Jornada 17
ALGUNOS HOMBRES BUENOS.
Gracias al bombo de Manolo supimos que existía el Huesca. Su escudo estaba serigrafiado en la piel del tambor, junto al del Zaragoza y al del Valencia.
Durante décadas, el Huesca sólo tuvo un seguidor y vivía en el exilio, regentando un bar con vistas a la bahía de Mestalla. Con mucho menos, Kafka escribió El Proceso.
La primera vez que vi ese escudo fue en Heysel. Esa noche Manolo estaba allí, animando al Valencia. En 1980, Manolo era el Curro Jiménez de las gradas españolas. Despertaba más admiración que rechazo. Después, el tiempo lo convirtió en caricatura, que es más o menos lo que nos pasa a todos. Esta semana he pensado mucho en ello, en como poco a poco nos vamos convirtiendo en nuestra propia caricatura.
El martes vi Silvio, la película de Sorrentino sobre Berlusconi. Salí bastante decepcionado. La historia no levanta el vuelo en ningún momento y uno asiste a la parodia fracasada de una parodia real. El personaje más sensato acaba siendo un jugador de fútbol que duda entre fichar por el Milan o por la Juve. Todo no es suficiente, dice en un momento dado ante la sorpresa del magnate milanés. De fondo, la decadencia de un viejo que no acepta el paso del tiempo alimenta ensoñaciones que no vienen al caso. La película sólo me genera rechazo.
Cuando llego a casa abro una novela de Clara Usón, El asesino tímido. Sandra Mozarovski, el rey Juan Carlos, Wittgenstein. Una historia desconocida pero verosímil atraviesa sus páginas. La impunidad y la locura, el eco de Match Point al acabar de leerla. No puedo dormir y recuerdo que aún no tengo nada pensado para la crónica del domingo. Es la primera semana que me cuesta escribir. Como sigo sin poder dormir, de madrugada me subo a la bici estática, que es el remedio a todos mis males. Escribo una idea inverosímil de Mestalla y el Puerto de Catarroja, como si ambos paisajes estuvieran secretamente unidos. Es una ensoñación recurrente, una más. Quiero creer que el Mestalla de 1940 es el Puerto de Catarroja de 2018. La acequia y la laguna, la ciénaga de la memoria.
No estoy tan lejos de esos hombres que se convierten en su propia caricatura y formulan por escrito el balance de sus obsesiones. Después vuelvo a diciembre de 1980, a los días previos a la navidad. Recreo la semana en que fuimos campeones de la supercopa. Ese domingo nos visitó el Osasuna, que era, de alguna manera, el Huesca de entonces. Sucedió algo extraño. Por primera vez en mi vida preferí quedarme en casa viendo Tom Sawyer que asistir a Mestalla. Ganó el Valencia 4-1. Recreo esa semana y al mismo tiempo leo en UvaM un magnífico relato de JC Fernández Haba sobre el gran Pepe Vaello. Esta semana se cumple un año de su muerte. A los dos días de esa noche de insomnio, Merchina Peris me trae el libro que han publicado en su honor: Pepe Vaello y el Valencia CF. Nunca un homenaje ha sido tan merecido. Pepe Vaello fue un hombre bueno con una rara virtud: hacernos un poco mejores a todos. Aunque sólo sea por preservar su memoria, intentemos estar a su altura. Seríamos imparables.
Rafa Lahuerta
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