emoción de muchos, el empeño de los más. Ese plus existe si se cuida y se potencia. Y 90 años de historia en la élite dan mucho juego.
Por eso, un club como el VCF no puede desperdiciar lo que supone en términos sentimentales y de militancia la despedida de Mestalla. No basta un partido final con el triunfito de turno cantando el "per a ofrenar". Hay que rescatar lo que es Mestalla en el corazón de sus fieles. Lo que ha representado para todas las generaciones de valencianistas y echar el resto para que esa potencia invisible tome cuerpo durante todo la temporada. Insisto, durante toda la temporada 2008-09. Y no sólo el último día. Más allá de si Villa se va o se queda, lo sustancial es que el último año de Mestalla represente un impulso definitivo en la concepción del Valencia. Un Valencia que cambiará de barrio pero no de sentido. Un sentido histórico que sólo cobra verdadero valor a partir de las ausencias. De los que vieron crecer ladrillo a ladrillo el gran Mestalla desde los años 20' y sólo verán el nuevo con nuestros ojos. A fin de cuentas, y tal y como dejó escrito Gabriel Miró, "Nada nos cautiva tanto como aquellos lugares que consagran una memoria". El lugar tiene nombre y fecha de caducidad: Mestalla. Que no sobre olvido. Por favor.
Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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